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Intermediarios, comisionistas y delincuentes
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Juan José Cercadillo

Miredondemire

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Intermediarios, comisionistas y delincuentes

El caso de esta semana nos muestra otra categoría de parásito comercial, ese que necesita para su mayor esplendor una catástrofe o tragedia

Foto: Luis Medina, comisionista de la trama. (Getty)
Luis Medina, comisionista de la trama. (Getty)

Guantes que no aguantaban. Test de cada cuatro que se quedaban sin palabras. Mascarillas de juguete en tiempos de salvar vidas. La desesperación es cara. La infamia no tiene límites si vives de Lamborghinis. En medio del desconcierto, los malos cogen la batuta. No olvidemos el contexto de hospitales colapsados, uvis en horas punta, mortuorios en Ifema, miedo en todas las casas y nadie en las carreteras. Sanitarios embolsados en plásticos de basura esperando algunos medios vistos sólo en las películas. Dos mil personas muriendo cada dos telediarios. Sensación de fin del mundo, de no escapar del contagio, de tener que despedirse, de no poder hacer nada.

El ecosistema perfecto para la prosperidad del virus se remató en poco tiempo gracias al desabastecimiento y al caos de las administraciones. No me refiero al de china. Me refiero al bicho infecto que vive de la tragedia, que come con la estulticia. El listo, el sin escrúpulos, el avaricias, el indecente que siempre tiene su hueco y que deviene delincuente si ve que queda más margen.

Foto: José Luis Martínez-Almeida. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Porque no hay que confundir intermediario con ladrón ni mediador con delincuente. No se puede comparar mangante con comisionista. La cadena de valor de todos nuestros productos en esta sociedad compleja exige la intervención de eslabones que no aportan más que la colocación del material de mano en mano hasta llegar al consumidor. La logística actual con materiales viajando de punta a punta del mundo es un reto descomunal y de su eficiencia diaria nos beneficiamos todos. Ese tránsito milagroso de frutas, carne o pescado que reparte toneladas de producto por minutos cuenta con un cuerpo de élite que conecta al que cosecha, al que cría o al que pesca con alguien interesado en trasladarlo a otro sitio.

Luego hay otro entre medias, de qué sino intermediario, entre el mercado mayorista y algunos supermercados. Pero también entre las tiendas que nos sirven en los barrios. Un pescadero local puede no conocer Vigo, ni Vinaroz o Sanlúcar pero vende sus productos, que cada mañana le llegan. Alguien que entienda a dos partes mejor de lo que se entenderían si tuvieran que hablar solos para lograr una venta ha ocurrido tantos siglos que es un oficio que muestra la complejidad de los trueques que nos han traído a esta era.

Foto: José Luis Martínez-Almeida durante su comparecencia. (EFE/Víctor Lerena)

Casi ningún sector se libra de esa especie de microbiota que, como a nuestro cuerpo, le resulta al mercado igualmente imprescindible para optimizar resultados. Existen en todas las transacciones y los hemos naturalizado tanto que ya parece que no están trabajando entre nosotros. Para mí hay un matiz en el concepto intermediario que justifica honorarios. Y tenerles que aguantar, que suelen ser muy pesados. Son los que aportan valor introduciendo algún dato, un mínimo razonamiento, una justificación para que se lleve a cabo la operación que se gesta. Los que ponen algún medio, físico o conceptual, para que alguien que vende encuentre a quien quiera comprar.

A los comisionistas podríamos calificarles como vendedores muy vagos

Algunos se han hecho ricos de manera excepcional. Pensemos en qué nos fabrica la empresa que más nos vende. Absolutamente nada. Ellos compran un producto a un euro y tratan de venderlo a dos, con ese uno por ciento, que dirían por Atienza, parece que van tirando. Amazon es intermediario entre millones de fábricas esparcidas por el mundo y tu ordenador. Nadie parece reprochar billones de beneficios a quien ha dado con la tecla de ser intermediador de casi todas las compras que hacemos a día de hoy.

Foto: Luis Medina. (Getty)

Luego está el comisionista. Ese es una especie peor. Es quien explota el trato, en el sentido relación. Al amigo, al conocido, al primo, al compañero de pupitre, al colega del trabajo que pueda aportar un contacto. El que con una llamada pretende casi hacerse rico. “Es que yo os presenté” suele reclamar después de desaparecer las semanas de disputa tratando de cerrar el contrato. “Le dije que te conocía” les basta para reclamar su tarifa estándar de tres por ciento. Es una categoría, la del comisionista, que podríamos calificar de vendedores muy vagos. Ellos no te venden nada, pero conocen al que vende y al que paga. Y a eso le ponen precio.

Este parásito comercial necesita para su mayor esplendor una catástrofe o tragedia

El caso de esta semana nos muestra otra categoría de parásito comercial. Uno de tanta inmundicia que necesita un clima especial para poder reproducirse. Es la mezcla de dos especies que me generan desagrado: el comisionista y el delincuente. No solo comen del cuento, es que además mienten. Es ese que necesita para su mayor esplendor una catástrofe o tragedia. Creada la necesidad y aflojados los controles aportan bien a sabiendas un producto que no vale para resolver el problema. Es cuando pasas de agente a verdadero timador. Y abusas de la tragedia para subir el listón de lo que vas a embolsarte por ser vos el que sois.

Foto: El empresario Luis Medina, acusado junto a Alberto Luceño de estafa por irregularidades al vender mascarillas (Gtres)

En el mundo de las ventas, más en tiempos de zozobra, no me molestan los primos que casi por cortesía dan un correo electrónico. No me molestan marqueses haciendo valer apellido. No me sorprende el caos en ninguna administración cuando había que poner por delante métodos de prevención. Soy comprensivo con el error de cálculo. Creo en la buena intención. No soy de los que no exigen rigor al cuerpo de funcionarios, pero tampoco demonizo la ágil resolución cuando sea necesaria. Aunque acabe en desacierto. No es ajena al consistorio esa imperfección humana que tantos fallos nos genera. Otra cosa es valorar como se deshizo el entuerto. Eso está por investigar y ver que no hubo relajo en la reclamación de los daños que hoy se dicen evidentes. Si hubo dejadez en la persecución del engaño se tendrá que responder porque una cosa es un fallo y otra la vista gorda.

No se puede revisar el precio de las mascarillas con los valores de hoy, pero sí su calidad

Pero hay en esta historia quien no merece perdón. No por aumentar el precio, que todos sabemos la diferencia entre el precio y el valor. Un vaso de agua en el desierto que nos alargara la vida vale décimas de céntimo. Pero, quién no pagaría con todo lo que tuviera para sobrevivir unos días. No se puede revisar el precio de las mascarillas con los valores de hoy, pero sí su calidad. Y si, como apuntan, todo el material era malo, el problema no es monetario, es penal. Y quiero que pasen penalidades si se demuestra que compraron todas esas banalidades, no con una gestión demasiado bien pagada, sino con la premeditación de entregar un material inservible sabiendo lo que podía pasar.

Guantes que no aguantaban. Test de cada cuatro que se quedaban sin palabras. Mascarillas de juguete en tiempos de salvar vidas. La desesperación es cara. La infamia no tiene límites si vives de Lamborghinis. En medio del desconcierto, los malos cogen la batuta. No olvidemos el contexto de hospitales colapsados, uvis en horas punta, mortuorios en Ifema, miedo en todas las casas y nadie en las carreteras. Sanitarios embolsados en plásticos de basura esperando algunos medios vistos sólo en las películas. Dos mil personas muriendo cada dos telediarios. Sensación de fin del mundo, de no escapar del contagio, de tener que despedirse, de no poder hacer nada.

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