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El kilojulio
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Juan José Cercadillo

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El kilojulio

No me refiero a la medida energética, me refiero a que no te pesa lo mismo un kilo en julio que en enero. Esa salida de ducha a diez días de la playa puede resultar deprimente

Foto: Las Arenas y La Malvarrosa atiborradas de bañistas. (EFE/Manuel Bruque)
Las Arenas y La Malvarrosa atiborradas de bañistas. (EFE/Manuel Bruque)
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El kilojulio es devastador. Y no me refiero a la medida energética que demuestra su insignificancia necesitando 4,184 unidades para equivaler a una Kilocaloría. Me refiero a que no te pesa lo mismo un kilo en julio que en enero. Esa salida de ducha a diez días de la playa puede resultar deprimente si, como yo, se ha sucumbido irredento al embriagador sonido del “mañana empiezo”. Las buenas intenciones de principios de enero abandonadas por causas supuestamente meteorológicas no encontraron compensación en el abandono de la ingesta regular del fermentado zumo de la cebada durante el breve febrero. Esa costumbre juvenil, que me perduró años y amigos varios, de honrar con la ausencia total de alcohol en sangre el mes de la purificación según el calendario romano —no por conocer por entonces sus raíces etimológicas, sino simplemente porque era el más corto de todos— hace ya años que no consigo practicarla. Febrero se me hace largo. Marzo con la amenaza de alergia, el abril de las imprevisibles lluvias, mayo alrededor de San Isidro y junio porque yo lo valgo confabulan contra mi anatomía con un éxito que no puedo definir como sin precedentes dado su carácter repetitivo a lo largo de los años. Ese devenir que, echando la vista atrás hoy me parece frenético, me va alejando del deporte al paso de las semanas y me condena con sibilina habilidad al comer y beber desaforado que ordena mi cerebro reptiliano. Ese que siempre piensa que mejor comer hoy por si mañana no queda, que correr es de cobardes, que las lesiones a nuestra edad no son posibles sino probables, que para olvidar un mal día lo mejor es la cerveza y para celebrar uno bueno no hay nada peor que el agua.

placeholder Barriles y botellines de cerveza amontonados en una acera en Madrid. (EFE/J. J. Guillén)
Barriles y botellines de cerveza amontonados en una acera en Madrid. (EFE/J. J. Guillén)

Seis meses de buenas intenciones frente al espejo del baño, con agosto ahí a la vuelta, me devuelven una imagen que sin duda vale más que mil palabras. Y que pesa más de 95 kilos vistas redondeces y lorzas. Seguro. Aun no atreviéndome a pesarlo, si me equivoco es por gramos. El posado de perfil siempre es mejor evitarlo ya que el volumen abdominal, de frente, pasa más desapercibido. Un giro inadecuado, un agacharse a por el cepillo de dientes “voluminiza” mucho. Y deprime más si cabe. Que una cosa es ser consciente y la otra flagelarse. El caso es que repasas mañanas de lluvia o heladas y tampoco ha habido tantas. La alergia no ha sido tan grave, San Isidro es por la tarde. Ves tu flacidez cabreante y te preguntas si era siempre tan necesario quedarse a escuchar las noticias de las siete de la mañana en posición de acurrucado. Tomas aire y metes tripa en un condescendiente intento de plantearte si en los diez días que quedan para irte de vacaciones podría obrarse el milagro de la desaparición de la grasa.

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Ni bebiendo Fairy, concluyes. Pero tienes que pensar algo. Esa pátina lechosa, apenas distinguible del alicatado, que envuelve tus casi cien kilos tampoco está colaborando. Y te crees que si no puedes atacar por el volumen quizá puedas disimularte metiéndole mano al tono. “Me escapo algún mediodía a tostarme a la piscina”, “un salón de rayos uva”, “una dieta a base de zanahorias”. Las primeras ideas te hacen creer que podrías alcanzar leves éxitos y que, si los vas acumulando, quizá minimicen tu oronda presencia sobre la hamaca a tiempo. Aunque sea por el mezquino arte del disimulo, del aferrarte al tópico de que el negro hace delgado.

Graso error. Craso, quería decir. Todo lo que no tapa la toalla te está gritando a la cara que otra vez llegamos tarde a pasear cierta dignidad por Cádiz. Aun así sabes que le debes a tu condición de inconstante un último y gran esfuerzo. Algún plan de última hora que si no te quita peso al menos aligere tu conciencia. Bici mañana y tarde, carreras por el Retiro, ayuno intermitente y prolongado, abstemia severa e ingesta minimalista. Como salgo el día cuatro son al menos doce días. Creo que vamos a intentarlo.

placeholder Dos personas corren por las calles de Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Dos personas corren por las calles de Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Si me quito los cumpleaños, las despedidas de verano y los conciertos tengo al menos siete días sin eventos. Para liberar los otros cinco tendré que apagar el teléfono y escaparme a alguna fonda porque que yo recuerde tengo al menos dos convocatorias de cena en casa. Esa limpieza de agenda permitirá obedecer la diana de alborada y garantizar la jornada matutina de actividades físicas. Hacer desaparecer tanta programación orquestada alrededor de la pitanza ayudará a la ayunada. Y dejará la tarde libre para el ejercicio vespertino y que intentaremos pos-siesta. Que hay que cuidar las recuperaciones. Muy importante anular el pedido semanal de Mercadona. La abundancia de víveres a la vista es totalmente contraproducente. El chocolate que queda, será mejor que lo donemos. El alcohol doméstico, al trastero. Y su correspondiente llave al portero con amenaza de denuncia falsa si sucumbe a mis presiones de apertura anticipada. El laterío resultará más fácilmente evitable deslocalizando el abrelatas. Muy importante deshacerse de inmediato del Panetone del fondo del armario que inexplicablemente sigue blando pese a su origen de regalo corporativo y navideño.

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Las frases motivadoras en post-it tamaño medio de la nevera y espejos será mejor transcribirlas cuanto antes ya que el hambre puede debilitar su contundencia. En cuanto a los hastag a seguir para estos días y que me aborden en mi rutina tiktokera cabe la reflexión de corregir la estrategia de pasados veranos. #delgado, #fit, #gentedeibiza, no funcionaron a nivel motivacional. Además #tíosbuenos y #modelosdebañador me persiguieron luego hasta diciembre haciendo bastante incómoda la publicidad en general y muy en particular la que de repente aparecía cuando estaba compartiendo con alguien la pantalla del ordenador. Así que creo que esta vez pondré a prueba la fuerza de la psicología inversa que he visto que funciona fenomenal entre los menores de seis años. Tendré muchas más posibilidades de éxito, seguro. Creo que iré empezando por #gorditosycincuentones #perotutehasvisto y #xxl. Espero que este último no me acabe causando problemas.

No lo veo un plan tan descabellado. Y la motivación está en lo alto. Al fin y al cabo estoy queriendo evitar otro verano sin quitarme la camiseta, sin disfrutar de una ola ni alejarme dos metros de la barra del chiringuito. Actividades todas que abundan en lo ya abundante de mi grasa. Aunque pensándolo bien el riesgo de engordar también las listas de ahogamientos veraniegos quizá justifiquen mi prudencia, mi peso y mi placentera, permanente y voluminosa presencia alrededor del insoslayable epicentro que para mí supone un buen grifo de cerveza. #porfavorhelada

El kilojulio es devastador. Y no me refiero a la medida energética que demuestra su insignificancia necesitando 4,184 unidades para equivaler a una Kilocaloría. Me refiero a que no te pesa lo mismo un kilo en julio que en enero. Esa salida de ducha a diez días de la playa puede resultar deprimente si, como yo, se ha sucumbido irredento al embriagador sonido del “mañana empiezo”. Las buenas intenciones de principios de enero abandonadas por causas supuestamente meteorológicas no encontraron compensación en el abandono de la ingesta regular del fermentado zumo de la cebada durante el breve febrero. Esa costumbre juvenil, que me perduró años y amigos varios, de honrar con la ausencia total de alcohol en sangre el mes de la purificación según el calendario romano —no por conocer por entonces sus raíces etimológicas, sino simplemente porque era el más corto de todos— hace ya años que no consigo practicarla. Febrero se me hace largo. Marzo con la amenaza de alergia, el abril de las imprevisibles lluvias, mayo alrededor de San Isidro y junio porque yo lo valgo confabulan contra mi anatomía con un éxito que no puedo definir como sin precedentes dado su carácter repetitivo a lo largo de los años. Ese devenir que, echando la vista atrás hoy me parece frenético, me va alejando del deporte al paso de las semanas y me condena con sibilina habilidad al comer y beber desaforado que ordena mi cerebro reptiliano. Ese que siempre piensa que mejor comer hoy por si mañana no queda, que correr es de cobardes, que las lesiones a nuestra edad no son posibles sino probables, que para olvidar un mal día lo mejor es la cerveza y para celebrar uno bueno no hay nada peor que el agua.

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