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Juan José Cercadillo

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Desidia

Estos días estoy condenado por mi dinámica cervecera a seguir empleando frases y expresiones tan soeces como las relacionadas con la flojera

Foto: Cientos de personas en la playa de la Malvarrosa en Valencia. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
Cientos de personas en la playa de la Malvarrosa en Valencia. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

Ahora que estamos tan “agostito”, pendientes solo de las mareas, marean menos las noticias de la guerra y el IPC. Busco y rebusco en Wikipedia y ni rastro del problema con el que me topé, sin quererlo, tumbado en mi propia hamaca: la repentina ausencia total de interés por las noticias del mundo y la falta de preocupación por las consecuencias que nos traigan. La no descripción del asunto resulta ser el primer fallo que le anoto a la que considero fuente de toda mi ciencia, si excluimos la EGB naturalmente.

La poca atención que el compendio le presta al hecho que sufro no desalienta mi divagar de hamaca y playa que se empeña en mantenerme en el círculo vicioso de la reflexión en bucle. Y en el esfuerzo -con el cuerpo horizontal haciéndolo más llevadero- de llegar, si no a una conclusión, a una descripción o a un término coherente con el preocupante suceso al que me enfrento.

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Decidido a aportar algo por fin a esa biblia del concepto, me dispuse a afrontar el reto de ser el primero en contarlo. Apunta el enunciado del incipiente diagnóstico a algo parecido a la descripción de la indiferencia, pero se me queda corto. En una técnica de TikTok recomiendan el ejemplo cuando escasea la descripción. Probemos. El IPC al diez por ciento en las portadas del periódico y se me van los ojos con las claves para poder ducharte y mantenerte tu ph.

Que, sin embargo, no consigue retener por mucho mi atención ante el sabroso titular de la trombosis del viajero cuyo nulo contenido finalmente me tranquiliza. El gobierno chino afilándose las garras con las que desangrar a Taiwan y le echo diez minutos a tratar de comprender el último roce afectivo entre Rociíto y su, concluyo que tío, que resulta ser un tal Mohedano con el que no pienso hacer rima, que tampoco es tan verano.

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Apatía, flema y displicencia revolotean sin el orden necesario para que resulte frase. Mientras el dato de que duplicamos nuestra dependencia del gas y que su consumo se dispara para la producción de electricidad aparece a tres columnas, mi veraniega molicie se tira en plancha sobre el anuncio de que por fin se ha descubierto por qué produce tanto cansancio pensar.

Abandono de inmediato su lectura cuando leo que, en el planteamiento del asunto, describen cómo se les ocurrió el inició del estudio al reflexionar sobre la inagotable capacidad de cálculo de un ordenador frente a nuestro cerebro. Ante la amenaza de un cansancio mental completamente innecesario disimulo recuperando cierto interés por las incursiones de aviones rusos en el espacio aéreo de Alaska. Unas tres líneas después me sorprendo a mí mismo escudriñando las causas por las que el Barça no puede inscribir no sé dónde a la interminable lista de jugadores compulsivamente fichados. No sé si va entreviéndose el conflicto cuya obligación de describir me tiene llena la mañana.

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En un pequeño descanso, y ante un posible ataque de estoicismo indeseado, reclamo por tercera vez la atención del camarero cuyo devenir errático entre el laberinto de hamacas me ha resultado, hasta la fecha, verdaderamente improductivo. Para mí y, me temo, que para el concesionario del chiringuito ausente aún a estas horas de la mañana. La agitación de la toalla en sincronizado molinillo parece hacer su efecto cuando el musculado mesero parece indicarme que en unos minutos tendrá a bien conocer con exactitud mis requerimientos de hidratación matutina. Que, por otro lado, ya podría haber asumido siendo la misma que la de los tres últimos días: una cerveza helada.

Resuelta la consunción, que empezaba a hacerse evidente fruto de una evaporación severa, cuarto de hora más tarde volvieron a mí las fuerzas requeridas para poder retomar el esfuerzo definitorio que mi absoluta falta de planes se había empeñado en poner esta mañana en mi agenda. El atasco intelectual era evidente cuando se agotó la primera cerveza lo que me animó a repetir la técnica. No la de los ejemplos, sino la de la toalla al aire para que el metrosexual me viera. No es tan fácil cuando te esquivan la mirada. Solventado el suministro, y en perfecta paradoja, no tenía por dónde empezar el término. Situación que me arrastró a una dinámica repetitiva que iría limitando con el paso de las horas, y sus equivalentes libaciones, cualquier posibilidad de éxito.

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Tenía claro el concepto, y la relación directa entre jarras y sonrisa repentina, pero el folio seguía en blanco. Incapaz de decidir si empezaba por desdén y seguía por incuria o viceversa, de vez en cuando acudían, supuestamente al rescate, palabras que poco me venían a este cuento. Saciedad y desapego, junto con hartazgo y flojera fueron de las pocas que consideré brevemente de forma previa a su descarte.

Al escuchar mi apellido en el vozarrón del de las mesas santificando mi turno paellil creí darlo todo por perdido. Continuaría mi nula aportación a Wikipedia. Millones de personas que no sabrán, por mi culpa, cómo contar lo que les pasa en la playa cuando quieren leer noticias serias y analizar sus consecuencias en las críticas y venideras semanas de septiembre y son incapaces de hacerlo. Condenados por mi dinámica cervecera a seguir empleando frases y expresiones tan soeces como las relacionadas con la flojera de miembros, u otras pretenciosamente más cultas referenciadas a algunos arcos del triunfo, para expresar su poco interés por el mundo del uno al treinta de agosto.

No había nada que hacer, ni definición, ni término. Hasta que Objetivo Birmania, el grupo, no la película, salió al rescate de todos repitiendo sin descanso su estribillo de Desidia justo cuando me quitaba los cascos. “Desidia… Aaaa,aaaaaa, aaaaaaal borde del mar…. Desidia…”. Igual me lo pongo de tono en el móvil y hago el intento de que me dure en septiembre. “Desidia…”.

Ahora que estamos tan “agostito”, pendientes solo de las mareas, marean menos las noticias de la guerra y el IPC. Busco y rebusco en Wikipedia y ni rastro del problema con el que me topé, sin quererlo, tumbado en mi propia hamaca: la repentina ausencia total de interés por las noticias del mundo y la falta de preocupación por las consecuencias que nos traigan. La no descripción del asunto resulta ser el primer fallo que le anoto a la que considero fuente de toda mi ciencia, si excluimos la EGB naturalmente.

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