Miredondemire
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Madrid y la vuelta al ruedo
A diez kilómetros de mi casa, con las vacaciones ya olvidadas, reflexiono sobre las pocas energías que nos quedan disponibles a pesar del gran descanso
Me quedo sin energía languideciendo el verano. Paradojas del calor, del descanso y de la vuelta a la vida de interior. Imitando, sin subvenciones, a cualquier panel de Castilla mirando siempre hacia el sol, me nutrí de vitamina, motivé mi melanina y su consecuente pigmentación, para volverme marrón en el obligatorio rito de playa, hamaca y largo descanso que nos distingue de Europa, de Japón y de la China. Tres semanas de mi vida, ahí está la distinción, mirando al viejo astro rey y dando salida holgada a ese manjar tan barato, dada su rentabilidad, que es la cebada fermentada, el lúpulo y el carbónico justo y cercano a cero grados servidos en buena jarra.
Y a diez kilómetros de mi casa, presintiendo ya el atasco, con las vacaciones ya olvidadas, con más kilos que moreno, dedo roto por el futbol del reto de padres e hijos, hígado sobrecargado cual oca gala criada para la exquisita variedad que rinde culto al Oporto y flacidez preocupante, reflexiono sobre marrones, sobre las pocas energías que nos quedan disponibles, a pesar del gran descanso, y sobre las tenues luces que, de nuevo, acreditamos en la gestión de poder garantizarnos un poquito de calor cuando nos aceche octubre. A nosotros y sobre todo a nuestros amigos del norte.
Las noticias no acompañan, aún puestas a tope en la radio, en mi operación retorno. Polemizan en Bruselas, nos critican los ministros, sube de precio el kilovatio como poniéndonos a prueba. Es el famoso baremo de los comités de gestión de las empresas punteras que se suele resumir con el axioma grosero de una pregunta retórica: "¿A que no hay huevos?" Es la pregunta que suele estar tras la escalada de precios que nadie sabe explicar. Y siempre hay algún pelota que dice con desparpajo: "Pues pongámoslo mañana a más de trescientos euros". Se miran los ejecutivos felices por el ingenuo voluntariado del de cabeza en Turquía y con media sonrisa asienten al reto del precio justo rememorando concursos de antiguas y rancias teles. Se dan cuenta de que nadie se da de baja del servicio y que antes que dejar que se pudra la comida, bañar a un niño entre hielos, o morirse de un sofoco, renuncias a cualquier otro lujo y pasas por ese aro perfecto en el que se nos ha convertido todo el mercado energético. En el siguiente consejo todos se apuntan el tanto y calculan babeando los ceros de su variable y el precio de sus 'stocks options'.
Son muchas las preocupaciones que se me acumulan en el coche escuchando las noticias después de días de ausencia de conciencia colectiva más allá del chiringuito. Las dudas de contertulios y la impericia general de no ponernos de acuerdo para sostenernos los precios parecen el hilo de todo. Ciertos esfuerzos forzados, perdón por la redundancia, de creer salvar Europa hasta me hacen gracia escuchados otros temas. Pretendemos corresponder a tanto fondo europeo consumido durante décadas, y con desparpajo sureño, con la licuación de gas —en plantas "a ver si funcionan"—, el transporte en tubería —estamos viendo por donde— y una mínima garantía de volumen y suministro que compensen nuestras dilaciones de devolución de la deuda.
Dadle a la máquina del euro, prestad y compradnos bonos, el mito de la convergencia de nuestro soleado sur con esa industrial Renania lo estiramos, como mínimo, dos o tres refundaciones más de nuestra Unión Europea. Y entre que ya pagaremos, que si me hundo te hundes, que estamos en el mismo barco, y que qué sería del futbol, vamos tirando en conjunto de un estado de bienestar que ya anuncian sin ambages que está al filo del final. Y parece que por guerra, desarrollo en otros sitios o por el cambio climático esta vez sí que es verdad que se está poniendo crudo. Crudo el crudo y crudo el gas. Que no podremos cocinar. Que vuelta a los platos tártaros sean de steak o de tuna. Al shusi de peces de río, al ceviche de cordero, a la cecina de pollo y al secado de conejo.
Dicen que no hay viento ni sol en el mundo capaces de generar los grados que prescribimos en hogares y oficinas, las cargas que necesitamos de tanto instrumento eléctrico que andamos necesitando para facilitar las tareas o mantenernos en contacto. O ese consumo frenético que tiene el consultar los datos en un simple gesto de dedo, podríamos decir digital, que parece tan inocuo y que tira con dos megas, por no decir dos cojones, de la electricidad generada, que es preguntarle cualquier idiotez a Google, dar una vuelta por Tinder, salir en el Instagram o entrar a ver qué hay en Amazon.
Vuelta a Madrid y sus luces recortadas por decreto, por factura y por prudencia que nadie sabe si septiembre nos dará frutos o espinas. No sería el primer curso que pone fin a este mundo, liquida nuestros ahorros y nos pone a empezar de cero. Pero están tan cerca los roces, tan blanditas las heridas de confinamientos y crisis, que me cabe la esperanza cuando abordo la M-30 de que el mundo siga igual con problemas incluidos.
Apunta a tormenta perfecta tanta sequía mental, tanto ruido y pocas nueces, tanto mensaje tribal, tanta carga ideológica, tanta administración en guerra de votos y publicidad. Tanto fútbol —hay mundial—, tantísima prensa amarilla, tanto consumo en el mundo y tan poquita competitividad. Tanta vergüenza de ser un buen destino en el mundo, tantas trabas al talento, a la inversión y a lo nuevo. Tanta reglamentación, tanto funcionario atado para siempre a una silla que sin ser suya del todo nadie le puede quitar. Tantos pagos sin factura, tanto atender los problemas que menos preocupan a casi todos, tantos derechos ganados sin empatar con el esfuerzo, no ya de conseguirlos, sino al menos mantenerlos.
Otra vuelta del verano con el corazón en un puño, la cabeza dando vueltas en esa infinita noria que viene siendo la vida, pero sobre todo con fuerza para enfrentar lo que venga. Veo el portal de mi casa, me vuelve la rutina al cuerpo. Solo me queda un deseo que pedir en vacaciones: que la escasez de energía siempre sea de la externa. La que nace de la convicción de conseguir lo que quieres, la que alimenta tu esfuerzo y mejora el desempeño, esa que llevas dentro, esa no tiene precio. No la regula un decreto ni un comité ejecutivo. Y recargadas las pilas mañana de nuevo al ruedo.
Me quedo sin energía languideciendo el verano. Paradojas del calor, del descanso y de la vuelta a la vida de interior. Imitando, sin subvenciones, a cualquier panel de Castilla mirando siempre hacia el sol, me nutrí de vitamina, motivé mi melanina y su consecuente pigmentación, para volverme marrón en el obligatorio rito de playa, hamaca y largo descanso que nos distingue de Europa, de Japón y de la China. Tres semanas de mi vida, ahí está la distinción, mirando al viejo astro rey y dando salida holgada a ese manjar tan barato, dada su rentabilidad, que es la cebada fermentada, el lúpulo y el carbónico justo y cercano a cero grados servidos en buena jarra.