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Juan José Cercadillo

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Soñar despierto

Me imagino tras el consenso a todas las emisoras pidiendo cuentas a los políticos por las mismas cosas. Aceptando los matices, una línea de trabajo, un resultado concreto

Foto: Luis del Olmo, Carlos Alsina, Pepa Bueno, Carlos Herrera e Iñaki Gabilondo. (EFE/Quique García)
Luis del Olmo, Carlos Alsina, Pepa Bueno, Carlos Herrera e Iñaki Gabilondo. (EFE/Quique García)
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Amanezco, que no es poco, en plena noche. Como en absurda prisa de estar vivo. Por ruido, problema o remordimiento doy de bruces por igual con la almohada y el desvelo. No tengo muy claro si el origen del trastorno que rompe el orden de mi sueño en realidad lo busco o es que lo esquivo. Pero en repetida rutina pre-albores se me ponen los ojos como platos buscando las luces que aún no llegan. Es mi momento de radio.

La luz de las farolas y mi memoria dirigen manos y atención a la mesilla. Buscan entre la penumbra auriculares y iPhone, mi equipo titular contra el insomnio. Suelen ser cerca de las cinco y el primer intento de recuperar el sueño lo acometo con música de yoga. Es esa hora en la que espero que el siguiente ruido que yo oiga suene cerca de las ocho y se salte Dios o Apple la alarma de entremedias de querer hacer deporte. Tremendo y diario iluso. Apuro despierto y sin levantarme.

Paso el tiempo entre tambores, flujos de ríos y lluvias. Sonidos de viento, borbotones, pajaritos en perfecta sincronía. Demasiado ruido en mi cerebro tapa la naturaleza y su mantra. Parece que cuento los minutos para que empiecen los programas de la mañana. Mi mala rutina pide caña y, ni contando los minutos uno por uno, consigo convocar al sueño que me duerma y me repose.

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Renunciando al efecto milagroso de la supuesta frecuencia de no sé de cuántos hercios, cerca de las seis oigo la COPE. Repasan en la transición de sus programas Herrera y El Pulpo alguna canción de tiempo antiguo. Me gusta reconocerlas, y escucharles sus historias. Los cuándos y porqués de sus intérpretes. Apunto en mi memoria las que me son nuevas con el poco éxito previsto de no recordar luego ni sintonía, ni título, ni vocalista o grupo, que me dé pista a mí o a google para relocalizarlas y escucharlas otro día.

A las seis empieza el zafarrancho. Empieza el borbotón de teletipos. Hordas de insultos y opiniones salen a la caza de su espacio. Análisis o filtraciones inundan, es mi caso, el momento más vacío de mi mente aún tumbado en el camastro. Ese en el que estás más receptivo y aún menos informado. Y se me arruga la frente. Noto como tuerzo el gesto. Y oigo mi propio suspiro, a lo lejos, tapado por las sintonías de las distintas emisoras por las que me voy moviendo. Y pienso en no volver a hacer nunca la sustitución de la música por la publicidad y la palabra.

Empieza mi carrusel entrelazando a Alsina -y a Rubén- con Angels y Carlos Herrera. Mi radio, desde hace años, me lo tomo como un prisma, al menos, triangular. Un perfecto caleidoscopio que, reflejando matices, amplifica la noticia dándole forma y color. El factor de distorsión intrínseco a este modelo lo corrige mi opinión. Y así empezamos de cero casi con cada reflexión.

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Oigo la misma noticia en tres tonos diferentes. Depende del protagonista que el tono cambie de zona. Lo que le solivianta a unos a otros les satisface. Los mensajes contundentes de apoyo y el tratar de darle a algo o a alguien puntilla, guardan perfecta simetría cuya refracción, simplemente, le hace cambiar de lado. Justo los ciento ochenta grados, que más o menos sería acercarse.

Te da igual lo que les toque. De la declaración política a la elección de los jueces, todo se trivializa tapándolo con el color de tu manta. Todos tienen clarinete de quién "collons" es la culpa. Todos saben perfectamente qué hay detrás de cada cosa. Son los perfectos notarios de nuestras varias Españas que se distancian o agrupan en función de los momentos. Pero con orden y concierto, siempre dentro de los bloques. Y esos, no solo los respetan, los cuidan, los alimentan en una absurda política de pertenecer a facciones. Todo es fragmento y contraste, no quedan puntos comunes. Los editoriales se me mezclan en los breves momentos de vigilia que vence la somnolencia. Y me despierto de un brinco al fijarse en mi cerebro algunos posibles titulares que manan de su fusión. Tal aberración me sale. ¿Cómo podrán ser tan distintas la comparecencia de uno y las explicaciones de otro con el girar del dial? ¿Cómo visten de diablo o de santo a la misma persona sin compartir ni una prenda?

Cuando les llega a la mesa un tema que afecta a todos, su discurso es el acuerdo. Exigen a los políticos respaldos, o al menos apoyos, que alineen las posiciones. Ahí se les llena la boca también a los contertulios y el tono de la descalificación se torna exponencial y centrífugo -que tiende al alejamiento-. Es una tendencia que noto. Sube el grado del insulto, del desprecio y de la falta de respeto. Está al alza el vestir la camiseta.

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A veces pienso en proponer como preparación de campaña, que ya la tenemos encima, que los líderes de opinión, los que analizan los datos que nos sirven en cuchara temprano por la mañana, tengan a bien debatir y consensuar posiciones. Sentarles en una mesa y que se pongan de acuerdo. Para saber qué pedir. Rogarles que hagan el listado después de mucho debatir. Si somos tantos los que les escuchamos, ¿sería mucho exigir?

Me imagino tras el consenso a todas las emisoras pidiendo cuentas a los políticos por las mismas cosas. Aceptando los matices, una línea de trabajo, un resultado concreto. No participando de parte de esta batalla sin fin en la que nos han metido. Y que pretenden ir ganando solo temporalmente. Porque saben que no hay fin. Solo etapas de unos años.

Que discutan los que saben, los que forman opinión. Que no nos hagan enfrentarnos. Que el éxito de sus reflexiones no sea el ridículo de los otros. Que la crítica sea por algo y para todos. Si todos queremos lo mismo ¿por qué no empezamos a contárnoslo?

Amanezco, que no es poco, en plena noche. Como en absurda prisa de estar vivo. Por ruido, problema o remordimiento doy de bruces por igual con la almohada y el desvelo. No tengo muy claro si el origen del trastorno que rompe el orden de mi sueño en realidad lo busco o es que lo esquivo. Pero en repetida rutina pre-albores se me ponen los ojos como platos buscando las luces que aún no llegan. Es mi momento de radio.

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