Es noticia
Impuestos y vacas flacas
  1. España
  2. Madrid
Juan José Cercadillo

Miredondemire

Por

Impuestos y vacas flacas

La tributación es un juicio sumarísimo que sentencia qué parte de lo que tienes en realidad no te mereces, o se merecen otros más que tú, por muy tuyo y solo tuyo que sea el sudor que te ha costado ganarlo

Foto: "No te quitan de lo que tienes, te quitan de lo que te queda". (Foto: iStock)
"No te quitan de lo que tienes, te quitan de lo que te queda". (Foto: iStock)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Me imponen los impuestos tanto como a otros les ponen. Quiero decir que me asustan, no solo que me obligan. Y es que da miedo pensar la sangría a la que se somete el fruto de tu trabajo. La tributación es un juicio sumarísimo que cada treinta de junio sentencia qué parte de lo que tienes en realidad no te mereces, o se merecen otros más que tú, por muy tuyo y solo tuyo que sea el sudor que te ha costado ganarlo. No te quitan de lo que tienes, te quitan de lo que te queda. Porque durante el año fiscal precedente, de cada adquisición que cometas, digo bien cometas, dedicas una quinta parte a sostener el sistema. Pagas por todo lo que compras y pagas por lo que conservas. Pagas por lo que cobras. Pagas por lo que hagas. Aportas por poco que tengas a las arcas del Estado en sus múltiples y territoriales versiones.

Foto: María Jesús Montero, ministra de Hacienda. (EFE/J. J. Guillén)

La entrega al fondo común tiene, precisamente, buen fondo. Eso no lo pongo en duda. Creo en la equidistribución, en igualar oportunidades, en la generosidad, en la ayuda, en la importancia de los empujones iniciales. Creo que los más adelantados no deben dejar demasiado atrás al resto. Pero con el devenir de los años, y al calorcillo del exceso, el saco resulta estar roto y no parece que vayan a tocar fondo los gastos comunitarios. Y ese es un mal menor para el juicio socialdemócrata al que trato de aferrarme después de mezclar Scouts, Salesianos, padre sindicalista, madre obrera y mucha suerte. No es tanto lo que se gaste, es más doloroso el cómo.

La mitad del PIB tiene que ver con gasto público. Se genera un dineral que se deriva al alambique que destila los mil euros mensuales que destinamos de media cada español al gasto, claramente desbocado, que tienen las administraciones. Es una maquinaria perfecta. Impuesta e impositiva. Se declara progresiva, justa y universal. Uno de cada dos españoles estará de acuerdo con esto. El otro no tiene tiempo para pararse a pensar y discutir el sistema. Uno vive del recaudo, el otro aporta su diezmo. Uno de cada dos se enfada con los que tienen. El otro, de lo que tiene, cede una enormidad para que dure el contento de los que no pueden o quieren trabajar para aportar. Y también empieza a enfadarse con esa otra mitad. Son los extremos del voto. Y es una calamidad.

Foto: María Jesús Montero y Yolanda Díaz. (EFE/Javier López)

Unos se han hecho viejos, otros siguen estudiando. Hay casi tres millones con nómina de funcionario, hay otros tres millones que se declaran parados. Pensionistas, por edad o condición, rozamos los diez millones. Trabajadores aportando se cuentan veinte millones. Echen un poco las cuentas, quizá suspiremos juntos. Es poca fuerza de trabajo para sostener el sistema. Es mucha carga para el burro que se siga empeñando en aportar en vez de pedirle la concesión de un epígrafe a los presupuestos del Estado. Crece el desequilibrio apoyado falsamente en el crecimiento de la deuda. Vamos tapando con frívolos apuntes contables los déficits de esfuerzo generacionales. Quizá no lleguemos al abismo, pero porque moriremos antes. ¿Quién ha de pedirnos cuentas abandonado ya el mundo? Dejemos rodar la rueda mientras vaya cuesta abajo. Hemos hecho euros a destajo, quizá no se den ni cuenta.

Dos opciones estos días se confrontan en la prensa y en los Parlamentos autonómicos. En tertulias antagónicas que gritan en dos colores principios irrefutables, eslóganes incontestables y muchos tópicos de libro. El marco regulatorio de meter mano al bolsillo tiene distintos límites dependiendo de si vives la cultura de aportar o la de pedir dinero. Los nacidos con derecho de pedir enarbolan la bandera del reparto equitativo de lo que se ha producido. Pocos entran al debate de dónde, cómo o quién logró generar el dinero. Piensan en un manantial del que brota la riqueza como algo natural. Y no siendo de nadie es de todos. Y lo que dé, faltaría más, a repartir, a ser posible, con mi criterio. Cuentan lo que hay en la mesa y un concepto tan imparcial como el de la justicia divina les hará los montoncitos con el que procederán al reparto. Su esfuerzo consiste más en fiscalizar al que produce que en producir ellos algo.

Foto: María Jesús Montero en la sesión de control en el Congreso. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

A caballo entre la utopía de la igualdad y el espíritu justiciero se hacen con los recursos y tratan de captar adeptos, promoviendo la escasez y presumiendo del reparto. La falta de oportunidades, la precariedad del empleo, el retraso en la incorporación al mercado del trabajo van aumentando los adeptos de ese final de la cadena donde, sintiéndote encadenado, no hay más salida que la exigencia. La exigencia ideológica del tributo y del reparto como mecanismo de ingreso.

Al otro lado del sistema, ciertos vacíos legales cultivan algunas empresas cercanas al monopolio y siempre con sede extranjera. La organización de la avaricia se vuelve muy efectiva en la selva del mercado. Desde paraísos fiscales se ven mejor las orillas de donde limita el fraude. Dinero llama dinero. A gritos las más de las veces. El capital, convencido de su imprescindible labor en la marcha de este mundo, fija sus condiciones, amenaza sin pudor, se desenvuelve macarra mientras diseña el tablero en el que jugar mejor. Esa ambición desmedida, capaz de generar con daño ventajas competitivas, también presiona lo suyo. Y siendo menos hacen más ruido, es una cuestión de medios. Y para ganar aplastan, para lucrarse nos venden y para forrarse compran altavoces de las listas a las que irremediablemente todos acabaremos votando.

Foto: Isabel Rodríguez, ministra de Política Territorial y Portavoz del Gobierno. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Esa tensión de la cadena que generan ambos extremos se nota si estás en medio. Si no eres un parado ni una empresa tecnológica. Si no necesitas limosna o no te sobra el dinero. En esos peldaños centrales de esta miserable escalera, entre lo que aprietan los de abajo que quieren mecanizarla y lo que aprietan los de arriba que querrían demolerla, vivimos a duras penas empleados y empresarios, autónomos y demás hierbas. Esos que con su trabajo, sus impuestos y sus mierdas sostienen tanto debate, tanta administración y prensa. A la vaca que da leche conviene que se le dé hierba. No es un tema de egoísmo, es física alimenticia. Puede que cuando pases hambre te quieras comer a la vaca, o al revés, dejarla del todo famélica, pero se puede preguntar al más ignorante paisano que siempre te dirá lo mismo: a la vaca ni tocarla que de eso es que vivimos.

Me imponen los impuestos tanto como a otros les ponen. Quiero decir que me asustan, no solo que me obligan. Y es que da miedo pensar la sangría a la que se somete el fruto de tu trabajo. La tributación es un juicio sumarísimo que cada treinta de junio sentencia qué parte de lo que tienes en realidad no te mereces, o se merecen otros más que tú, por muy tuyo y solo tuyo que sea el sudor que te ha costado ganarlo. No te quitan de lo que tienes, te quitan de lo que te queda. Porque durante el año fiscal precedente, de cada adquisición que cometas, digo bien cometas, dedicas una quinta parte a sostener el sistema. Pagas por todo lo que compras y pagas por lo que conservas. Pagas por lo que cobras. Pagas por lo que hagas. Aportas por poco que tengas a las arcas del Estado en sus múltiples y territoriales versiones.

Fiscalidad
El redactor recomienda