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Juan José Cercadillo

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Okupar o preocupar

Todo tiene un dueño, incluso cuando ese dueño somos todos. Y nos guste o no, el propietario merece un atómico respeto. Probablemente no haya justicia en la propiedad, pero esta es inevitable, consustancial a la vida

Foto: La Policía Nacional desalojando el 'Johnny'. (EFE/Ángel Díaz)
La Policía Nacional desalojando el 'Johnny'. (EFE/Ángel Díaz)
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Hubo un tiempo sin propiedad privada. Hasta que se crearon los átomos. Ahí empezó todo. Desde que el primer protón se hizo con los servicios electromagnéticos del primer electrón, creando el átomo de hidrógeno, la naturaleza marcó camino expedito al capitalismo. Desde ese mismo momento, arrancarle un electrón por la fuerza a la más simple unidad de materia libera cantidades ingentes de energía cuya fuente principal, claramente, es el cabreo. “Como me quites un electrón te enteras” parecen decir las fuerzas fundamentales de la naturaleza, que gobiernan toda la física conocida, a todo aquel que atente contra lo que no es suyo. Una cosa es que lo ceda de forma voluntaria o interesada, capitalismo de partículas podríamos decir, y otra bien distinta es que cojas de lo que no es tuyo. Por pequeño que sea el hurto, si lo escalas, se ha demostrado que puede acabar en bomba atómica.

Foto: Dos policías frente a un edificio okupado de Madrid. (EFE/Javier López)

Desde esa regla tan básica parece haberse ordenado nuestro universo y la existencia de todas las cosas. Desde el respeto a lo ajeno. Cualquier interacción violenta tiene sus consecuencias. Así han funcionado, no sin problemas es cierto, desde amebas a primates para traernos a estos días. Millones de años después de demostrar su precario pero convincente funcionamiento, en una deriva intelectual encomiable, no lo niego, algunos pretendieron romper el equilibrio de lo que es tuyo y de lo que no lo es con la abolición de la propiedad privada. Normal que luchar contra algo tan poderoso como la naturaleza misma acabara fracasando. De aquellos planteamientos tan bienintencionados como erróneos derivan situaciones de conflicto de muy distinta valoración hoy, según tu sesgo económico, perdón, quería decir ideológico.

Foto: Dispositivo policial para el desalojo de un casal okupa en Benimaclet. (EFE/Biel Aliño)

Todo tiene un dueño. Incluso cuando ese dueño somos todos, tiene dueño. Y nos guste o no, el propietario merece un atómico respeto. Probablemente no hay justicia en la propiedad pero dicha propiedad es inevitable, consustancial a la vida. La propiedad privada es un robo, decía Proudhon. Es curioso que ni los más radicales planteamientos marxistas ni las más revolucionarias posiciones anarquistas demonizan la propiedad en sentido estricto. Lo que no les gusta es que las cosas sean de otros. Reconocen lo existencial de la propiedad y la imposibilidad de obviarla pero son capaces de “prohibirla” si no tienen el control sobre ella. Es tan absurdo y antinatural como tratar de prohibir la fuerza de la gravedad.

Que entendamos desde Einstein que no es una fuerza sino una curvatura del espacio-tiempo tampoco evitará que nos caigamos del guindo con una aceleración de 9,8 metros por segundo. De la misma manera podemos seguir investigando con ingeniería social para alcanzar mejores formas de entender y organizar la propiedad, pero esta siempre seguirá existiendo. Y seguiremos disfrutando o sufriendo, dependiendo de tu sesgo económico, perdón quería decir ideológico, sus consecuencias.

De todas las propiedades que perseguimos, el poseer un cobijo siempre resultó prioritario

De todas las propiedades que perseguimos, ajenos a la latitud en la que vivamos, el poseer un cobijo siempre resultó prioritario. Alcanzar la posesión que aísle de la intemperie parece suficientemente fundamental como para constituirlo en derecho. Y así lo consideramos. Y es ahora y aquí donde el pervertido y moderno concepto del derecho como facultad que me corresponde sin contrapartida alguna choca directamente con las leyes fundamentales de la propiedad. Y de la posesión, por cierto.

Foto: Villacís atiende a los medios de comunicación en una imagen de archivo. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Lo conflictivo de mezclar estos conceptos salta con frecuencia a los telediarios. Gente con derecho a una vivienda digna desalojados de la vivienda de otros. El derecho a poseer contra el derecho de usar. No es fácil ese debate. Como resulta difícil también poder acreditar con contundencia cuál de los dos deba prevalecer en todo caso sobre el otro. Sobre todo en una discusión teórica o abstracta. Llevado al terreno de la realidad, mezclar grandes corporaciones propietarias con familias sin recursos necesariamente originará un conflicto, además de jurídico, ético. Y en cualquier caso polarizante.

El derecho a desalojar a un moroso contra la infamia de arrojar a la calle a una familia. Es imposible estar siempre de un solo lado sin caer en algún momento en la injusticia. La laxitud y los retrasos, exigible en algunos casos puntuales, en los lanzamientos de viviendas han abonado el fenómeno de la ocupación “porque yo lo valgo”. Esa que, a los ojos de cualquiera, en lugar de solventarse el que ocupa una injusticia, en realidad la comete.

Foto: Okupas en un edificio en el centro de Madrid. (EFE/Javier López)

El problema de reconocer la necesidad de estudiar caso por caso las circunstancias exactas de cada uno de los conflictos de impago u ocupación es el tiempo. El tiempo que se está tardando en resolverlo. Meses, si no años, de injusticia se está ejerciendo sobre propietarios que cumplieron con rigor las exigentes contrapartidas que reclama la propiedad de una vivienda. Un deterioro físico del inmueble y un deterioro económico evidente castigan a quien más esfuerzo hizo por ahorrar y pagar el precio de sentirse protegido o remunerado. La aparente impunidad de quien ocupa por resultarle un gran ahorro de esfuerzo debería erradicarse.

Además, acelerar la resolución de los conflictos, pondría muchas viviendas vacías en el mercado, mejoraría la oferta del alquiler como solución transitoria a la compraventa, verdadero salvavidas de una jubilación que se prevé larga. Porque al final en la oferta es donde se resuelve todo. Hay viviendas en los pueblos de muchas provincias de España en venta a sesenta euros el metro.

Foto: Policías en el desalojo de La Quimera. (Twitter/Policía Municipal Madrid)

Hay oferta de viviendas pero en el lugar equivocado. Generar más unidades ahí donde está la demanda, reducir los plazos de gestión y los costes fiscales y ocultos de la producción es la única solución real para que la vivienda se acerque a la economía de casi todos. Puede que no sea la más rápida pero a medio plazo seguro que sería la más efectiva de todas las soluciones.

Hay que preocuparse por resolverlo. Hay que ocuparse de todos, propietarios y sin techo. Sería bueno conseguirlo sin robar ni un electrón a nadie que ya lo tenga.

Hubo un tiempo sin propiedad privada. Hasta que se crearon los átomos. Ahí empezó todo. Desde que el primer protón se hizo con los servicios electromagnéticos del primer electrón, creando el átomo de hidrógeno, la naturaleza marcó camino expedito al capitalismo. Desde ese mismo momento, arrancarle un electrón por la fuerza a la más simple unidad de materia libera cantidades ingentes de energía cuya fuente principal, claramente, es el cabreo. “Como me quites un electrón te enteras” parecen decir las fuerzas fundamentales de la naturaleza, que gobiernan toda la física conocida, a todo aquel que atente contra lo que no es suyo. Una cosa es que lo ceda de forma voluntaria o interesada, capitalismo de partículas podríamos decir, y otra bien distinta es que cojas de lo que no es tuyo. Por pequeño que sea el hurto, si lo escalas, se ha demostrado que puede acabar en bomba atómica.

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