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Miredondemire
Por
Como borregos
Vuelve la escena a Madrid del rebaño trotamundos. Gran movimiento de marketing aunque no sé con qué fin
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Ovinos por todo Madrid pretenden ser excepción justo este fin de semana. Ilusos. Con la cantidad de borregos que nos movemos por aquí durante el resto del año. Deambulan, que no trashuman, tras bajarse de camiones en plena Casa de Campo en tropel hacia Cibeles. Escenifican escena de tradición centenaria. Un ejercicio histórico de demostración de poder. Cuanto todo sucumbía al hambre de los ganados y perdían los demás por tener que respetar autopistas de ungulados por un mísero peaje. Alfonso X El Sabio sabía de los conflictos y allá por el 1300 se despachó un edicto que blindaba los caminos de la oveja hacia sus pastos.
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Es un sistema sanguíneo el de las vías pecuarias que recorre la península uniendo al norte y al sur en esa vocación sostenible de no maltratar los corderos ni con frío ni calor. Norte para pasar el verano y sur para los inviernos. Una migración impuesta por el rendimiento humano que los ancestrales ovinos no llevaban en sus genes y que por más de mil años se hizo costumbre pedestre. En ese caminar sin cese consolidaron caminos que suman para su uso exclusivo 125.000 kilómetros. Una barbaridad objetiva que crece en nuestra cabeza si la comparas con los 165.000 kilómetros que tenemos de carreteras para ir de un lado a otro el resto de los borregos que utilizamos el coche, el autobús o a Amazon.
Las hay de varios carriles. Tienen zonas de descanso, las majadas. Y tenían hasta gasolineras, miles y miles de fuentes que condicionaban su trazado y ya inútiles de tan pertinaz sequía. Y hasta viaductos que cruzan autovías y barrancos. Desde las cañadas reales de noventa varas castellanas —unos 75 metros— a las humildes coladas, las veredas y cordeles recorrían la anatomía de Iberia para llevarse a la boca de una de sus grandes industrias la materia prima de la hierba, el pasto con los nutrientes y la imprescindible agua. Siempre les resultó más fácil que desplazara la oveja a desplazarles la paja.
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Siguen intactas y protegidas. Kilómetros de dominio público cuya función queda hoy muy cercana a la molestia. Sin las ovejas dispuestas a pegarse la paliza, sin perro que las achuche ni pastor que las conduzca, los caminos de la Mesta devienen en un vestigio que genera burocracia a multitud de negocios. Más de los que parecen y no solo al urbanismo. Comunidades y Estado en perfecta competencia, de competir no de rendir, pelean por la medalla de ser el más riguroso. El mayor proteccionista de esos caminos insulsos que un día hicieron cumbre en nuestra capacidad tecnológica de gestión de los recursos.
Yo no digo de quitarlos. Al contrario, hay que cuidarlos. Hijo y nieto de pastores ofendería a mi sangre persiguiendo su extinción. Ciclista ocasional y minisenderista flojo ofendería mi ocio exigiendo abandonarlas. Pero quizá por ver el potencial de que los borregos como yo sustituyan a los originales en el uso de tal red siento una tremenda pena de que se gestionen tan lento y tan poco útil. Hoy cualquier actuación que roce, o pudiera rozar un milímetro de camino ganadero entra en el túnel del tiempo de la gestión burocrática. Sabes cuándo entra el papel pero no en qué época salga. Es comprensible y honroso el intento de cuidarlas pero busquémosles un fin ahora que a las pocas ovejas que aún criamos en España les sirven su buffet expuesto al refugio de una nave, o en cinta transportadora, o se lo piden a Amazon. Somos “propietarios” de la red los cincuenta millones de corderitos que, pasando por la caja del Dechatlon en pretensión deportiva, estamos dispuestos a utilizarla frente a las apenas quince millones de ovejas victimas de sedentarismo que se registran en España. Insisto hay que cuidarlas y mejoraría su gestión buscándoles nuevo sentido y mucha mejor percepción.
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Vuelve la escena a Madrid del rebaño trotamundos. Gran movimiento de marketing aunque no sé con qué fin. Si es la promoción de la carne, mejor que la chavalería que quiera tocar un cordero siga sin relacionarlo con las chuletitas de la bandeja de plástico del lineal del Mercadona. Que ya le pasó al conejo. O con la pelota de carne apelmazada del kébab que seguro hay en su barrio. La lana sigue a la baja y la leche se comercializa exclusivamente para quesos y no veo yo a los industriales celebrando la parada en mitad de la Gran Vía. Quizá lo de apuntalar nuestra raíz castellana rescatando trashumancia y medievales mercados tengan rédito político. No lo veo. Se junta con todo esto que la oveja es animal feo y aunque el cordero es tierno hasta que cumple el primer año, en su expresión me refiero, no lo veo un gran reclamo para las redes sociales. Descartado el postureo.
Si es el lobby ganadero ejerciendo sus derechos vería más productivo la marcha por San Fernando. Por ese tramo concreto de la Cañada Real, la Galiana, ocupado sin permisos, sin electricidad y sin agua. Ese que alberga un barrio de casi ocho mil personas y que trae por la cañada de la amargura tanto a gestores públicos ante el delito flagrante, como a ocupantes con tan poco derecho como opciones reales de traslado. Pero no creo que se decidan los organizadores, que tendrán que devolver intactas las ovejas.
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Voy a borreguizarme un poco esta tarde por Cibeles. Voy a contemplar el rebaño de los que vamos a verles y también me fijaré en el que viene a ser visto. Al de ovejas me refiero, no me refería a políticos. Resulta tan metafórica, tan sutilmente sociológica su marcha hoy por las calles… todos vestidos iguales, todos juntos y gregarios, todos asustadizos. Y todos predestinados. Todos con miles de caminos disponibles por recorrer y solo recorriendo uno. Como borregos que son. Como borregos que somos.
Ovinos por todo Madrid pretenden ser excepción justo este fin de semana. Ilusos. Con la cantidad de borregos que nos movemos por aquí durante el resto del año. Deambulan, que no trashuman, tras bajarse de camiones en plena Casa de Campo en tropel hacia Cibeles. Escenifican escena de tradición centenaria. Un ejercicio histórico de demostración de poder. Cuanto todo sucumbía al hambre de los ganados y perdían los demás por tener que respetar autopistas de ungulados por un mísero peaje. Alfonso X El Sabio sabía de los conflictos y allá por el 1300 se despachó un edicto que blindaba los caminos de la oveja hacia sus pastos.