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Juan José Cercadillo

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A bote pronto

Almeida, al soltar el cuero, comete su primer fallo. La verticalidad perdida por cierta impericia de manos, quizá precipitación del gesto, ya auguraba un mal presagio

Foto: Almeida, en la recepción el pasado mes de mayo a la selección neozelandesa de rugby. (EFE/Chema Moya)
Almeida, en la recepción el pasado mes de mayo a la selección neozelandesa de rugby. (EFE/Chema Moya)
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No es fácil domar el óvalo. Es un esférico con dos picos. Un mal botar irremediable obedeciendo a su físico que lo hace ingobernable. Es uno más en el rugby y toma sus decisiones. A izquierda, a derecha o al centro, el balón toma su camino desconcertándonos al resto, repartiendo oportunidades para echártelo a las manos al azar de su intelecto y de sus leyes de Newton. No suele ser obediente, ni tiene patrón ninguno en su rebotar en el césped. No resulta previsible su devenir por el campo y es un atractivo más del mejor deporte del mundo, que me gustó practicar cuando no mandaban las quejas por los rincones del cuerpo.

Hay un lance en ese juego con el que comienza todo. Lo llamaron drop los ingleses, cuando perfeccionaron el fútbol, y significa soltar. Y nosotros bote-pronto: con el melón vertical lo sueltas con cuidadito y según rebota el pico le propinas la patada. Ese es el saque inicial. Y comienza la batalla. Treinta guerreros antiguos luchan en grupos de quince por depositar el balón en esa zona marcada que le llamamos de ensayo que de ensayar no tiene nada porque es todo verdad. Allí la tienes que llevar pasándola para atrás si quieres usar las dos manos y a patadas adelante arriesgando que la pierdes y que dejas de atacar. Miles de reglas después, cuando corres por el campo, te das cuenta de que lo que acaba mandando suelen ser siempre las pelotas. Los balones, me refiero, por su caótico bote y su devenir incierto.

placeholder Almeida lanza un balón de rugby en la inauguración del campo de Vallecas. (Ayuntamiento de Madrid)
Almeida lanza un balón de rugby en la inauguración del campo de Vallecas. (Ayuntamiento de Madrid)

Se inaugura un nuevo campo que por fin no es para el fútbol. Solo eso ya es noticia por la que tomarse cerveza. Pero es que, en la performance de darlo por inaugurado, alguno de protocolo que ni sabe qué es el rugby le propone a nuestro alcalde que haga el saque a bote pronto. Y a bote pronto el alcalde acepta el reto encantado a pesar de que, ni físico ni antecedentes, parecen estar de su lado. La marabunta de prensa, la gráfica en este caso, que acompaña previo pago el carrusel de inauguraciones que nos quedan hasta mayo, se alinea cual barrera para inmortalizar el acto. En trance aspiracional de ser portada del Marca, creyéndose poseído por el mismísimo Wilkinson, el alcalde da un pasito hacia la gloria deportiva con la que siempre ha soñado. Con el balón en las manos, con determinación de atleta, suelta el esférico ahuevado hacia su pequeño bote. Arma su pierna derecha en precisa sincronía mientras retumban en su mente aplausos anticipados. No llegará a portería pero la foto, portada.

Almeida, al soltar el cuero, comete su primer fallo. La verticalidad perdida por cierta impericia de manos, quizá precipitación del gesto, quizá la ansiedad del resultado, en la descendente trayectoria del sujetado elíptico ya auguraba un mal presagio. Ese balón inclinado, en venganza o en busca del meme y el chascarrillo, tuerce su itinerario previsto de vuelta del recién sembrado césped. Inclina su eje unos grados evitando que el zapato de nuestro alcalde apertura —por el puesto del que suele sacar de centro, no por el acto— impacte en su justo sitio para elevarse dos metros o dirigirse algo recto en busca de los tres palos. No ocurriendo nada de eso vino el cómico resultado.

Foto: Momento del partido de rugby disputado el pasado febrero entre España y Rumanía. (EFE/Chema Moya) Opinión
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El balón, en misión inevitable de proveer alegrías, sale casi perpendicular a la trayectoria esperada. Rápido y a ras del suelo pronto acaba su viaje. Y le suelta tremendo ídem a la cámara de un currante. Inaugurada la lente de su herramienta de trabajo explosionaron las risas, el grito del camarógrafo y el ¡Ostias! de los presentes. El único que quedó mudo fue el de protocolo, buscando ya donde meterse. El alcalde ante el giro de los acontecimientos gira también sobre sí mismo tratando de procesar el cambio de la portada que solo dos segundos antes lucía a cinco columnas en su mente ilusionada. Con expresión de "¡otra vez!" se resigna al cachondeo. No le da la situación ni para pedirle disculpas al receptor del balón que ya le estaba echando cuentas al importe de su futura reclamación.

"Otro pelotazo del alcalde" fue el primer titular que se le vino a la mente. De la asunción del fracaso al anuncio de retirada pasaron apenas horas. Con una dignidad imprevista, y muy impropia de su oficio, ha hecho saber al mundo del final de su carrera. Nunca más saques de honor. Nunca más lances de juego. En cierta revancha Atlética ha decidido opacar en prensa internacional la retirada de otro deportista mítico. Piqué pasó al ostracismo ante el anuncio alcaldil. Todo el mundo del deporte obviando lo de Piqué, y si volverá con Shakira, y rasgándose las vestiduras, especulando motivos y desconfiando un poco del carácter definitivo del anunciado retiro del admirable Almeida. Quedan aún polideportivos, piscinas, canchas de tenis y petancas esperando ser abiertas con el timming adecuado. Y la vuelta, desde luego, sería muy esperada.

Los primeros en felicitar a Almeida han sido los de la AFPE. La Asociación de Fotógrafos Profesionales de España emitió un comunicado en el que agradecía la decisión del regidor municipal a la vez que de forma más contenida celebraban la más que segura rebaja de las cuotas de su Mutua. También, en previsión del carácter no definitivo del anuncio de retirada, cursaron la comunicación de la suspensión de los actos previstos para la inauguración de sus nuevas instalaciones el Club de Tiro con Arco Leganés y La escuela de atletismo de Hortaleza que abría sus secciones de lanzamiento de peso, martillo y disco la próxima semana. Se va imponiendo la prudencia.

Y eso es lo que hace falta y parece que hay consenso, vistas algunas encuestas, que tenemos. Un alcalde concentrado en lo que son sus labores. Renunciando a titulares y gestionando miserias de problemas de limpieza, de seguridad en las calles, de atascos y otras malezas. Alguien aglutinando las necesidades de todos y marcando prioridades en la gestión de los gastos y exigiendo la eficiencia de miles de contratados. Funcionarios y contratas que resulten eficientes en la venta de Madrid y no en la compra de votos. Yo, qué quieren que les diga, así a bote pronto no necesito un alcalde deportista.

No es fácil domar el óvalo. Es un esférico con dos picos. Un mal botar irremediable obedeciendo a su físico que lo hace ingobernable. Es uno más en el rugby y toma sus decisiones. A izquierda, a derecha o al centro, el balón toma su camino desconcertándonos al resto, repartiendo oportunidades para echártelo a las manos al azar de su intelecto y de sus leyes de Newton. No suele ser obediente, ni tiene patrón ninguno en su rebotar en el césped. No resulta previsible su devenir por el campo y es un atractivo más del mejor deporte del mundo, que me gustó practicar cuando no mandaban las quejas por los rincones del cuerpo.

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