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8.000 millones y unos cuantos
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Juan José Cercadillo

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8.000 millones y unos cuantos

Como padre primerizo, andaba yo escudriñando que el número de miembros y apéndices portados por ese muñeco morado, que decían era mi hijo, se acercaba a lo correcto y con cada cosa en su lado

Foto: Damián, bebé nacido en República Dominicana, está considerada la persona con la que la tierra ha alcanzado los 8.000 millones de habitantes. (EFE/Orlando Barría)
Damián, bebé nacido en República Dominicana, está considerada la persona con la que la tierra ha alcanzado los 8.000 millones de habitantes. (EFE/Orlando Barría)
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Ando con la duda razonable de haber dado por fin en el clavo. El niño 8.000 millones ha nacido esta semana. Eso fue el martes pasado. Mismo día y misma hora que, como padre primerizo, andaba yo escudriñando que el número de miembros y apéndices portados por ese muñeco morado, que decían era mi hijo, se acercaba a lo correcto y con cada cosa en su lado. Entre los nervios, los lloros, y los residuos dantescos que lo coloreaban todo, alcancé a contar dedos, piernas, orejas y rabos certificando internamente la coincidencia matemática entre lo que se supone estándar y lo recién llegado. Un alivio inexplicable para quien en toda su vida no remató casi nada. Por raro que les parezca saltó muy rápido a la vista la aportación de la madre que, comparado conmigo, parecía descansada.

Foto: Ancianos conversan en San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)

Extraño proceso el del nacimiento con todo lo que hemos evolucionado. Abandonar ese hueco cuando ya estás horneado debería ser más bello. Lo de pasar un rico por el ojo de una aguja me parece menos reto. El chaval es empujado por eso que más lo quiere a abandonar sus entrañas en un acto innegociable, rayano en lo violento. Él en su calma chicha de ir ordenando sus células nunca pudo imaginar un desalojo tan rápido. Y muestra sorpresa y disgusto desde que asoma la cabeza y se adentra en este mundo. Con volumen y con genio.

Terminada la observación, con el éxito del conteo, la funcionalidad de sistemas para respiración autónoma y no poca simetría de formas preconizando lo bello, la satisfacción fue plena. Habíamos dado en el clavo fuera el número que fuera de habitantes de este mundo. Fue después de unos días lo de reparar en la coincidencia que podría ser el nuestro el del número redondo. 8.000 millones cuentan. Cuentan que hay pululando y cuentan uno por uno. Quiero decir que hay muchos y a la vez que la cantidad no merma la esencia de lo que es cada uno. Una paradoja siniestra la de considerar que, como hay demasiados, a cien más o a 10.000 menos no habría que echarles cuentas. Una peligrosa tendencia presente en los telediarios que desde el momento del parto me hiere y me escandaliza con mucha más intensidad que antes de entregar mis cromosomas y ver de lo que soy capaz.

placeholder Esta semana el mundo ha alcanzado los 8.000 millones de habitantes. (EFE/Carlos Ramírez)
Esta semana el mundo ha alcanzado los 8.000 millones de habitantes. (EFE/Carlos Ramírez)

Siento cierta confusión, sabiendo que somos muchos, por haber colaborado en la masificación del planeta. Pido desde ya perdón pidiendo un poco de paciencia. Prometiendo concienciar de todos nuestros problemas a quien conocerá el próximo siglo y hablará de mi existencia —mi nueva gran aspiración para lo que me quede de vida—. Si se cumple la estadística llegará al 2100 casi como una rosa. Año también redondo en el que no habrá parado el aumento de población. No será hasta el 2200 que se estabilicen las cifras. 11.500 millones, cuando el que esté como una rosa ojalá sea mi nieto, campando por sus respetos tendrán que ponerse de acuerdo para no irse tropezando. Si es que salen de los nichos físicos hacinados por el mundo en su más que irremediable metaverso. Campar no camparán mucho, veremos qué pasa desde aquí a entonces con el tema del respeto.

En un alarde de padre —acopio de babas por medio— y de impaciencia inevitable —que no tengo mucho tiempo dada mi edad de viejoven— he decido empezar a aportarle mi mirada. Ya le he dibujado al niño su entorno y su panorama. No me pareció productivo centrarme en peluches ni nanas, que quiero empezar desde pronto ahora que empiezo de cero. Le he creado pictogramas para que entienda este mundo. La semana tan movida, los dibujos por el suelo y tres horas de noticias que me tragué en el atasco me desolaron un poco a la llegada a mi casa. El pobre, que ni miraba, no sabe aun la que se le viene encima. Y no lo digo por un padre medio loco, pretencioso y egoísta. Lo digo por la movida que tenemos de semana y que traté de reflejar con dibujos de trazo simple en cartulinas blancas semejantes a unas cartas de tamaño xl para poderme comunicar con el desconcertado neonato.

Foto: Cristina Herrero, presidenta de la AIReF. (EFE/Javier Lizón)

Al entrar a la habitación luchaba contra sus gases tumbado sin remisión dada la desproporcionalidad del peso de su cabeza. El azar y mi torpeza repartieron mis apuntes por el resto de la manta que no ocupaba mi bicho. La ficha de la inflación marcando casi todo en rojo cayó junto a la del gasto de nuestras administraciones públicas. En perversa conexión asomaba por debajo la encuesta de confianza de empresarios y familias. Completaban el casual y aterrador cuadro sinóptico desparramado por el suelo la subida del Euribor, el precio de la energía, los misiles en Polonia, la candidatura de Trump y la amenaza de reforma de nuestro código penal. Normal que cerrara los ojos y tratara de escapar con el sonido relajante del carrusel de estrellitas que nos colaron con la cuna y que no sé cómo apagar.

No nos hizo falta hablar. Los dos entendimos muy claro que hay mucho que trabajar. Sobre todo analizando declaraciones de algunas con responsabilidad de Gobierno mandando a jueces a la escuela, a su casa o al carajo. Fruncimos el ceño ambos. Creemos en la igualdad de ser todos diferentes, no en la homogeneidad de pensamiento y de obra. Ese hecho diferencial es el que aporta progreso, contraste y competitividad. No se lo pueden cargar las cargas ideológicas de quien no construye nada, del que adora destruir, del que siente como un ataque lo que atesoren los otros. Aquellos en cuya mente siempre se razona en contra, incluso de sus intereses, y que creen sentirse más fuertes debilitándonos a todos.

Foto: Una pareja pasea por Oviedo. (EFE) Opinión
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En ese tenso silencio, en ese parecer mirarme con resignación y sin foco, me vi en la obligación de completar otra escena, la que más me preocupó con creces de la semana. En el viacrucis de reuniones que completé una mañana dieron mis pasos en uno que se me clavó en el alma. Por encima de ridículos de políticos o prensa rindiéndose a extraños intereses me acongojó una fila de jóvenes que rodeaban la embajada americana. No parecían protestar resignados y pacientes bajo una ligera lluvia que hacía rato molestaba. Avanzaba sin contarlos pero me parecieron muchos cuando llegué a su cabecera y vi el destino de su espera y la razón de su alineado propósito. Era la ventana de visados para su sueño en América. Eso ahora mismo a mi hijo aún no sé cómo explicárselo. Sé que son sólo unos cuantos, pero es que valen millones y se los están llevando.

Ando con la duda razonable de haber dado por fin en el clavo. El niño 8.000 millones ha nacido esta semana. Eso fue el martes pasado. Mismo día y misma hora que, como padre primerizo, andaba yo escudriñando que el número de miembros y apéndices portados por ese muñeco morado, que decían era mi hijo, se acercaba a lo correcto y con cada cosa en su lado. Entre los nervios, los lloros, y los residuos dantescos que lo coloreaban todo, alcancé a contar dedos, piernas, orejas y rabos certificando internamente la coincidencia matemática entre lo que se supone estándar y lo recién llegado. Un alivio inexplicable para quien en toda su vida no remató casi nada. Por raro que les parezca saltó muy rápido a la vista la aportación de la madre que, comparado conmigo, parecía descansada.

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