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Decenas de escenas de cenas... ¿obscenas?
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Juan José Cercadillo

Miredondemire

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Decenas de escenas de cenas... ¿obscenas?

Nosotros pronto aprendimos que en estas cenas de empresa se forjan grandes equipos. Es salir de amanecida o no quedarte a los postres. Morderte tu propia lengua o rozártela con otra. Es la cara o la cruz de la moneda que paga tus hipotecas

Foto: Varias personas bailan en una discoteca. (iStock)
Varias personas bailan en una discoteca. (iStock)
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Luchando por hacerse hueco legal, oficial y concreto en el Estatuto de los Trabajadores llevan las cenas de empresa ya varios cientos de años. Lo consuetudinario del evento no ha obtenido reflejo formal ni normativo hasta el momento presente. Sorprende si tenemos en cuenta lo documentado de su existencia, lo reclamado de su celebración por el ego de los empresarios y lo asumido de su asistencia por empleados y operarios. Siendo el periodo navideño actualmente el más valorado para su consecución, originalmente se llevaba a cabo en diversas épocas del año. La primera manifestación de la que tenemos constancia parece que tuvo lugar en torno a la Semana Santa. Y aunque resulta más que contrastada la poca fiabilidad de la coincidencia del calendario gregoriano y del eclesial, todos asumimos que la famosa Última Cena, y primera cena de empresa verdaderamente referenciada, la celebró Jesucristo justo en un Jueves Santo.

Foto: Esas sonrisitas de complicidad... (iStock)

Al jefe, tratando de convocar en ambiente más festivo —dadas ciertas incertidumbres— a todos sus empleados, se le ocurrió el homenaje del encuentro culinario. No es que previera el cierre pero si algunos cambios. Y qué mejor que una fiesta para calmarles los ánimos. Habría pan, habría vino y temas de los que hablar que ha sido un año intenso el 33 después de Cristo. Que si el de recursos humanos te abandona a la primera. Que si al director financiero habría que sustituirlo, que es capaz de jugártela por menos de treinta monedas. Los tres o cuatro comerciales en la esquina y a su rollo criticando la escasez de levadura en el pan ácimo, lo incómodo de las sillas y esa iluminación de saldo. El preferido del CEO señalado sucesor sin valorar alternativas más allá de la opinión de su familiar directo que es el propio director. Los de contabilidad contando que si panes, que si peces. Los jurídicos diciendo que ciertas bodas no valen por como acabó la cosa y discutiendo con los de producción de donde salió tanto vino. Los de marketing defendiendo campañas tan alocadas como hacer andar en el agua al presidente del grupo, que siempre se mantuvo a flote y que raras veces se moja. Los informáticos presumiendo de haber reiniciado a Lázaro. Y los pesaos de fiscal sin saber cómo decir antes de que llegue el postre que, como tarde mañana, tenemos inspección, y gorda. Y que por culpa de la dejadez de los sosos de compliance van a acabar crucificándonos al jefe.

Vistos los buenos resultados en términos de permanencia de la gran empresa cristiana consolidada esa noche, ha resultado copiado hasta la actual parodia el mecanismo de mezcla, de renovación de propósitos, de pelillos a la mar, de un chupito y te perdono, del tengo algo que decirte, del que nos queremos todos. Ese foro alcoholizado, esa ágora fugaz, ese ring en el que casi siempre acabas contra las cuerdas surge una vez al año por tradición y consenso. Por paternalismo y presupuesto. También por falta de criterio y poca originalidad. Es el team building del pueblo, el perdón de los pecados, es el gran confesionario, la sublimación de los corrillos y el caos garantizado. Es ese pozo sin fondo donde tirarnos los tejos. Esa moneda al brocal por si se cumple un deseo que llevas meses aguantando y manteniendo en secreto. Es la excusa del baboso, es el púlpito del tímido. Es el espejito mágico que se alquila el empresario para escuchar su belleza. Es una noche de perros para los más aperreados. El coto de los solteros, el circo de los casados.

placeholder Vista de la iluminación navideña de Madrid. (EFE/Fernando Villar)
Vista de la iluminación navideña de Madrid. (EFE/Fernando Villar)

Cruces de sonrisas falsas y de sinceros piropos, sin señalización suficiente, desenchufados los semáforos por cavas, cervezas o vinos, provocan no pocos choques y algunos pocos heridos. Desde el qué me pongo esta noche al joder cómo te pones —o cómo me pones— mandan los espirituosos más que los pobres de espíritu. Los directores de área marcando su territorio. Los jefes de división tratando de unir a la gente. Departamentos enteros departiendo, y hasta mintiendo, sobre lo tan extraordinario que fueron sus resultados. Todos los de mantenimiento cerca de la barra libre que hoy no es un día de ahorros. Los de sostenibilidad sujetando como sea a los borrachos. Los de atención al cliente desahogando sus tensiones con la pobre del ropero. El de seguridad y salud mezclando ron y tequila. Los de la central de compras alquilándose por horas. Los de blanqueo de capitales prohibiéndonos el reggaeton, el pop y el folk, en beneficio de la eterna pachanga hispana.

Es la noche del abrazo o del puñal por la espalda. El día que pides perdón o en el que has perdonado. La fiesta que no quieres acabar o el tormento que no cesa. Es la cena con amigos o el baile entre tiburones. Ese gran salto al vacío cuando empiezas el striptease. El cantar por Raphael de quien no levanta la voz los doce meses del año. Es el irse a la francesa o conquistar una sala y hasta ponerle tu nombre cuando llega la mañana. Es salir de amanecida o no quedarte a los postres. Morderte tu propia lengua o rozártela con otra. Es la cara o la cruz de la moneda que paga tus hipotecas. El darse la vuelta a tiempo o el quemar todas las naves.

Foto: Foto de la presentación de la serie 'The Office'.

Lo que abunde en esa noche de encuentros más que oportunos u oportunidades perdidas acaba siendo diagnóstico. Una cena sin rencores, de diversiones honestas y de buenas relaciones hablan de la salud de un proyecto que siempre, siempre, es compartido y de grupo. Un rato desinhibidos en el que rezume el respeto, la admiración y el cariño hablan bien de los pilares de esas estructuras complejas que formamos las personas para la consecución de metas. Ese trabajo coral que en realidad son las empresas no debería desafinar en una noche de fiesta.

Los que llevamos ya muchas solo podemos constatar que son una gran herramienta para sacarse el cariño del fondo de los bolsillos, para apurar ese vaso en el que a veces te ahogas por poca agua que tenga. Para consolidar esa piña de la que te dejan ser parte el resto de compañeros evitando mientras puedas lo de darte algún piñazo por creerte piñón suelto. Para dejarte el orgullo donde dejes el abrigo. Para olvidarte tu puesto y olvidarte del despacho, la pecera de los necios.

Nosotros pronto aprendimos que en estas cenas de empresa se forjan grandes equipos. Por eso, cuando empezamos, y siguiendo los designios de muy antiguas empresas y de jefes krapulillas recién llegados al oficio, cenábamos todos los jueves, los sábados y algún domingo. Eso sí, superamos muy muy pronto lo del pan y lo del vino.

Luchando por hacerse hueco legal, oficial y concreto en el Estatuto de los Trabajadores llevan las cenas de empresa ya varios cientos de años. Lo consuetudinario del evento no ha obtenido reflejo formal ni normativo hasta el momento presente. Sorprende si tenemos en cuenta lo documentado de su existencia, lo reclamado de su celebración por el ego de los empresarios y lo asumido de su asistencia por empleados y operarios. Siendo el periodo navideño actualmente el más valorado para su consecución, originalmente se llevaba a cabo en diversas épocas del año. La primera manifestación de la que tenemos constancia parece que tuvo lugar en torno a la Semana Santa. Y aunque resulta más que contrastada la poca fiabilidad de la coincidencia del calendario gregoriano y del eclesial, todos asumimos que la famosa Última Cena, y primera cena de empresa verdaderamente referenciada, la celebró Jesucristo justo en un Jueves Santo.

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