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El fútbol como modelo
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Juan José Cercadillo

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El fútbol como modelo

Puede que esté exagerando y el fútbol nos una, sustituya alguna guerra, pero por más que me veo con detalle los partidos, no encuentro modelos de comportamiento que nos lleven hacia eso

Foto: Modric consuela a un jugador de Brasil. (Reuters/ Annegret Hilse)
Modric consuela a un jugador de Brasil. (Reuters/ Annegret Hilse)
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Inunda el fútbol nuestra vida. Y está a puntito de ahogarnos. Al menos a mí que no floto en esas tertulias técnicas de expertos de barras libres, libres también —de ahí su éxito— de réplica de interpelados. El fútbol me llega al cuello, y mucho más en estos días. En el mar informativo que generan los mundiales no hay mucha tierra a la vista. Igual que nosotros no somos conscientes del aire que nos rodea, ni los peces de su océano, no creo que nos demos realmente cuenta hasta qué punto vivimos integrados en el ecosistema perfecto e inevitable que nos ha creado el fútbol. Y que, analizando tendencias, creo que va a seguir creciendo devorándose a los otros que le hacían competencia. Nada que la Naturaleza no tenga ya perfeccionado.

placeholder Aficionados asisten al partido entre España y Alemania. (EFE/Esteban Biba)
Aficionados asisten al partido entre España y Alemania. (EFE/Esteban Biba)

Lo tienen muy bien montado. Un escenario perfecto donde casi todo es teatro. Actores y secundarios, tramoyistas y apuntadores dan vida a la pantomima de batallas honorables, de conquistas virtuales y sensación de hegemonía con las que se entretienen tantos. Vida que les parece vida durante noventa minutos a millones de personas, en idealizado contraste a su existencia diaria, precaria y sacrificada a la que no le ven salida hasta que suena el silbato. Por fin un protocolo común donde resulta sencillo saber a quién aplaudir y a quien echarle las culpas. Potestad y libertad —no tan al alcance de todos— de soltar un alarido de furia, un grito de desahogo contra el que parece que manda. Tan vestidito de negro, tan solitario en el campo, tan a las claras piñata, que no deja lugar a dudas el punto de desahogo. Un juez y unas reglas claras que distorsiono a medida de mi forofa mirada, como también hacen los otros, aceptándonos el juego para alargar los debates y que ocupemos nuestro tiempo más allá de la partida.

Los códigos más sencillos domestican sociedades simplificando enemigos: hostiles hacia mi patria al otro lado del campo numerados y a la vista. Y tan claramente identificados los uniformes de colores contra los que dirigir mi ira que ninguna enajenación, sea alcohol o serotonina, me den lugar a la duda. Una batalla sin muertos, nada mejor para el orgullo patrio si gano, y nada más aceptable si pierdo. Con trazas de religión: uno de los míos endiosado y viabilizando mis sueños de pasar a mejor vida; lleva un diez a sus espaldas, el gol entre ceja y ceja y un país sobre sus hombros. Otros, también de los tuyos, con los que poder meterte para sentirle mortal, e igual que yo fracasado, haciéndome mejorar en mi universo de barrio donde me suelo comparar con otros sacos de fallos que también le despellejan por no saber despejar.

Foto: Luis Enrique fracasó en el Mundial de Qatar. (EFE/Friedemann Vogel)

Es un engendro perfecto, una maquinaria imparable. Dinero llama dinero y disipar las frustraciones se está pagando hoy muy caro. Ya lo hicieron los romanos con poco pan y mucho circo. Hemos perfeccionado el sistema añadiéndole el Gran Hermano. Nos sabemos mejor que ellos el día a día de estas nuevas divinidades quieran o no quieran evitarlo. Yo desde luego no puedo, me asaltan sus vidas de cuento en cada programa que sufro, en cada periódico que leo. Enormes masas de dinero nos imponen la mirada sobre el terreno de juego para no mirar a otro lado. Y de tanto contemplar una pelota rodando en busca de portería caímos también en las redes del marketing y el consumismo. En esta sociedad fetiche compro todo de mis ídolos, sublimo el rito de ir a verle, o le adoro desde casa. Y el hueco de ir al estadio, o de recibir la pizza, me minimiza los daños y los esfuerzos de esta semana de mierda, sea laboral o lectiva, que padezco año tras año.

Desde una simple cerveza a las marcas de más lujo todos se han incorporado a esa especie de Matrix patrocinado que ofrece vida paralela a nuestra misión anodina de producir energía, podríamos traducir trabajo. Y es ese lujo ficticio, esa condensación de marcas, esas arcas de dinero que mueven en transacciones, esas audiencias camino ya de planetarias, las que sin que se den cuentan hipnotizan a los padres tanto o más de lo que narcotizan a sus hijos. Y esa ¿cultura? del fútbol se va integrando en las escuelas, en los fines de semana, en las conversaciones de mesa. Los niños, incluyo a las niñas, ya no ven otros deportes. Fútbol y bailes ridículos, retos de doce segundos vomitados en sus móviles tejen sus únicas aspiraciones con el hilo conductor del éxito virtual o el poco, o mínimo, esfuerzo. Una manipulación siniestra que sirve intereses espurios más allá de deportivos. Un opio que fuma el pueblo escarmentado de iglesias, harto de mandamientos y distanciado del cielo. En tránsito al otro paraíso que promete el metaverso.

Foto: Aficionados de la selección marroquí celebran la victoria de octavos frente a España en Torre-Pacheco, Murcia. (Ana Beltrán) Opinión

La secuoya que es el fútbol no nos deja ver el bosque. Domesticando por barrios está domesticando naciones. Abanderando a lo bestia nos acabará enfrentando en formato Continentes y hasta, Dios no lo quiera, en formato religioso. Ya se oye en las tertulias y hasta en las ruedas de prensa lo de un equipo árabe representando a su pueblo. Musulmanes al ataque, Sudamérica a su encuentro. Ingleses colonialistas con nuevas aspiraciones, franceses colonizados por nueva sangre africana que entona La Marsellesa representando a su barrio y mirando a La Bastilla reconstruida en Bruselas.

Puede que esté exagerando y el fútbol nos una al pueblo, sustituya alguna guerra y que abandere el progreso, pero por más que me veo con detalle los partidos, sigo las declaraciones que hacen en todos los medios, no encuentro modelos de comportamiento que nos lleven hacia eso. A no ser que gane Croacia y sea Modric el arquetipo de los nuevos futboleros.

Inunda el fútbol nuestra vida. Y está a puntito de ahogarnos. Al menos a mí que no floto en esas tertulias técnicas de expertos de barras libres, libres también —de ahí su éxito— de réplica de interpelados. El fútbol me llega al cuello, y mucho más en estos días. En el mar informativo que generan los mundiales no hay mucha tierra a la vista. Igual que nosotros no somos conscientes del aire que nos rodea, ni los peces de su océano, no creo que nos demos realmente cuenta hasta qué punto vivimos integrados en el ecosistema perfecto e inevitable que nos ha creado el fútbol. Y que, analizando tendencias, creo que va a seguir creciendo devorándose a los otros que le hacían competencia. Nada que la Naturaleza no tenga ya perfeccionado.

Mundial de Qatar 2022