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Un nuevo paso por meta
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Juan José Cercadillo

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Un nuevo paso por meta

Salimos en estos días de la última curva del circuito que nos ha costado un año entero completar a toda hostia. Novecientos treinta millones de kilómetros recorridos desde la última vez que comí uvas

Foto: Vista del árbol de Navidad de la Puerta del Sol. (EFE/Mariscal)
Vista del árbol de Navidad de la Puerta del Sol. (EFE/Mariscal)

Otra vez vemos la meta a la vuelta de la esquina. Salimos en estos días de la última curva del circuito que nos ha costado un año entero completar a toda ostia. Novecientos treinta millones de kilómetros recorridos desde la última vez que comí uvas. Se me va haciendo cuesta arriba mantenerme en la carrera. A cien mil kilómetros por hora mis piernas se están cansando. Cincuenta y tres vueltas completas llevaré cuando Pedroche luzca sin mucho pudor la inmensa mayoría de sus firmes carnes morenas. Y vamos a por la cincuenta y cuatro en claro peor estado de lo que se nos muestra ella mientras cuenta campanadas plena de sus transparencias y medio envuelta en lentejuelas que tampoco tapan nada.

Que la inercia de la Tierra me siga teletransportando por el vacío infinito sin reparar mucho en ello pasa factura a mis fuerzas por poco que yo le ayude. Vamos volados de nuevo a por la meta volante que supone el perihelio. Es el punto en el espacio, en oposición al afelio, donde más nos acercamos al Sol al que damos vueltas. Espero que falten muchas que pueda seguir contando y que acumulen los puntos que Dios crea necesarios para pasar de pantalla o a otro circuito más Premium donde seguir pilotando. No es nunca ese pase por meta el 31 de enero por las seis horas que pasan de los 365 días exactos que decimos que tardamos. Luego lo corregimos a las bravas con un veintinueve de febrero puesto cada cuatro años y nos quedamos tan bisiestos como bien cronometrados.

Foto: Así, con el disfraz de Papá Noel y todo. (iStock)

El último tramo del circuito me parece el más repetitivo, el más reconocible de todos. Empieza con lo de las luces y el debate del consumo. Que si Vigo, que si Almeida, que el comercio y el cambio climático. Te asalta la lotería y el tono San Ildefonso, una de esas mañanas de levantar resacoso en la que siempre preguntas por qué acaba cantando el gordo, el de la voz más de pito. Y por qué nunca dices que no a un tequila si es gratis o es ya muy de noche o te lo propone un amigo. Se te van acumulando las cenas de compromiso, las comilonas sin sentido que te acumulan los kilos que te prometes quitar, pero que quedarán contigo hasta las del siguiente año. Que se acumularán a su vez con nuevas absurdas comidas en una deriva de calorías okupas que no puedes controlar ni saltando las alarmas del Securitas Direct que suele sonar en tu armario cuando no te puedes abrochar ni chaquetas ni camisas. Kilos que no desalojarás de tu abandonada anatomía por muchas intenciones que tengas y por muchas cuestas que hagas durante la cuesta de enero.

Foto: Madrileños ultiman sus compras de Navidad. (EFE/Chema Moya)

Compras de más, ruidos de muchos decibelios y atascos desoladores vertebran los últimos días del descontrol consumista al que nos han abocado al llegar al perihelio. Los anuncios de perfumes con sus acentos extraños, sus guiones inconexos y sus famosos de plástico inundan los intermedios, empapelan marquesinas y colonizan los banners en una clarividente metáfora de un mundo que huele a podrido. Juguetes incomprensibles para nuestra lejana infancia sofistican esas cartas que, desenmascarados los magos, obligan a muchos padres a tener que hacer la magia de estirar la paga extra por la sonrisa de un hijo, aunque le dure un segundo. Turrones y panetones dulcifican los momentos en los que hacemos balance y no quedamos ni contentos ni tan cerca del desastre. Un árbol extemporáneo en un rincón del salón por mandato publicitario de una bebida de cola acredita la docilidad con la que asumimos costumbres. Una maqueta de un pueblo feucho del medio oriente a la entrada de la casa compone el escenario que da fe de un cristianismo arrastrado tantos años que perdió todo el sentido; muerta la misa del gallo y su concepto divino.

Foto: La Navidad ya ha llegado a tu mesa. (Unsplash)

Lo del amigo invisible visibilizando carencias. Los genios de Campofrío sustituyendo a El Almendro -que trata de seguir volviendo- tocando los corazones de quien sufrió algún difunto, casi que digo fiambre en alusión al producto objeto de la campaña. Los programas especiales de actuaciones en lata compitiendo en las cadenas por sus cuotas de pantalla como si sirviera de algo frente al Youtube o al Tik Tok que acabará por matarlos. Los resúmenes de prensa que hoy no lo son de hechos ciertos sino de izquierdas o de derechas. Frío cada vez menos. Y controles de alcoholemia por casi todas las esquinas para que nos controlemos un poco. El Corte Inglés a por todas con la publicidad más rancia. Y a por todos. Y otro discurso del rey que solo llenará a unos pocos tratando de disimular el vacío institucional que buscan generar los polos.

Últimos kilómetros a meta previsibles, repetitivos, que tratan con el artificio de la exaltación del cariño que no nos paremos en boxes, que aceleremos un poco en lo que nos parece una recta para que afrontemos un año que nos promete más curvas. Con lo que yo me mareo, sobre todo cuando como.

Otra vez vemos la meta a la vuelta de la esquina. Salimos en estos días de la última curva del circuito que nos ha costado un año entero completar a toda ostia. Novecientos treinta millones de kilómetros recorridos desde la última vez que comí uvas. Se me va haciendo cuesta arriba mantenerme en la carrera. A cien mil kilómetros por hora mis piernas se están cansando. Cincuenta y tres vueltas completas llevaré cuando Pedroche luzca sin mucho pudor la inmensa mayoría de sus firmes carnes morenas. Y vamos a por la cincuenta y cuatro en claro peor estado de lo que se nos muestra ella mientras cuenta campanadas plena de sus transparencias y medio envuelta en lentejuelas que tampoco tapan nada.

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