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Bandos, bandas y partidos
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Juan José Cercadillo

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Bandos, bandas y partidos

La exposición de las ideas en un tono constructivo hace tiempo que no ocurre. Ahora apenas hay tiempo de analizar ocurrencias que se lanzan al ventilador

Foto: Vista del pleno del Congreso. (EFE/Fernando Villar)
Vista del pleno del Congreso. (EFE/Fernando Villar)
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Sean bandos, sean bandas, ahora ningún partido se quita la camiseta. Con los escaños en juego, con el árbitro sin silbato, a lo sumo un pitidito una vez cada cuatro años, el resto de los aspavientos que hacemos de urna a urna y voto porque me toca sabemos que sirven de nada. Y así andan por el campo a empujones y patadas cada vez más agresivas y cada vez más drásticas. Aunque lo único que lesionen sean nuestros intereses, vistas las enfermerías. Partido en dos el terreno de juego, convertido en un campo de batalla, cuando uno cae al suelo me lo pisan hasta el alma, pero ahí siguen indemnes pasándose los pelotas.

Foto: Olona y Évole, duelo de titanes. (La Sexta)

Las reglas se han complicado, ahora juegan más equipos y van más descontrolados. Los rojos y los azules, dueños de todas las ligas, pelean con los morados, con algunos amarillos y hasta con rojigualdas. Y algunos vestidos de verde. Y muy poquitos naranjas que deambulan por el campo tratando de imponer la calma. Solo cuenta la victoria cuando desaparecen las reglas, y el deporte de mandar se apuntó al resultadismo. Como si jugaran al futbol se asocian y regatean en busca de la victoria, no han venido a divertirse, lo sabemos, les sufrimos. Con jugadas de conjunto, con barreras o estrategias, parece que el único objetivo sea dejar a los otros en claro fuera de juego a la vista de las gradas. Meterle un gol al contrario, no importan los agarrones en el fragor de las áreas: el pleno del ayuntamiento, el congreso o el senado. Ya no importa ni siquiera si meten también la mano aunque sea voluntaria. No les pitan un penalti, apenas hay tarjetas rojas y tienen cláusulas de blindaje. Ahora la última tendencia, lo dicen las estadísticas, es el gol en propia meta. Olona o Leguina, tanto montan, hablan tanto, se lo han “colau” por la escuadra al equipo de su vida. Parece que lo celebran abrazados al contrario para salir en portada, mientras los suyos reniegan y se quitan los cuchillos incrustados en la espalda.

La prensa que retrasmite las evoluciones del juego son estilo chiringuito. No lo digo por las voces insoportables de los treinta contertulios histéricos del ínclito Pedrerol, domador aficionado, discípulo de Cristo Rey, perdón quería decir Ángel Cristo, —micrófono en vez de látigo— que también. Lo digo por las dudas que genera el interior de sus cocinas de platos sospechosamente precocinados. Calientan los titulares que vienen empaquetados en esa nueva quinta gama que unifica los sabores de las dark kitchen ocultas que acuden a los mercados, no de verduras, de valores —de valores, dicen, los desahogados, pero ese es otro tema aunque también venga al caso—. Unos platos sabiamente combinados entre la radio y la prensa aderezados con redes, el ajo en todas las salsas, la guinda de los pasteles. Sabores reconocibles, basta un primer bocado. Y entre voces e ingredientes compatibles con su estilo, los que vemos el partido acabamos irritados. De ese colon estos barros de me voy a defecar en todo que me ha sentado mal el ajo.

placeholder Cara a cara Sánchez-Feijóo en el Senado. (EFE/Juanjo Martín)
Cara a cara Sánchez-Feijóo en el Senado. (EFE/Juanjo Martín)

Así se adapta la política a la falta de criterio. No hace falta saber de fútbol para sentirse del Betis, madridista o del atlético. En tiempos de Estudio Estadio prevalecía el estudio, ahora vamos al estadio a gritar por colorines, a insultar a diestro o siniestro dependiendo del asiento al que estemos abonados. Lo saben bien los que mandan. Simplificar es el reto. Debatir si blanco o negro te quita miles de grises que habría que andar explicando y estamos todos en crisis, editoriales y público. Ahora que más vivimos tenemos muy poco tiempo. “Yo del Barça, tu del Depor”. “Tu español, y yo vasco”. “Ni me interesa quien juega ni quien les viniera entrenando, si salen todas las noches o duermen en el gimnasio”. “Con mi equipo no te metas”, da igual a que estén jugando, incluso si juegan con fuego con su fama de incendiarios.

No está mal visto el forofo. Está mal visto el que piensa. Si no te sabes la letra de la hinchada de tu alma, les hinchas tú la entrepierna y te mandan a tu casa. El debate de estrategias, la discusión de sistemas, el consensuar las reglas se ha vuelto tan imposible como ver charlar a gatos. La exposición de las ideas en un tono constructivo hace tiempo que no ocurre. Ahora apenas hay tiempo de analizar ocurrencias que se lanzan al ventilador, siempre de la marca prensa, y ver qué ocurre con la mierda y cómo queda la habitación, esa que nunca recogen porque dicen que no es suya.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, junto a Joaquín Leguina (EFE)

Hay algo aún peor visto que el del equipo de enfrente: el dudoso. Dudo —¡maldita sea!— que tenga eso un buen arreglo en este contexto frentista. Yo me siento del Atleti por honrar a mis amigos, visitaba el Bernabeu para disfrutar de Zidane y admiro a Pep sinceramente. Lo llamo evolucionar, ver lo bueno en todas partes, admirar las excelencias que logro identificar. Otros me ven indeciso, chaquetero, oportunista o felón. Esquirol apostatado y hasta pérfido traidor. Y que le voy a hacer si yo… no lo tengo nada claro, o aún peor, puedo sentirme equivocado con alguna convicción.

La lista ha sido infinita, desde Bestrynge a Cantó, desde Escohotado a Losantos, de Rosa Díez a Errejón. El mundo de los matices, de reconocer los errores, de un mal día en la elección han tenido esta semana un perfecto colofón. Leguina ponderando a Ayuso en plena oficialidad de un acto. Olona en casa del enemigo jugando al espejito mágico. Uno diciéndolo todo, la otra haciéndose la callada, pero ambos en el foco. Ambos se han vuelto locos, lo gritan desde las bandas los suplentes de ambos bandos: “No soportamos bandazos ni aprenderemos de nada”. Lo damos por descontado.

Sean bandos, sean bandas, ahora ningún partido se quita la camiseta. Con los escaños en juego, con el árbitro sin silbato, a lo sumo un pitidito una vez cada cuatro años, el resto de los aspavientos que hacemos de urna a urna y voto porque me toca sabemos que sirven de nada. Y así andan por el campo a empujones y patadas cada vez más agresivas y cada vez más drásticas. Aunque lo único que lesionen sean nuestros intereses, vistas las enfermerías. Partido en dos el terreno de juego, convertido en un campo de batalla, cuando uno cae al suelo me lo pisan hasta el alma, pero ahí siguen indemnes pasándose los pelotas.

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