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El sexo de los ángeles
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Juan José Cercadillo

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El sexo de los ángeles

No digo que tengan razón los que denuncian que estamos manipulados. No creo en las conspiraciones, pero tampoco encuentro explicación plausible a tanta discusión de género

Foto: Una bandera del colectivo trans en la puerta del Congreso de los Diputados. (EFE/Luca Piergiovanni)
Una bandera del colectivo trans en la puerta del Congreso de los Diputados. (EFE/Luca Piergiovanni)
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Angel o Ángela, policía o policío, parece que el género estos días está generando sus dudas. El acto de cambio de sexo lo han reducido a un acta. En el lenguaje inclusivo, acta sería un acto que se percibe femenino. En el lenguaje jurídico es una manifestación escrita, vamos, lo que denominaríamos como un simple escrito manteniendo el espíritu interseccional. Te plantas ante el notario, y aunque no se notaría, entrarías al despacho con los derechos de un hombre y en tres o cuatro minutos te despacha como fémina. O viceversa. El dador de la fe pública, haciendo un acto de fe, que preguntar es delito, te pasa la varita mágica del número de protocolo y deja tu proto-cola en vulva administrativa. Registrado el transfuguismo, no hay cojones, es figurado, a interponer ni una duda. Y Ángel y sus cromosomas, es como somos, se plantan donde les plazca a pelear con la brecha, a luchar por la igualdad, a mantener la paridad y a destrozar de un solo salto cualquier techo de cristal, que para un tío no es tanto.

Foto: Montero, junto a miembros del colectivo trans en la puerta del Congreso. (EFE/Javier Lizón)

Y llega a sus oposiciones. Y se posiciona mujer. El baremo del maromo parece que está más alto. Aquí el techo es al revés. Hecha la ley hecha la trampa. Se echa la trompa al hombro y espera paciente su turno en, paradojas del orden y del lenguaje, la cola de las mujeres. Sé que resulta escabroso hasta leerlo, imagínense vivirlo. Tonificados y atónitos, el resto de "machirulos" —insensibles que asumen el género de su contrincante simplemente por su apolínea apariencia— le conminan de su error. El aspirante a hembra, y en este caso a policía, les planta su repentina autopercepción en la cara: "¡Que soy piba!", les suelta sin miramientos. Miento si no reseño las inquisidoras, inapropiadas, viejunas e imperdonables miradas a los bajos del sujeto. Con la misma cara que espalda, son seis años de gimnasio, espera paciente su turno en la fila de las Ángelas. La cuerda más corta, la pelota más liviana, las dominadas menores —a los aficionados al bondage explicar que son flexiones— permiten al angelito sacarse un diez y pico de nota que catapultan al ídem al primer puesto de todas, que no de todos, los aspiracionales policías.

Una mujer sin su plaza, tras pertinente denuncia, aplazará el veredicto de quién resulta aprobado. Indignación e impugnación paralizarán el nombramiento de siete nuevos miembros, perdón no me sale otra palabra, del cuerpo de policía. Como el juez aplique la ley en lugar del común sentido se van a forrar los notarios. Porque entiendo reversible la percepción de uno mismo. Y un día a la semana, pues está bien liberarse un poco y ver qué se siente siendo tú otra. Y porque entiendo, me temo, que crecerá el empleo público. Y hay que cumplir una cuota. También lo manda la ley, que ahí se pone cabezota. Será una ventaja estadística presentarse como mujer si eres varón. Es un dato objetivo que hay menos mujeres buscando empleo que hombres. A igualdad de plazas y menores aspirantes aumentan claramente las opciones. No es solo por pruebas físicas, o por menor formación, o por más falta de experiencia, que aumentarían mis opciones de ser consejero de alguna empresa que necesite urgentemente consejeras. Adaptaré mi currículo.

placeholder Manifestación feminista contra la ley trans. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Manifestación feminista contra la ley trans. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Esto que nos recuerda a Kafka mezclado con Alfredo Landa, con trazas de Pajares y Esteso, ha pasado esta semana. Y va a seguir pasando. El legislador pensaba que nadie sería capaz de aprovecharse de un derecho que en rigor no corresponde. Lo debió pensar muy poco. Somos unos grandes expertos en eso de exprimir el BOE. De cursos y subvenciones con falsos empadronamientos pasamos al cambio de sexo, no veo la diferencia. Vivo donde no vivo y soy lo que no soy por fuera. En tierras de lazarillos, de aplaudir la picaresca, estaba más que cantado que las denuncias hechas en los trámites parlamentarios venían de personas que no fueron votadas en el país de las maravillas. Donde algunos se creen censados.

Esa obsesión por el tiempo que tenía el conejo blanco, ese llegar siempre tarde legislando, esa histeria por las prisas en destruir los estándares de género nos tienen en este barro. Discutir de lo que ocurre en torno a las disforias es ahora obligación. Que hasta yo esté opinando sobre este tema tan serio certifica que la presencia del debate es totalmente exagerada. Hay quien dice que no es por casualidad. Que llevamos varias décadas sufriendo la imposición de la temática de género como un maquiavélico plan de control mundial de la natalidad. Que el empoderamiento de la mujer pasa por replantear su papel en la reproducción y no otra cosa. Que el feminismo exacerbado estaría financiado por intereses pactados en asambleas de la ONU. Aluden al acta Kissinger. En tiempos de sustituir las políticas colonialistas agresivas por insostenibles, y ante el acuciante problema de la sobrepoblación, influir idealizando la homosexualidad se vio como mundial anticonceptivo a mitad de los sesenta. No se trataría de visibilizar un problema sino de potenciarlo.

Foto: La ministra Irene Montero en un acto sobre 'Feminismo y memoria'. (EFE/Marsical)

Es tal la presencia en los medios, el volumen del debate que, aun sin ser conspiranoico, te hace pensar en la desproporción evidente con el porcentaje de población afectada. Es cierto que además hay muchos intereses cruzados. Miles de instituciones, organizaciones no gubernamentales, asociaciones, grupos de interés, comunidades y hasta algunas peñas de mi pueblo regadas con un dinero que, por abundante, pareciera perseguir un fin mayor que el que aparenta. No digo que tengan razón los que denuncian que estamos manipulados. No creo en las conspiraciones, pero tampoco encuentro explicación plausible a tanta discusión de género. A tanto tener que discutir sobre el sexo de los ángeles.

Angel o Ángela, policía o policío, parece que el género estos días está generando sus dudas. El acto de cambio de sexo lo han reducido a un acta. En el lenguaje inclusivo, acta sería un acto que se percibe femenino. En el lenguaje jurídico es una manifestación escrita, vamos, lo que denominaríamos como un simple escrito manteniendo el espíritu interseccional. Te plantas ante el notario, y aunque no se notaría, entrarías al despacho con los derechos de un hombre y en tres o cuatro minutos te despacha como fémina. O viceversa. El dador de la fe pública, haciendo un acto de fe, que preguntar es delito, te pasa la varita mágica del número de protocolo y deja tu proto-cola en vulva administrativa. Registrado el transfuguismo, no hay cojones, es figurado, a interponer ni una duda. Y Ángel y sus cromosomas, es como somos, se plantan donde les plazca a pelear con la brecha, a luchar por la igualdad, a mantener la paridad y a destrozar de un solo salto cualquier techo de cristal, que para un tío no es tanto.

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