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Las trampas de Trump
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Juan José Cercadillo

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Las trampas de Trump

El planteamiento fue simple: dinero por el silencio. Como un pago en diferido por servicios de prostitución, vamos

Foto: Donald Trump. (EFE/EPA CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH)
Donald Trump. (EFE/EPA CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH)

Trampero: dícese del que pone trampas. Y en su segunda acepción del seguidor del casi ánade Trump. Por Donald y por patoso. Parpar es lo que hacen los patos. Palpar parece que hizo este a destiempo y a quien no debía. Y el que más trampas ponía ha caído en la más vieja, la de la carne atractiva. El soborno llegó presto y la negociación fue rápida. Pero el precio de los bolsos y de las marcas de moda preferidas de la dama continuó su escalada por encima de la media. Y el rédito del chantaje, con el incipiente candidato a presidente, daba seguro acceso a las últimas colecciones. El planteamiento fue simple: dinero por el silencio. Como un pago en diferido por servicios de prostitución, vamos. Que no veo en el sacrificio de su entrega, y en la intención posterior de rentarlo por parte de la ponderada amante, mucha mejor expresión.

Foto: Donald Trump en Palm Beach (Florida). (Reuters/Marco Bello)

Así que se consumó el acto. El del pago, que sobre el del sexo la actriz porno se ha encargado de sembrar muy serias dudas en torno a su pleno acoplamiento. Intermediarios por medio le entregaron unos miles que la callaron de momento. El problema es que con la entrega se rompían otras normas, además de las del complejo código penal y moral de lo de Estar dos Unidos cuando aparece un tercero. Sin lugar para el despecho, observen si no los volúmenes de la empleada, el dinero lo ocupa todo. La tal Stormy, apodo que debe estar bien puesto atendiendo a la traducción literal de tempestuosa o tormentitas, quiso rentabilizar en formato “Sálvese quien pueda” –aquí llamado “Sálvame”-, y posterior libro ilustrado, el mencionado yacimiento. La carnal cohabitación cobró un nuevo sentido al matizar yacimiento su acepción hacia la de filón, mina, cantera, explotación o ganga. Y se puso pico y pala para que, llegando hasta el fondo como en la experiencia de origen, sus fondos también mejoraran.

Rotas por tanto las reglas no escritas del respeto entre dos amantes, no quedaba otro remedio que el humilde paso por caja. Total, pronto tendría influencias en la fábrica de dólares. El problema no fue el pago y sus futuras réplicas, perfectamente previsibles, el problema fue ocultarlo. Resulta que en tiempos de campaña, y de champaña para el ególatra empresario, la FEC lo escudriña todo y se hace la ofendida si no cuentas con detalle tus gastos electorales. Si pagas por encubrir también tienes que contarlo porque al fin y al cabo lo consideran inversión publicitaria. O algo así. O sea que el pago en sí mismo de este ser ensimismado no constituye delito sino que el delito es callarlo. A vueltas con estar callados, propongo título para el capítulo del biopic de Netflix que nos cuente este vodevil americano: El silencio de los puteros.

Foto: Donald Trump, expresidente de Estados Unidos, tras ser arrestado y rumbo a recibir los cargos penales. (EFE/Justin Lane)

Por hablar de más o callarse de menos el caso es que todos ahora vislumbramos el derrumbe. A partir del actual ruido se teme por el castillo de naipes que este cansino promotor de casinos, casi todos en la ruina, ha montado desde joven. Y que muy pocos se explican cómo ha durado tanto. Es cierto que este desarrollador malabarista, hijo también de inmobiliario, un tiempo me fue referencia. Y como a mí, a unos pocos. Tomé conciencia de su modelo hace casi cuarenta años intentando comprender cómo funcionaba el ladrillo cuando no se trataba de ponerlos de uno en uno sumido, y subido, día a día en el andamio. Trump, joven, jeta y carismático, era captador de fondos para grandísimos proyectos.

Él ponía su gestión y la marca comercial heredada de su padre, cuyo prestigio, al menos entre los inversores, por aquella época seguía intacto. Los éxitos deslumbrantes de su corporación en Manhattan prometían tanto oro que impedía las preguntas y solventaban las dudas. Literalmente el oro era la marca de la casa. Casi todo era dorado, como el futuro a su lado si te rascabas el bolsillo y se lo confiabas. Decenas de torres Trump con horterísimos mármoles, doradísimas columnas e inexplicables escaleras salpicaron el mercado de países como México, Puerto Rico, Panamá o Brasil en América, o Inglaterra, Filipinas, Emiratos o la India por todo el resto del mundo. Con un par de infografías de proyectos megalómanos iba pasando el cepillo por los bancos de los ricos en medio de esa eucaristía que por los años noventa consustanciaban al dólar. El problema fue que también, la mayoría de las veces acababa en simple oblea, por no decir en gran hostia.

Foto: El expresidente de EEUU Donald Trump. (Reuters/Go Nakamura)

De los primeros fracasos de aquellas grandes promociones se deducía muy pronto que el personaje era el problema y no el sistema recaudatorio, o de inversión colectiva, que sigue funcionando hoy en día. Ahora, con tanto informático, todo el dinero peregrina desde las inversiones de barrio al control de grandes firmas que controlan el mercado. Son los grandes promotores y los grandes propietarios ahora que son muy pocos los que pueden comprar algo. También, como pasaba entonces, los que seguro se hacían de oro eran los propios gestores. Así amasó Trump su fortuna. Gestionando lo de otros. Con éxitos por viento a favor y retrasando fracasos, apuntaló una carrera tan estupefaciente como inverosímil. Y que le llevó a presidente de la primera gran decadencia, perdón quise decir potencia, del mundo.

Son muchos colaboradores los que han caído también por el camino. Ni un gesto para sujetarlos, ni una palabra de aliento, ni una verdad a un micrófono, ni una gota de respeto. Otra radiografía sintomática que completa el diagnóstico: un jeta. Normal que quien acaba en la cárcel protegiendo a un “trumpantojo” cante por bulerías, confiese por soleares. Y cuente, primer oficio del contable, hasta el último detalle de la ignominia del gallo cuando ya le ves acorralado. Es tal el revuelo allí que nadie se atreve a decir en qué acabará todo esto. Un presidente detenido, un loco que no se detiene. Volviendo a lo del vodevil me sale otro título certero, y muy propio de Semana Santa: “La caída del Imperio marrano”. Que a todo cerdo le llega su San Martín y gallo viejo hace buen caldo. Están que explotan los mentideros.

Trampero: dícese del que pone trampas. Y en su segunda acepción del seguidor del casi ánade Trump. Por Donald y por patoso. Parpar es lo que hacen los patos. Palpar parece que hizo este a destiempo y a quien no debía. Y el que más trampas ponía ha caído en la más vieja, la de la carne atractiva. El soborno llegó presto y la negociación fue rápida. Pero el precio de los bolsos y de las marcas de moda preferidas de la dama continuó su escalada por encima de la media. Y el rédito del chantaje, con el incipiente candidato a presidente, daba seguro acceso a las últimas colecciones. El planteamiento fue simple: dinero por el silencio. Como un pago en diferido por servicios de prostitución, vamos. Que no veo en el sacrificio de su entrega, y en la intención posterior de rentarlo por parte de la ponderada amante, mucha mejor expresión.

Melania Trump