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San Isidro santo y seña
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Juan José Cercadillo

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San Isidro santo y seña

Hoy que te gusten los toros requiere mucha fortaleza. Del mainstream de hace unas décadas a pura contracultura. Arte en directo y efímero sobre el lienzo de la arena que ve amenazada su vida por intentar mantener tan a la vista a la muerte

Foto: Morante en la Feria de San Isidro de 2022. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Morante en la Feria de San Isidro de 2022. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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Toros a santo de qué. Señales de anacronismo. Señalados, condenados, veinticinco mil almas al día -que son muchos desalmados- justificarán en su casa o en su puesto de trabajo la peregrinación diaria al granito de Las Ventas. Hoy que te gusten los toros requiere mucha fortaleza. Del mainstream de hace unas décadas a pura contracultura. Arte en directo y efímero sobre el lienzo de la arena que ve amenazada su vida por intentar mantener tan a la vista a la muerte. Atacados por mil frentes, los resignados aficionados cuentan entre sus virtudes la de la argumentación casi imposible, la de la paciencia de santo.

Foto: El diestro Morante de la Puebla da la vuelta al ruedo tras cortar una oreja el pasado sábado en la Feria de Abril. (EFE/Julio Muñoz)

Hoy el mundo está tan ciego que hay que explicar los toros. La sociedad es tan falsa que no soporta su verdad. Miran para esos lados donde es más fácil mirar. Esos espacios de pega llenos de banalidades que pasan a toda velocidad. Como a vulgares perrillos una pelota les basta. Ladran y la persiguen sin poner mucha cabeza. Gustan las cosas sencillas, las de entenderse a la primera. Llevar solo con los pies a un hueco determinado un pellejo muy redondo, o meterlo por un aro, o devolvérselo al de enfrente superándose una red y llevar todo contado. Unos ganan otros pierden, es sencilla matemática, un resultado inmediato, cualquiera lo va a entender.

Contra el contaje de goles, canastas, juegos o sets se presenta San Isidro dispuesto a plantar batalla a la simplicidad de un tanteo. Porque batalla sí es. La pelota es un torazo, el deportista un artista y aquí perder es morir, y no de pena sino de veras. Y Vivir -uve mayúscula- es recrearse en la dominación de una fiera. Y contemplarlo es un éxtasis de energía colectiva que nadie puede describir. Sube del ruedo al tendido vibrando con más fuerza por cada cuerpo que pasa. Hombro con hombro sobre la piedra la conducción es inmediata, y sorprendente su ímpetu. El escalofrío común sale misteriosamente al unísono en forma de sincero Olé, porque hay que sacarlo del cuerpo aunque sea como un grito, que dentro te aprieta y te quema, tal es ese poderío. En ese particular coro la batuta es asta de toro afilada y al director lo tachan de loco. Nunca lo fue ni lo será. Es un atrevido consciente, que por sentir esa vibra, por ser el que la origina, se juega su propia vida con aplomo de suicida. Con una presencia de ánimo que solamente se sublima en la presencia de otros.

Foto: El diestro Morante de la Puebla sale por la Puerta del Príncipe tras cortar dos orejas y el rabo a su segundo toro. (EFE/Julio Muñoz)

Pero como todo arte necesita varias cosas escasas en estos tiempos. Una es conocimiento porque hay que conocer al toro. Otra es sensibilidad porque a los toros no vas a ver, vas a sentir o no vayas. Respeto, autenticidad, poder de concentración, consciencia, mística y humildad para poder comprender de forma plena la liturgia. Demasiadas exigencias para quien ya solo idealiza Ronaldos y Rosalías, Kardashians o algunos Malumas. Vence la superficialidad, el peor enemigo del arte, el mal endémico de estos días. Y se suma la hipersensibilidad que corre por nuestros tiempos. Hipersensibilidad que mata, sin muchas contemplaciones, al sentimiento. Esa sensiblería solo se muestra con el toro. Al torero que lo zurzan. Si supieran la cantidad de veces que literalmente eso pasa mostrarían más respeto por quien dignifica con su entrega la digna muerte de un toro capaz de plantar pelea.

Tenemos el privilegio de tener a nuestro alcance la sublimación de este rito. Algo tan singular y tan a tiro de entrada que puede restarle importancia. Cuando en las próximas semanas los mejores del momento nos den sus momentos mejores la sensación de lo único no debe irse de nuestras cabezas. Cierto que es anacrónico, en eso está su belleza. Ese reducto, Las Ventas, brindarán por tres semanas la oportunidad de viajar por el tiempo y por el alma. Por la nuestra y la de ellos. La de Roca, Manzanares, Talavante, Pablo Aguado, Castella y hasta Morante, auténtico Zeus de este Olimpo. Viene de incendiar Sevilla, de desbordar corazones, de extasiar a sus paisanos, de sentirse el elegido y de querer demostrarlo. Vienen El Juli y De Justo, vienen Ginés y Garrido, Rufo, Uceda, Urdiales, Román, Robleño, Téllez y Perera. Vienen todos al final.

Foto: El colombiano Ritter sufre una cogida en Las Ventas. (EFE)
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Y vienen sus alter egos del campo y de otras vidas. Esas némesis de negro que van a poner a prueba su arte y su desapego. Vienen Domeqcs, Victorinos, y Puertos de San Lorenzo. Vienen Capeas y Victorianos, Adolfos y Alcurrucenes, Garcigrandes, Jandillas y Fuente Ymbros, Algarras y Montealtos. Vienen todos esos bichos tras cuatro o más años de espera para mostrar su valía, sus cojones, sus ancestros. Con el premio del indulto, la gloria o el reconocimiento cerrarán de nuevo el ciclo de nacer por haber muerto.

Santo y seña es una clave que en términos militares reconocía a los tuyos. Que no tengamos que acabar con estigmas o con marcas, con claves o contraseñas que lleven a la endogamia. Hoy, que andamos ocultándonos, en esta bandeja de plata que brinda la próxima feria sirvamos nuestras cabezas en forma de anuncio público y orgulloso pregón al viento. Con argumento y debate renunciando a los complejos. Publicitemos nuestra asistencia como los que van al Masters. Aquí no vienes a comer, ni a ser visto o importante. Vienes a rendir tributo, al pellizco de tu alma para saber que la tienes, a la conciencia de fin, a la capacidad de sorpresa y a la emoción porque sí. Vienes a sufrir por dentro y a festejarlo por fuera. A compartir turbación o aceptar aburrimiento cuando los protagonistas reniegan o no pueden alcanzar ese listón a la altura de milagro de evidenciar la vibración que confirma que, en el fondo, solo somos energía. Al éxtasis de la fusión con alguno de tus ídolos. A la conmoción de reconocer nobleza en una embestida, fiereza en la decisión de perseguir enemigos que por telas o por quiebros se vuelven inalcanzables. Tesón, altivez y bravura a costa de la propia vida por defender tus espacios o defender tus principios, dependiendo de que lo que vistas tenga más negro o más luces. Muerte pura y pura vida. Santo y seña del toreo.

Toros a santo de qué. Señales de anacronismo. Señalados, condenados, veinticinco mil almas al día -que son muchos desalmados- justificarán en su casa o en su puesto de trabajo la peregrinación diaria al granito de Las Ventas. Hoy que te gusten los toros requiere mucha fortaleza. Del mainstream de hace unas décadas a pura contracultura. Arte en directo y efímero sobre el lienzo de la arena que ve amenazada su vida por intentar mantener tan a la vista a la muerte. Atacados por mil frentes, los resignados aficionados cuentan entre sus virtudes la de la argumentación casi imposible, la de la paciencia de santo.

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