Es noticia
Una pantalla de horror
  1. España
  2. Madrid
Juan José Cercadillo

Miredondemire

Por

Una pantalla de horror

Está a la orden del día, en nuestros teléfonos expuesto, el caos moral que sufrimos tiene formato de vídeo. Ya nos parece normal el recuento de los muertos por la violencia de otros justo antes de dar el tiempo. O de responder un mensaje

Foto: Flores y peluches en el lugar en el que fueron apuñalados varios niños en Francia. (EFE/Jean-Christophe Bott)
Flores y peluches en el lugar en el que fueron apuñalados varios niños en Francia. (EFE/Jean-Christophe Bott)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

No lo he podido evitar y ahora lo estoy pagando. Primero me llegó un WhatsApp y vi a un tipo deambulando. No parecía porno, lo habitual en ese chat, y eso mantuvo mi atención unos desgraciados segundos. Vi sus idas y venidas con algún grito de fondo. No entendía la movida. Esperaba algunas risas, algún tropezón cachondo, algún giro de guion que justificara el envío y mi prestada atención. Pero no pasaba nada al pasar de los segundos. De repente una mujer se interpone en su camino y mi preparatoria sonrisa, para carcajada posterior que era lo que buscaba, se me tornó mueca y disgusto. Cuando vi al deambulante abalanzarse a un carrito y vi su gesto y su expresión solté con un grito mi angustia y se me heló el corazón. Sentí un pellizco horrible en la boca del estómago que me hizo hablar en alto hasta llamar la atención de los que también esperaban en la cola del cajero. Tuve ganas de llorar, de estrellar aquel teléfono, de no parar de gritar y de salir corriendo.

Foto: Ataque con arma blanca en Annecy, Francia: heridos al menos cuatro niños y un adulto (Reuters/Denis Balibouse)

No lo habría visto bien pensé queriendo entender que, de ser lo que había visto, nadie en su sano juicio hubiera querido enviar un lance de tal maldad, que quisiera compartirlo. Y de modo inexplicable, y sin poderlo evitar, di un poco para atrás. Quería ver otra cosa pero era lo que había visto, no sabía que pensar. Casi me caigo al suelo y me sentí vomitar. No quise identificar al macabro de la lista que le dio al botón de envío. Renegué de los amigos virtuales de ese chat. Renegué hasta de mí mismo por no saber actuar y verme de repente adicto a tanta audiovisual porquería. Tras el shock emocional, y tras pensar en mi hijo, borré el video, borré el chat y abandoné sin aviso la fuente de mi desazón. Antes debía haberlo hecho. Había aguantado guarradas, insultos a los contrarios, bulos malintencionados, chistes sin puta gracia, situaciones escabrosas, morbo, dolor, vergüenza ajena… todo por la educación de no mandarles a la mierda con el involuntario mensaje de “Juanjo abandonó el chat”. Me pareció mucha ofensa y lo estoy pagando caro. No se me va de la cabeza lo que hizo el desalmado. El asesino de niños y el perturbado del chat. Y lo que permitió ese yonqui, que yo también llevo dentro, adicto a cualquier vómito que salga de una pantalla.

Al poco vi la noticia. Estaba por todas partes. No podía darle crédito al hecho de que toda la prensa publicara el mismo video a toda página en su portada. Todo el mundo lo vería y a todos se les encogería el alma. Todo el mundo gritaría en la cola de un cajero, en el autobús o en casa. Estaba ya predispuesto a ese grito colectivo pero nunca escuché nada. La gente lo había digerido como digiere bazofia envuelta con cierta gracia. Lo volví a ver de reojo al borde del aperitivo. Estaba puesto como en bucle en un noticiero famoso. La gente miraba absorta y nadie decía nada. No me atreví a comentar con nadie el horrible vídeo. No quería que si alguien se había librado de verlo tuviera por mi noticia. Pero ya acabando el día todo el mundo lo había visto. Viral, de virus, nunca mejor definido. Somos un mundo enfermo. El mundo se va de las manos. La humanidad se colapsa, la humanidad se ha perdido y ya no sé yo si sabremos encontrarla. Solo pienso en esos niños, en realidad más en el mío que no quiero ser hipócrita, y en que superen el trance. En que crezcan, desarrollen y reproduzcan su especie en unas décadas mejores que éstas que estamos viviendo, aunque vengan con el cuento de que ahora son las mejores de toda la existencia humana.

Foto: Tributo a las víctimas del ataque con arma blanca en Annecy, Francia. (Reuters/Denis Balibouse)

El horror es indescriptible, no me lo saco de las entrañas. El dolor por la toma de conciencia de las macabras consecuencias de un cerebro disfuncional me está resultando físico. Si un hombre joven y capaz se enreda con sus neuronas hasta que se ve obligado por un mandato de maldad a empuñar ese cuchillo y tratar de asesinar a bebés en sus carritos qué más nos podrá pasar… En realidad lo sabemos. Basta con ver un poquito el tablón de los sucesos. Asesinos en colegios, guerras por dos chorradas, infectos de religión imponiendo sus criterios, criminales con los débiles, avariciosos de todo que siempre acaban con nada. Abusadores de niños, maltratadores de la gente a quien más tratan, traficantes de personas por sexo o mejores vidas, logísticos de las drogas o policías con traumas. Niños violando niñas, tirándose por las ventanas, abocados a pateras que no llegan a ninguna parte…

Está a la orden del día, en nuestros teléfonos expuesto, el caos moral que sufrimos tiene formato de vídeo. Ya nos parece normal el recuento de los muertos por la violencia de otros justo antes de dar el tiempo. O de responder un mensaje. Es verdad que son el virus origen de nuestra enfermedad, de nuestra degeneración de masa. Empaparnos de maldades, naturalizarlas y enviarlas huele a una putrefacción que siendo tan generalizada no identificamos ninguno como tan mala. No tengo la solución. Me salía, visto el vídeo, ir a una manifestación a exigir un mundo nuevo. Nadie la convocó. Estarán haciendo otras cosas tras esta pantalla de horror.

No lo he podido evitar y ahora lo estoy pagando. Primero me llegó un WhatsApp y vi a un tipo deambulando. No parecía porno, lo habitual en ese chat, y eso mantuvo mi atención unos desgraciados segundos. Vi sus idas y venidas con algún grito de fondo. No entendía la movida. Esperaba algunas risas, algún tropezón cachondo, algún giro de guion que justificara el envío y mi prestada atención. Pero no pasaba nada al pasar de los segundos. De repente una mujer se interpone en su camino y mi preparatoria sonrisa, para carcajada posterior que era lo que buscaba, se me tornó mueca y disgusto. Cuando vi al deambulante abalanzarse a un carrito y vi su gesto y su expresión solté con un grito mi angustia y se me heló el corazón. Sentí un pellizco horrible en la boca del estómago que me hizo hablar en alto hasta llamar la atención de los que también esperaban en la cola del cajero. Tuve ganas de llorar, de estrellar aquel teléfono, de no parar de gritar y de salir corriendo.

Noticias de Francia