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De bates y de mono logos
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Juan José Cercadillo

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De bates y de mono logos

Me temo que al final el lunes volveré a ver el debate. A pesar de que, de nuevo, vaya más de peleas callejeras, de bates y puños de hierro, de monólogos y de hacer sangre, que de propuestas que compartir y de celebrar consensos

Foto: Los periodistas Vicente Vallés y Ana Pastor presentan los detalles del cara a cara entre Sánchez y Feijóo. (EFE/Javier Lizón)
Los periodistas Vicente Vallés y Ana Pastor presentan los detalles del cara a cara entre Sánchez y Feijóo. (EFE/Javier Lizón)
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Me debato entre la vida y la tele. Quiero decir que este lunes igual lo paso en la terraza mirando el verde magnolio que motivó comprar mi casa. A las nueve de la noche el fuego de tanto asfalto pierde su ardorosa batalla con la frondosidad del árbol y con la altura del edificio que flanquea nuestro oeste. Bajan los grados suficientes para exponer al ambiente con cierto ratio de éxito la descompresión de la jornada. La misma música de siempre y esa cerveza helada que no consigo desterrar de éstos, mis nuevos hábitos suburbanos, son tentación suficiente para plantear distancia al debate electoral que lleva días anunciado.

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Pesa sin duda alguna el privilegio de la terraza en la, en el fondo, intrascendente decisión a la que me expongo. Pero no es lo único. El recuerdo de otros lances del mismo formato televisivo me acercan a la gráfica escena presente en nuestro inconsciente colectivo de observar el intento de diálogo que suelen tener en concreto una especie subacuática. Una, abundante en nuestra costa cantábrica, de prominentes ojos saltones y, bien tratados por un horno, sabor consistente y fino. Me los he comido todos. Los debates, me refiero. Y el recuerdo de lo rudo, de lo poco edificante, de lo nada productivo apuntan mis tentaciones a disfrutar la cerveza, canturrear a Luis Miguel y olvidarme de ladridos. No me refiero ahora al debate, me refiero al puto perro que no sé por dónde estaba el día que visité nuestro inmueble y me enamoró el magnolio. Como cualquier agencia que se precie debían tener en nómina a un paseador de perros que da servicio gratuito a vecinos de la “urba” los días de enseñar las casas. Muchísimo más efectivo que cualquier otra campaña.

A favor del voto de contemplar el debate, que, seamos realistas, amenaza más combate que debate o intercambio de propuestas, está ese morbo patrio de ver a dos de los tuyos a mamporros aunque sólo sean dialécticos. Eso de las dos Españas pero con reglas del juego y formato televisivo. Árbitro que no hace nada más allá de darles pie o de besarles las manos, y descanso para anuncios, que todo hay que financiarlo, redibujan aquella pintura negra del más irónico Goya, el de Duelo a garrotazos. La riña también lo llaman. Enterrados en el fango, hincados hasta las rodillas, no pueden moverse un ápice de sus posiciones originales. ¿Les suena? A partir de ahí las porras, podría llamarlas trancas al ser los dos del lunes aparentemente varones, vuelan con inquina y tópicos buscando los puntos débiles del villano contrincante. Duelos de baja estofa sobreviviendo dos siglos y ahora en prime time en Atresmedia. Si El Sordo levantara la cabeza haría un buen registro gráfico. Las estacas, podría llamarlas varas por lo intenso del debate, ahora son fotos o memes, estadísticas o datos que enarbolan contra el otro tratando de demostrar que lo que aparece escrito y mostrado a la pantalla demuestra sin admitir réplica su plena veracidad.

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-“Te doy con el dato del paro en la zona occipital”. –“Te la devuelvo al hígado con otra comparativa”. –“Te aplasto el maxilar con lo vil que son tus socios”. –“Yo te hundo tres costillas con lo que hicieron los tuyos”. –“Te voy a dejar sin dientes con tu política fiscal”. –“Yo te reviento los bajos con esa deuda creciente”... Hacia la mitad del debate ya da un poco de pena ver a esas criaturas reventadas a guantazos. Les sangran a ambos las heridas de la escalada de precios, del precio de la energía, del lujo de la vivienda o de las listas de espera. Esas que duelen a todos y que ninguna ideología acierta a cauterizar.

Los golpes de gracia son siempre los mismos. En perfecta sincronía se revientan las cabezas con el trato a funcionarios y con el trato a pensionistas. Son masa si los comparamos con empresarios o autónomos de ahí que protagonicen el golpe de la verdad. Al final del espectáculo los trozos de contendiente, los restos más viscerales, la piel arrancada a jirones deja a los dos aspirantes al mismo nivel operativo. Las dos siguientes semanas recompondrán su imagen en sus actos de partido. Son más de monólogo que de biólogo, que diría el gran Marcos Mundstock, al ser dos y no ser cuatro. Son más de mono y logo, o de logo único o mono logo, añado sin tanta gracia.

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Pero no me perdería un minuto si el debate se enfocara a que se pongan de acuerdo. A que durante el primer tramo establecieran la lista y la prioridad de los problemas que nos resolverán juntos. A comprometerse a pactar acuerdos a largo plazo. Educación o vivienda, gasto público y social, gestión de la inmigración, políticas hidrológicas, alternativas energéticas, política medioambiental. Todos esos grandes temas que duran más de cuatro años y que, por mucho que te empeñes, poco saben de colores, de extremismos, de regiones o de artificiales banderas.

Hacia la mitad del debate, y establecido el programa, trabajar en fijar límites que permitan el consenso. Que sea el sentido común el moderador de todo. Humildad o generosidad igual es pedirles mucho. Igual que pedirles acuerdos también me suena ambicioso. Facilitando el intento yo ahí introduciría un gran cambio en el formato. Haría un debate sin fin. Uno tipo Gran Hermano. Les metía en una casa a ellos y a sus principales equipos con cámaras por todos lados. 24 horas al día hasta que firmen un pacto. Que escucháramos los motivos por los que no cierran acuerdos. Que se insulten y discutan, pero bajándose al barro. Que cojan puntos concretos y que traten de cerrarlos. Y así poco a poco que nos fueran construyendo un grandioso acuerdo marco.

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Que los votos, los votantes, los hiciéramos por teléfono. Detectado algún imbécil que fija sus posiciones desde principios simplemente ideológicos o absurdamente identitarios se le someta a la noche a la nominación y al escarnio. Y que ese mismo día entre otro con el talante y el talento necesario para avanzar los acuerdos. Al fin y al cabo, no dejaría que salgan hasta firmar en consenso. Y añadiría algo. Serían jornadas pro nobo en el sentido más estricto de hacerlo para el bien público, es decir, sin un salario. No cobran un puto duro hasta rematar el marco de unas legislaciones futuras que no puedan confrontarnos.

Me temo que al final el lunes volveré a ver el debate. A pesar de que, de nuevo, vaya más de peleas callejeras, de bates y puños de hierro, de monólogos y de hacer sangre, que de propuestas que compartir y de celebrar consensos.

Me debato entre la vida y la tele. Quiero decir que este lunes igual lo paso en la terraza mirando el verde magnolio que motivó comprar mi casa. A las nueve de la noche el fuego de tanto asfalto pierde su ardorosa batalla con la frondosidad del árbol y con la altura del edificio que flanquea nuestro oeste. Bajan los grados suficientes para exponer al ambiente con cierto ratio de éxito la descompresión de la jornada. La misma música de siempre y esa cerveza helada que no consigo desterrar de éstos, mis nuevos hábitos suburbanos, son tentación suficiente para plantear distancia al debate electoral que lleva días anunciado.

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