Es noticia
Pequeños problemas
  1. España
  2. Madrid
Juan José Cercadillo

Miredondemire

Por

Pequeños problemas

Estoy en mi cueva como un ancestral troglodita, tratando de entender la polémica de la suspensión de un espectáculo que involucra a una compañía cuyos actuantes son bajos

Foto: Un momento del espectáculo taurino 'El Popeye torero y sus enanitos marineros', en Teruel. (EFE/Antonio García)
Un momento del espectáculo taurino 'El Popeye torero y sus enanitos marineros', en Teruel. (EFE/Antonio García)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Me hago pequeño. El mundo cada vez me viene más grande. Se reducen mis perspectivas con el paso de los años. No crecen mis expectativas, sino todo lo contrario. Me aplasta la paradoja de ver crecer la sociedad y entenderla cada día un poco menos. Mi criterio se distancia de titulares y voceros. Como recién llegado a Liliput, siendo yo el liliputiense, leo noticias y comentarios que me devuelven al cavernícola aislamiento de mi agujero. A reflexionar con mis conceptos y mis creencias de antaño. A confrontarlas a oscuras acreditando mi ceguera. Si soy yo quien no lo entiende, si soy yo el que no me adapto, el problema no es de ellos, soy yo el que se ha quedado enano.

Y aquí estoy en mi cueva como un ancestral troglodita tratando de entender la polémica de la suspensión de un espectáculo que involucra a una compañía cuyos actuantes son bajos. A todos les parece horrendo combinar en público regocijo, en negocio, en promoción, el espectáculo taurino y el menos de uno cincuenta. Es, me temo que para casi todos, ofensivo el exhibir la pequeñez anatómica frente a la grandeza torera. El enfoque de comedia es el remate de todo.

Foto: El bombero torero y sus 'enanitos' en Ciudad Real. (EFE/Mariano Cieza)

La sensibilidad que hoy impera es la que afecta a tus ojos. Ya nadie piensa en el otro. Y muy pocos parecen sensibles al verdadero fondo del tema, que no es otro, como casi siempre que entro en conflicto con las propuestas de los que marcan tendencias ideológicas, que el del ataque directo a la libertad de actos. Creí que en eso había consenso y, siempre que no agredas a otros, es el principio del cuento de una sociedad madura, inclusiva, igualitaria y en permanente progreso.

"Llevamos años progresando pensando en el bien ajeno. No creo que haya que cambiarlo"

La hipersensibilidad que padecen los que denuncian el tema a mí me resulta un freno, a ellos un acelerador de un próximo mundo perfecto. Pero creo que está claro que piensan más en ellos mismos, y en sus delicadas y constructivistas conciencias, que en su prójimo. Y llevamos años progresando pensando en el bien ajeno. No creo que haya que cambiarlo. Con la palabra prohibir quieren construir el mundo. La decisión de qué si, de qué no y de qué depende, tienen que tomarla unos pocos. O unos muchos.

Tampoco encuentro criterio suficientemente uniforme en la justificación de la represión que, poco disimulada, se ejerce. Unas veces se justifican apelando a mayorías, otras son las minorías las que deben ser respetadas. Todo vale en la ilusión de crear un cuento de hadas, siempre que la varita mágica de la legislación esté bajo su control y mando. Con el único objetivo de crear un mundo para sus ojos, para ser visto, no para ser vivido. Ni plenitud ni libertad, ni aceptación ni respeto, parece que nada puede estropear la foto para el Instagram que hubiera en el universo.

Foto:  Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
La buena regulación entra en quiebra
Joaquín Meseguer Yebra

Reunidos, convencidos, dieron rango de ley a la prohibición de lo feo. Entendiendo como fealdad lo que no les gusta a ellos. Se rasgan las vestiduras si no normalizas la discapacidad. Y se las rasgan también si tratas de normalizarla dando libertad de acción a quien la está padeciendo. Se ofenden con la palabra enano dirigida a los displásicos pero no pierden un segundo en escuchar lo que quieren los aficionados al toro que no pudieron dar la talla para materializar sus logros. Deben pensar, se les nota, que además de verles cortos les ven medio gilipollas.

Olvidan que es un acto voluntario ejercido por quien se siente vivo batallando con un toro, divirtiendo con su esfuerzo y entrega a unos niños. Regalando con su talento una entrada precisamente accesible, sin muertes y sin heridas, cada día más difícil para las nuevas generaciones, a la afición al toreo. Y dignificando su oficio y hasta sus propios recursos se exponen a que su espectáculo guste y llene las gradas. No son gente obligada a punta de pistolilla. Tienen afición y amor por un quiebro y un muletazo, por arrancar una risa, por escuchar un aplauso. Se les respeta desde el tendido, por eso vamos a verlos.

placeholder 'El Popeye torero y sus enanitos marineros', en Teruel. (EFE/Antonio García)
'El Popeye torero y sus enanitos marineros', en Teruel. (EFE/Antonio García)

Y se tienen más respeto ellos mismos ejerciendo ese oficio que el que se les tiene de boquilla desde lo políticamente correcto prohibiéndoles su desempeño sin más motivo que la supuesta supremacía intelectual de un nuevo medioevo. Precisamente mirarles tan por encima del hombro imponiéndoles criterios, oficios o actividades me parece más discriminatorio. Y parece que con los bajitos les resulta más que cómodo mirarles desde su supuesta altura de miras.

No son altos, eso es cierto, pero tampoco son minusválidos, ni discapacitados, ni subnormales. Ni tontos, perdón, quería decir. Ni niños por ser bajitos que necesiten educarse. Son adultos y, aunque concentrados, tienen un criterio propio. No incumplían ninguna ley divirtiéndose con el toro y ganando sus habichuelas así que inventaron una para que en el mundo de Barbie no asome ninguna barbarie. Que todo sea de su rosa. Luego, si arañas un poco, está la letanía de acabar con las corridas.

Foto: Un espectáculo del 'bombero torero' en una fotografía de archivo. (EFE/Mariano Cieza)

Usar el hándicap de estos toreros para atacar a la Fiesta me parece demagógico. Juzgar la humanidad de quien vaya a verlos me parece prepotente y amoral. Puestos a acabar con corridas, que prohíban también el porno de los que midan medio metro. Y el sexo, no vaya a ser que acaben reproduciéndose. Eso será una locura, se tirarán de los pelos. No es ni mucho más ni mucho menos de lo que a mí me parece esto. Dejen a la gente en paz. La tauromaquia, que engloba decenas de diferentes representaciones, se acabará cuando la gente decida que va a pagar por verla.

Porque también lo ancestral nos lo regula el mercado. La discriminación ahora se trata según las nuevas tendencias. No es solo lo ridículo de la importancia que se dan a los trabajados eufemismos antes que a las realidades. Es que quieren además que simplemente no las veamos, que pasen desapercibidas. Que todos seamos iguales. Niños con claros problemas sin educación especial, ciegos en clases normales. Vamos poder integrar rebajando los listones.

Tampoco es que yo entienda que eso sea la panacea. Pero por lo menos pedirles que mientras sigan mandando demuestren alguna coherencia. O todos iguales o todos más diferentes. Yo me apunto más a lo último, pero, eso sí, dejando en paz a la gente. Con todo lo que hay que arreglar podríamos dejar para el final estos pequeños problemas de bomberos y toreros que a nadie le hacen ya mal.

Me hago pequeño. El mundo cada vez me viene más grande. Se reducen mis perspectivas con el paso de los años. No crecen mis expectativas, sino todo lo contrario. Me aplasta la paradoja de ver crecer la sociedad y entenderla cada día un poco menos. Mi criterio se distancia de titulares y voceros. Como recién llegado a Liliput, siendo yo el liliputiense, leo noticias y comentarios que me devuelven al cavernícola aislamiento de mi agujero. A reflexionar con mis conceptos y mis creencias de antaño. A confrontarlas a oscuras acreditando mi ceguera. Si soy yo quien no lo entiende, si soy yo el que no me adapto, el problema no es de ellos, soy yo el que se ha quedado enano.

Madrid Estilo de vida Tauromaquia