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Rubiales, campeón del mundo
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Juan José Cercadillo

Miredondemire

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Rubiales, campeón del mundo

Parece ese Peter de libro que llegó donde no pensaba y con el impacto y la sorpresa de que te van haciendo caso, te crees que todo lo que dices, haces, mandas o criticas tiene el don de ser perfecto

Foto: El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, durante su intervención en la Asamblea General. (EFE/RFEF)
El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, durante su intervención en la Asamblea General. (EFE/RFEF)

Cavar tu tumba con un pico. Debe molar inmolarse. Máster en cuñadismo. Demostración irrefutable de la acreditada ley de Peter. Tan certeros sus errores que pareciendo imposible, a Rubiales se le ha vuelto a caer el pelo. Vodevil de baja estofa, digno de revista de pueblo, si no fuera por su audiencia prácticamente universal. Ridículo nacional, cumbre de las dos Españas, con intrigas palaciegas y pose de rey divino, de mandatario intocable. Ofendidos por costumbre, postureo interesado, reafirmación ideológica y rábano por las hojas. El feminismo a la carga. El machismo a la contienda. Quejarse más de la cuenta o tener corazón de piedra. Venganza en plato caliente, cabeza en bandeja de plata, oportunidad de oro. Némesis llamada Tebas, presupuestos millonarios repartidos como pagas, asambleas a la búlgara, un producto necesario para calmar los domingos recetados en partidos tomados cada dos horas.

El Gobierno tutelando el ocio mayoritario, el famoso pan y circo. Tantos ángulos tiene el beso por breve que este haya sido, que no me decido por uno, que no tengo veredicto sobre el fondo del asunto que tanto se está tratando. Rubiales en la picota no se puso el otro día. No despierta simpatías con su deje —y con sus jotas por eses— que le dan aire chulesco. Ni con sus antecedentes de tener poco respeto. Poco respeto a todo vistas algunas noticias. Parece ese Peter de libro que llegó donde no pensaba y con el impacto y la sorpresa de que te van haciendo caso te crees que todo lo que dices, haces, mandas o criticas tiene el don de ser perfecto. Y trasladas tus patrones de decisión y comportamiento de una realidad ramplona, de tu equipo o de tu barrio, a un puesto institucional de impacto y responsabilidad pública.

Foto: Imagen: Irene Gamella / EC Diseño.

En esa dinámica se entra con la facilidad de unos votos y cuesta un mundo salir. La deriva bajo el lema del porque yo lo valgo te lleva a hacer tonterías de calibre inadmisible a los ojos de cualquiera que no se esté beneficiando. La vista atrás, es innegable, apunta a pequeño caudillo. A más ego que profesión, a más aprovechamiento propio que servicio ajeno o público. Por otro lado, es cierto lo de que tiene enemigos y que puede que a la vez que mueven algunos hilos estén conscientemente sobreactuando. Los enemigos los tiene porque el pastel, siendo grande, se reparte entre muy pocos. Los golosos, y colosos, que aspiran a esos dineros te apuñalan por la espalda hasta con cuchillo de postre. Valen hasta las migajas. Visiones antagonistas de la explotación del negocio en dos empresas distintas que sin poder unificarse querrían el monopolio.

El fútbol profesional o la promoción de la base. Esa delgada línea marca su frente de guerra y como en toda contienda siempre hay víctimas colaterales. Que se lo digan a Wagner. Andan a la gresca pública sin ocultarnos su inquina. No sería de extrañar que esta vez fueran más ciertas algunas opiniones afines a la siempre atractiva conspiranoia. Desde luego que en la prensa aprecias los posicionamientos y, sin mirar hacia arriba que no quiero que me echen, también se ven los dos bandos.

Foto: Luis Rubiales, en una imagen de archivo. (Getty)

Luego llegó la hecatombe de la histriónica rueda de prensa. Precisamente para adentrarse en el fondo, avanzando desde la orilla, sobre esta hipotética premisa de enemigos por doquier basa su propio papel de única víctima. De tal trascendencia su gestión, de tal calibre sus éxitos, de tal dimensión sus logros que ha sido esa repercusión la que ha afilado las dagas de sus enemigos públicos. Un ataque por la espalda, perpetrado a pie de pódium, del que no le ha protegido ni su guardia pretoriana ni su presupuesto infinito. Con esa mueca de mártir se lanzó hacia el abismo de dar una explicación.

Le vimos precipitarse sin remisión al impacto mientras renegaba de todo pensando que saldría volando. Cada frase era una losa, cada descripción hormigón que se le pegaba al cuerpo para aumentar el ostión. La descripción pericial parecía acusatoria y lejos de empatizar te va confirmando que al prenda ya nadie le puede salvar. Mi posición personal evita el espinoso debate del acoso o del machismo. Del derecho de pernada, del mito del rey desnudo, del Midas de Gran Canaria. No me apetece valorar ni el deseo de este indeseable ni los cambios de opinión sobre su consentimiento de la fugazmente besada.

Foto: Jennifer Hermoso, en una fotografía de archivo. (EFE/David Martínez Pelcastre)

Tampoco entro en la estupidez de comparar las situaciones y ver que cuando es una mujer la que besa a un cocinero en huida y resistencia, y el ruido ha sido menor, tratar de justificar los hechos. Y no lo hago porque no me hace falta para llegar a la conclusión a la que todos estamos llegando. Rubiales no tiene perdón. No digo que sea más grave pero sí que fue anterior la razón de mi condena. Y desde luego, para mí, es mucho más irrefutable. Con un delito tan claro me llega para condenarle a una retirada perpetua. Lo demás ya son agravantes, adornos o intentos de apología.

"Es el deporte, amigo"

Nadie con su condición puede representarnos. Ningún troll barriobajero incapaz de compostura debería subir a un palco. "Es el deporte, amigo", diría parafraseando. Es fútbol, es un mundial, es ganar con elegancia y decoro. Es el respeto al contrario y al esfuerzo de uno mismo. No me toque los huevos tocándoselos, ni delante de otros reyes ni en una esquina en solitario. No parezca un troglodita. No alimente la caricatura de íberos desaforados. No haga esos aspavientos, no toque a las jugadoras, no se le ocurra ponerse un chándal como si fuera uno de ellos. Está allí de gestor, no de protagonista. No demuestre sus frustraciones deportivas con el tricornio federativo en lo alto. No se libere de sus amarguras gritando y haciendo suyo lo que ha sido de otras.

Un mínimo honor al deporte, unos gramitos de clase. Un recato, no digo flema que no somos británicos, unas trazas de humildad, un regocijo interno —mucho más satisfactorio— un miramiento general, un tributo contenido lejos del protagonismo del que se cree que ha corrido o ha marcado de penalti desde el confort de un despacho. Usted no es campeón del mundo, ni lo pretenda siquiera. Al menos no lo es en fútbol. Puede que lo haya sido en la demostración de lo zafio, en la falta de respeto, en las peores bajezas de un mezquino ser humano. Por mí ya tiene una medalla, vaya, cuélguela en su casa y quédesela contemplando.

Cavar tu tumba con un pico. Debe molar inmolarse. Máster en cuñadismo. Demostración irrefutable de la acreditada ley de Peter. Tan certeros sus errores que pareciendo imposible, a Rubiales se le ha vuelto a caer el pelo. Vodevil de baja estofa, digno de revista de pueblo, si no fuera por su audiencia prácticamente universal. Ridículo nacional, cumbre de las dos Españas, con intrigas palaciegas y pose de rey divino, de mandatario intocable. Ofendidos por costumbre, postureo interesado, reafirmación ideológica y rábano por las hojas. El feminismo a la carga. El machismo a la contienda. Quejarse más de la cuenta o tener corazón de piedra. Venganza en plato caliente, cabeza en bandeja de plata, oportunidad de oro. Némesis llamada Tebas, presupuestos millonarios repartidos como pagas, asambleas a la búlgara, un producto necesario para calmar los domingos recetados en partidos tomados cada dos horas.

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