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Juan José Cercadillo

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Han comprado Telefónica señores no deseados por el control instaurado. Han saltado las alarmas de la seguridad nacional. El gobierno, uno de sus más logrados títeres, se ha puesto a gesticular, sorprendido y compungido

Foto: Logotipo de Telefónica. (EFE)
Logotipo de Telefónica. (EFE)
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Se confirma. Estamos poseídos. Luchamos como posesos por mantener la libertad y somos piezas del lego con el que construyen sus palacios. Nos poseen con la terrible precisión de almacenar nuestros adentros. Nuestros cuerpos vagan libres, nuestros datos nos comandan. En la distancia física que separa nuestro ente material y su historial, encuentran la impunidad de no poder echárnoslos a la cara. Tanta virtualidad nos impide darles sus merecidas guantadas. Porque yo no sé dónde están, aunque los pueda imaginar conspirando con mis datos. No tienen códigos con eso, salvo el lenguaje binario. Allí manda el todo o nada, el cero o uno, el blanco o negro tantas veces por milisegundo que, alejándote un poquito, ves en gris el mejor, el más fiel, de tus retratos. Perpetuo y en tiempo real. Ya casi nos tienen a todos al estilo Antonio López. Es tal el hiperrealismo que si pudiéramos verlo sería más nuestro yo que lo que creemos que somos. Da miedo ese conocimiento y lo que nos harán con eso. Y es imposible librarnos.

Foto: El presidente ejecutivo de Telefónica, José María Álvarez-Pallete. (EFE/Javier Lizón)

Todos sabemos de esto. Y nos vamos amoldando. Más allá del postureo de leyes de protección de datos somos carne de algoritmo, un cerebro delegado. Las pruebas son evidentes. En titulares de prensa, en charlas de sobremesa, en las tertulias de radio, apenas caben tres temas que van cambiando a diario. Sorprende la coincidencia si obvias que hay tanto hilo que, además de los de Twitter, manejan las marionetas. A mí me levantan un brazo y opino del pobre tarado que por sus motivos varios despieza a un pieza que ha amado. No es que pasara en mi barrio, pero hoy veinte mil kilómetros están en la puerta de al lado. A juicio del titiritero sentado sobre tanto dato, si ya se ha hablado demasiado, afloja un poquito el hilo mientras estira de otro y salto al ritmo de la música opinando sobre un pico y su ejecutor, un calvo. Tampoco la cercanía justifica mi atención. Hicieron el mamarracho a las afueras de Sidney. La exposición de sus bajezas, en tiempos de desconexión, afectarían a mi vida lo mismo que los conflictos que mantienen en Saturno sus invisibles habitantes sobre el tratamiento de anillos o la pérdida de gases, se entiende que del planeta.

El que maneja los hilos a golpe de impulsos eléctricos decide que, de repente, lo que importa es un Madrid cero a cero o un Barça derrotado. La rodilla de Vinicius, la almorrana de Ancelotti o la depresión de Xavi. Horas de foco en el césped, días de controversia ficticia, semanas que son jornadas y años que son temporadas, vertebran el devenir de un año tonto hacia otro. Puntos, tarjetas y copas… siempre alguna más de lo que conviene. Champions, mundiales y ligas… siempre menos de la cuenta, que con la edad pierdes punch y con el forofismo foco.

Foto: El presidente ejecutivo de Telefónica, José María Álvarez-Pallete. (EFE/Javier Lizón)

Todo parece fluir en el simbiótico intercambio. Yo les cuento mi vida a golpe de bit y rastreo, a cuenta de comentarios, de me gusta, o gustaría, simplemente verbalizándolo. Tienen el oído fino y la memoria infinita. A base de kilowatios lo tienen presente todo y todo relacionado. A cambio de tanta entrega van tematizando mi vida sin pausa y con mucha prisa, ahorrándome los esfuerzos de decidir qué asuntos de verdad son los que importan. Qué toca por la mañana, de qué hablar a mediodía, en qué pensar por la noche. Es un alivio increíble no tener que discernir entre vital o bazofia. Ahorras ingente tiempo que vas a poder dedicar a profundizar en el hecho que te asaltó por mil frentes. La primera hora de radio, la temprana digital o la vespertina de tele tienen el hilo conductor que salió de aquella nave que almacena el servidor en esa localización tan secreta como lo es su intención.

Es nuestra forma de vida en este tiempo que suena a antesala de un gran cambio, de unos nuevos paradigmas. Lo tienen bien disimulado, entramos como borregos obteniendo poco a cambio. Ventajas que son migajas. Sabemos las direcciones de cada edificio del planeta, el camino que es más corto, la pizza que está más buena. Llegó la telepatía que nos habla en la distancia y en la inmediatez de un mensaje bis a bis que empieza a obviar la palabra. O en esas especies de guijas modernas que son los grupos de WhatsApp donde te puedes comunicar con gente que, para ti, están socialmente muertas. Buscas lo que quieras saber para que se te olvide al rato porque es menor el esfuerzo de volver a preguntar que el de tratar de conservarlo. El seguimiento de ex es otra gran ventaja para los que su corazón o ardor quedó enganchado por algo. Todo al final son premiecillos que les salen muy baratos en esa economía de escala que les provee el mundo entero con su poder de conexión.

Foto: Logotipo de Telefónica. (EFE/Telefónica) Opinión

Su control disimulado lo protegen con las uñas de los contenidos, con los dientes del entretenimiento, y pasan desapercibidos. Solo hay algunos signos de lo clave de la batalla que se cuelan a retazos en informaciones vagas. Esta semana he visto una. Han comprado Telefónica señores no deseados por el control instaurado. Han saltado las alarmas de la seguridad nacional. El gobierno, uno de sus más logrados títeres, se ha puesto a gesticular estirado de los hilos, sorprendido y compungido. No nos lo pueden robar, el control social, me refiero. Y se han puesto a enarbolar la bandera de lo patrio. Que el control lo tengan otros parece mal escenario. Como si a mí en el fondo eso me importara tanto.

Saben ya los de Tik Tok más de mí que mi familia. Los nerds que hicieron Instagram conocen a la perfección lo que me apetece ver cada minuto del día. Los genios de Google Maps saben de mis andares con la asombrosa precisión que ayuda a repasar mi vida con lo pormenor de su informe cada unos treinta días. Y Telefónica, con su peaje de fibras, antenas y nodos, también se entera de todo y pone a cocer su tajada. Vetar la venta de unos cientos particulares con la excusa de evitarnos el control no es un argumento válido. Sería mucho más honesto si nos contaran que en el fondo nos quieren seguir controlando sus actuales dueños. Y sin llevar ni thawb ni ghutra tampoco es que me vayan a inspirar seguridad personal si lo que se les pone en juego es su alta rentabilidad.

Se confirma. Estamos poseídos. Luchamos como posesos por mantener la libertad y somos piezas del lego con el que construyen sus palacios. Nos poseen con la terrible precisión de almacenar nuestros adentros. Nuestros cuerpos vagan libres, nuestros datos nos comandan. En la distancia física que separa nuestro ente material y su historial, encuentran la impunidad de no poder echárnoslos a la cara. Tanta virtualidad nos impide darles sus merecidas guantadas. Porque yo no sé dónde están, aunque los pueda imaginar conspirando con mis datos. No tienen códigos con eso, salvo el lenguaje binario. Allí manda el todo o nada, el cero o uno, el blanco o negro tantas veces por milisegundo que, alejándote un poquito, ves en gris el mejor, el más fiel, de tus retratos. Perpetuo y en tiempo real. Ya casi nos tienen a todos al estilo Antonio López. Es tal el hiperrealismo que si pudiéramos verlo sería más nuestro yo que lo que creemos que somos. Da miedo ese conocimiento y lo que nos harán con eso. Y es imposible librarnos.

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