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Juan José Cercadillo

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Relatividad y nuevos tiempos

El tiempo pasa tan rápido que lo dejamos atrás y nuestra línea temporal empieza a difuminarse a fuerza de no mirar. Aquellos que reivindican analizar lo ocurrido para valorar lo de hoy sufren el ostracismo, el bullying editorial

Foto: Imagen de archivo de Nicolás Redondo. (Olmo Calvo)
Imagen de archivo de Nicolás Redondo. (Olmo Calvo)
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Abundan de un tiempo a esta parte discípulos de Einstein entre los opinadores. Lideres de opinión, y el efecto eco aborregado de sus seguidores, se han vuelto relativistas. Hoy todo es relativo y depende, como en el famoso axioma de aquel genial bigotudo, del punto de vista del observador. Siguiendo con la teoría, solo una cosa es constante, todo va a la velocidad de la luz. También coincide otra cosa, la gravedad no existe. No es una fuerza, es solo aceleración y cada vez vamos más rápido en lo de vomitar opinión. Y es algo más que evidente que, no existiendo en la sociedad actual consenso sobre lo que resulta grave o no, la publicación de burradas, las manifestaciones sin fundamento, los juicios gratuitos de valor -y aún más los facturados- no tienen apenas pudor ni rigor, no tienen reglas ni límites y caen en la perversión de resultar herramientas argumentales sirviendo a algún fin mayor. Ocultos o apenas disimulados son fáciles de detectar entre las líneas de llamativos titulares, entre los dientes de aguerridos tertulianos, entre las manos de poderosas corporaciones.

Foto: El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, durante su intervención en la Asamblea General. (EFE/RFEF) Opinión
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Juan José Cercadillo

Que el tiempo se ralentice cuando todo va más rápido resulta la gran paradoja de la relatividad especial. Hoy, que todo es vertiginoso para nuestra ansiosa sociedad, nos ocurre en realidad justo el efecto contrario. Ayer es un pasado lejano, los setenta están a años luz. El tiempo pasa tan rápido que lo dejamos atrás y nuestra línea temporal empieza a difuminarse a fuerza de no mirar. Parece un plan premeditado y a aquellos que reivindican analizar lo ocurrido para valorar lo de hoy sufren el ostracismo, el bullying editorial, cuando no el insulto anónimo o la condena social. Parece que en estos días, si tratas de mirar al pasado, existe esa fuerza G que romperá con su impetuosa inercia tu osado y nostálgico cuello con la misma efectividad que falta de piedad mediática. Que gilipollas sea con G será mera coincidencia, pero la asociación de ideas me ha resultado inevitable. El dígito que la preceda podría dar idea del número de suscriptores que tenga la última ocurrencia. Llegamos, en algunos temas, a los diez millones de Gs. Es de una gravedad inaceptable.

El tiempo es una dimensión que solo va para adelante. Pero experiencia e historia, unidas en el talento de cerebros con consciencia, nos han hecho evolucionar y llegar a donde estamos. Hay que mirar al futuro pero también hay que echar la vista atrás de vez en cuando para mantener referencias. Ese equilibrio perfecto para entender el presente y actuar en consecuencia para evitar los errores se ve que lo estamos perdiendo. Dos exitosos modelos expuestos esta semana me van a servir de ejemplo.

Foto: Un momento del espectáculo taurino 'El Popeye torero y sus enanitos marineros', en Teruel. (EFE/Antonio García) Opinión
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Juan José Cercadillo

Miguel Bosé, el vilipendiado, está contando su vida con muchas más ganas que voz. Ese personaje histriónico creado a base de memes cobra una nueva dimensión escudriñada su vida. A esos millones de Gs que lo han convertido en piñata les condenaba al visionado, y a un comentario de texto, preludio de rectificación y penitencia por necios. La foto del Bosé viejo vista por presentistas resulta objeto de mofa. No solo resulta cruel, es una aberración histórica. Juicios sin antecedentes, prejuicios de manual, ombligos centro del mundo nos van a arrastrar al abismo que, como los pobres lemmings en trance de superpoblación, se precipitan al vacío sin criterio y sin opción. Ese vacío intelectual que genera el automatismo de creerse un titular, de no esforzarse en el análisis crean un Bosé vulgar. Como parece dar risa, el triunfo de lo mediocre resulta garantizado. Se deja de valorar los valores de aquel joven que nos cambió el blanco y negro por el rosa y el dorado. Que le escupió al machismo en la cara de su padre. Que lidió con talibanes del sexo de un solo lado armados de porras y leyes, de sotanas y de cargos.

La misma banalidad con otro genio preclaro quedó clara la pasada semana en un repaso biográfico mostrado en televisión. Un Julio Iglesias arcaico que nos representa un tópico condenado a condenar es lo que quedará en la memoria de los que no usan la que tienen disponible de tantos y tantos otros. La de todos los demás. Aquellos cuyo principal pecado para no tenerles en cuenta resulta haberte precedido. Personajes como Iglesias serían más respetados de conocer sus orígenes, sus caminos y sus logros y callarían la boca de inmediato a más de un desahogado que busca su desahogo ridiculizando el pasado. A todos esos que usan principales paradigmas con ventajismo y envidia, vestida de mala baba siguiendo la moda imperante, les prohibiría opinar sin ejercer retrospectiva.

Foto: Daniel Sancho, detenido en Tailandia. (EFE/Somkeat Ruksaman) Opinión
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Más allá de la farándula existen ejemplos graves. Le está pasando a la política que disfraza de memoria actualizaciones morales. Se acuerda de lo que quiere pasado solo una semana mientras se remonta décadas si el ruido le viene en gana. La relatividad de los juicios analizando condenas, revisitando las cunetas, o purgando disidentes por mantener sus mensajes, está siendo una evidencia. Que pregunten a Leguina, a Espinosa de los Monteros y a tantos y tantos otros. Y el último caso flagrante. Que le pregunten ahora al pobre Nicolás Redondo. Otro, que a los ojos de estos locos con otra percepción del tiempo, parecen que van más lentos en esa carrera de fondo que viene siendo en la política lo de salir en la foto. Ese es su nuevo mandato. Es el frame, es el instante, es la combinación de intereses que el algoritmo del tiempo nos mueve cada vez más rápido descolocándolo todo. Impidiéndole a los más lentos, torpes por coherencia, el mantener su criterio, el acordarse de algo.

Abundan de un tiempo a esta parte discípulos de Einstein entre los opinadores. Lideres de opinión, y el efecto eco aborregado de sus seguidores, se han vuelto relativistas. Hoy todo es relativo y depende, como en el famoso axioma de aquel genial bigotudo, del punto de vista del observador. Siguiendo con la teoría, solo una cosa es constante, todo va a la velocidad de la luz. También coincide otra cosa, la gravedad no existe. No es una fuerza, es solo aceleración y cada vez vamos más rápido en lo de vomitar opinión. Y es algo más que evidente que, no existiendo en la sociedad actual consenso sobre lo que resulta grave o no, la publicación de burradas, las manifestaciones sin fundamento, los juicios gratuitos de valor -y aún más los facturados- no tienen apenas pudor ni rigor, no tienen reglas ni límites y caen en la perversión de resultar herramientas argumentales sirviendo a algún fin mayor. Ocultos o apenas disimulados son fáciles de detectar entre las líneas de llamativos titulares, entre los dientes de aguerridos tertulianos, entre las manos de poderosas corporaciones.

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