Es noticia
Carne dura
  1. España
  2. Madrid
Juan José Cercadillo

Miredondemire

Por

Carne dura

Que no nos alimente el odio, su odio y sus frustraciones, pero que nos mantenga firmes la confesión del ingrato en el pulso donde la palabra doblega a la brutalidad

Foto: El pasado martes apareció una pintada contra Josu Ternera en el vallado del Festival de Cine de San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)
El pasado martes apareció una pintada contra Josu Ternera en el vallado del Festival de Cine de San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

No me llame Ternera, dice el pájaro. Serio y desafiante se explica mugiendo en voz baja, entre atorado y absorto. Con su nariz aguileña, con sus ojos en la nuca, con sus orejas en vela, demoniza su figura empezando por su estética. Mirada de mala persona, facciones de ser aislado, gestos de extrema inconsciencia que anticipan un malvado. Le faltan el rabo y los cuernos, pero resultaría, de ponérselos, más demonio que mamífero ungulado. Malo sin abrir la boca, huraño por encorvado, va clavando la mirada buscando hacer solo daño. Pose de matón confeso, de asesino por contrato, de cero arrepentimiento, se planta enfrente de Évole a explicarle a toda España lo que pasa por la mente de una marioneta ajada.

Esas impresiones físicas osadas, pero acertadas, tardan apenas un segundo en poder ser ratificadas. Desde su primera frase muestra cómo el mal que tiene dentro le dio la forma de fuera. Palabras que son dolor y apuntan a un enemigo. Expresiones de rencor que arrinconaron su patria entre bosques y montañas, entre zulos y explosivos. Arrinconaron a otros para arrinconarse a sí mismos. De exhibir sus diferencias a disparar a las otras acercándose por la espalda. Muerto el diálogo, a la vez que el primer muerto, la deriva de lo necio se repitió hasta las mil veces. Muchos, uno ya sería demasiado, para que pretendan ahora un trato civilizado que incluyera comprensión, compensación o indulgencia.

Foto: Presentación de 'No me llame Ternera' en el 71 Festival de cine de San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)

La tesis del asesino es la de que existe un conflicto. Un país dentro de otro, una represión, un colonialismo sin fronteras, pero sin buena intención. La defensa de lo suyo justifica las pistolas, la muerte de compatriotas, incluidos sus vecinos. Pedagogía de bala, argumentario con pólvora, apología que sangra. No parecen buenos métodos para liberarse de nada. Al menos en unos tiempos en que la paz imperaba. En la infamia de mostrarse como seres elegidos cimientan sus diferencias. Seres del planeta vasco en guerra con el planeta Tierra. Eso sí, al que no lo vea, extorsión y algún balazo, pero donde más les duela. Y dolió con muchos niños, con esposas abnegadas, con políticos convencidos del poder de la palabra, que, sin enterrar en cunetas, dejaron en el camino hacia su soñada patria vasca, libre de sangre extranjera.

Ensoñación y delirio. Ensimismamiento y ombligo. Educación fraudulenta, consustanciación del enemigo, justificación de miserias. Aquello fue el caldo de cultivo de estos virus tan mortíferos. Un culpable de tus males oculta tus limitaciones, un enemigo común oculta también diferencias, y fortalece al grupo. Han durado hasta seis décadas. Siendo razones ajenas al señor Urrutikoetxea, no creo que justifiquen ni uno solo de sus gestos, ni una sola de sus ideas. Se presenta convencido de la bondad de su plan, de unas muertes necesarias con las que perseguir su fin. Lo dice con el aplomo de quien apretó gatillos. Del que pasa por el mundo sin enterarse de nada. Del pobre ciego que no ve ni el inmenso dolor que ha hecho para no conseguir nada, ni siquiera su propio arrepentimiento cuando no le quedan balas.

Justificando el ultraje se pone traje de víctima. Y saca la calculadora. Y apunta a que cada muerto tuvo su precio en monedas

Justificando el ultraje se pone traje de víctima. Y saca la calculadora. Y apunta a que cada muerto tuvo su precio en monedas, de leyes o de hacer caja. Y se me encoge el estómago de pensar en los difuntos, y en esos heridos de cuerpo, heridos también en el alma, por pagar con sus muñones, con sus restos, la comida de esos perros rabiosos y torturadores. Insinúa que funcionó el mercado. El mercado de los votos, de querer ser presidente, de un mal algo menor que otro. Y se me hiela la sangre ahora que le echo cuentas. Y pienso si fuera verdad que el plomo se paga bien, que los funerales son caros, que los coches desguazados con kilos de TNT valieron su peso en oro. No lo quiero ni pensar ahora que se ha acabado. Ahora no mercan los muertos, pero sigue el contrabando de acuerdos bajo la mesa, del gran poder de unos cuantos en ese mercado persa que aún llamamos Congreso.

No vivirá arrepentido, pero tampoco feliz. El peso de su martirio, aunque a él se le aligere, debe de ser infernal. Carcomiéndose por dentro, por cáncer o humanidad, va camino de lo que parece será un triste final entre tubos o entre rejas. Se habrá perdido una vida haciendo perder la de otros. Justificará su existencia sobre la banalidad absurda de banderas y fronteras, de rh y de tx, de cánticos ancestrales y trajes regionalistas. Ha producido tanta pena como la pena que da. Que no nos alimente el odio, su odio y sus frustraciones, pero que nos mantenga firmes la confesión del ingrato en el pulso donde la palabra doblega a la brutalidad.

No me llame Ternera, dice el pájaro. Serio y desafiante se explica mugiendo en voz baja, entre atorado y absorto. Con su nariz aguileña, con sus ojos en la nuca, con sus orejas en vela, demoniza su figura empezando por su estética. Mirada de mala persona, facciones de ser aislado, gestos de extrema inconsciencia que anticipan un malvado. Le faltan el rabo y los cuernos, pero resultaría, de ponérselos, más demonio que mamífero ungulado. Malo sin abrir la boca, huraño por encorvado, va clavando la mirada buscando hacer solo daño. Pose de matón confeso, de asesino por contrato, de cero arrepentimiento, se planta enfrente de Évole a explicarle a toda España lo que pasa por la mente de una marioneta ajada.

Noticias de País Vasco
El redactor recomienda