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Hamás de los jamases
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Juan José Cercadillo

Miredondemire

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Hamás de los jamases

Los más fuertes siempre tuvieron muy claro que para mantener su hegemonía tenían que colonizar poblaciones sumidas en la subsistencia, capaces de generar un poco más que lo básico con lo que poder engrosar sus graneros o arsenales

Foto: Las fuerzas de artillería israelíes, cerca de la franja de Gaza. (Foto: Ilia Yefimovich)
Las fuerzas de artillería israelíes, cerca de la franja de Gaza. (Foto: Ilia Yefimovich)
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A codazos, a empujones, llevamos milenios tratando de tener espacio propio. La historia de las naciones es la histeria de la guerra, es el logro de una valla, es la ley de la frontera. Siendo la tierra gigante son enormes los conflictos por controlar desde el agua, a un promontorio con vistas, o la tierra de tus padres. Eran zonas de cultivo, o con abundancia de sal o minerales, los vectores principales para conquistar a los otros. Eran temas económicos. También tenía que ver, como en toda economía, el control del factor hombre-trabajo. Los más fuertes siempre tuvieron muy claro que para mantener su hegemonía tenían que colonizar poblaciones sumidas en la subsistencia, capaces de generar un poco más que lo básico, con lo que poder engrosar sus graneros o arsenales. Fuerza y tecnología dieron la vara de mando.

Es la historia de una especie capaz desde hace siglos de sumar y multiplicarse, dividiendo al enemigo. Cuenta con millones de muertos. Las guerras siempre vinieron de saber echar las cuentas. Y da igual como lo cuentes. A veces contaban hectáreas, a veces en celemines, a veces contaban cabezas y otras brazos para la labranza. Lo que sí marca diferencias es cuál de los bandos lo cuente. Y casi siempre es el que gana el que lo deja escrito, por eso que es tan complicado hablar de justicia cuando se habla de historia.

Foto: Hamás lanza más de 5.000 cohetes desde la franja de Gaza. (EFE/Mohammed Saber)
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La sucesión y la difícil convivencia de las civilizaciones es una mancha de aceite que, vista sobre un mapamundi, es un devenir dinámico que explica cómo los grandes conflictos siempre fueron territoriales. Todo empezó en aquel sitio que conquistó la agricultura, dándole origen al progreso. En aquel verde paraíso inundado de agua que te cuesta imaginar si ves ahora Oriente Medio. Es razonable pensar que donde más tiempo llevamos viviendo, más desierto hemos logrado y peor vecindad tengamos, son más años discutiendo.

Desde el esplendor sumerio a los visionarios griegos, pasando por los egipcios o árabes, desde los ordenados romanos a los contumaces otomanos, la raya que separaba a unos pueblos de los otros siempre ha estado muy clara y muy manchada de sangre. Y siempre se ha ido desplazando en función del poderío que daban mejores cosechas o grandes picos demográficos. El reclutamiento era básico y siempre tenía precio. Pero le faltaba algo. La piedra filosofal que encontraron los que mandan para generar peones fue tan simple y tan invisible como difícil de explicar: la fe y el temor de Dios.

placeholder Lanzan cohetes desde la franja de Gaza hacia Israel. (REUTERS/Amir Cohen)
Lanzan cohetes desde la franja de Gaza hacia Israel. (REUTERS/Amir Cohen)

Las ya grandes diferencias que producían las etnias, una especie de uniforme natural e inevitable, había que maximizarlas generando distintas interpretaciones de lo que es el más allá. Y de quién lo habita y lo controla. Y en el cómo se manifiesta o interactúa en nuestro mundo de mierda esa supuesta deidad. La religión es en la guerra el oxígeno que la incendia y mantiene viva la llama. La promesa de mejora, fenecido en esta tierra, hacía más llevadero el trance de que te claven la espada en la barriga o te corten la cabeza. El éxito aglutinador por desgracia aún se mantiene y son hordas de fanáticos los que siembran el terror para ganarse su cielo. Se aglutinan y se radicalizan porque no pueden entenderse, porque es imposible llegar a un acuerdo sobre historias inventadas, sobre mitos y otros cuentos que solo se pueden confirmar si mueres.

Las claves tradicionales para justificar una guerra no bastan en Palestina. Un pueblo-un territorio era una proporción justa que se rompía de repente generando alguna mezcla. Y aunque, visto el paso del tiempo, no todo cromosoma congenia igual de bien, el mecanismo ha funcionado a pesar de tanta guerra. Hemos llegado muy lejos. Pero hay algunas etnias que por viajeras o despistadas se han quedado sin terreno. Les pasó a los gitanos que escaparon de la India y que habiendo llegado a todos los sitios en ninguno se pararon. Y les pasó a los judíos cuando se liberaron. Aquella huida de Egipto a la Tierra Prometida se les pasó de frenada. Aquella diáspora bíblica resultó de tal tamaño que venció la dispersión al sentimiento de Estado.

Foto: El ataque sorprendió al Ejército israelí. (EFE/Wael Hamzeh)

Han pagado por el error, desahuciados varias veces. De España hacia centro Europa y más tarde hasta la Rusia. Con el brazo ejecutor de la Santa Inquisición desde los Reyes Católicos se perseguía a esta gente que acumulaba riqueza con la facilidad del que trabaja y empezó a entender la banca y la ventaja de ayudarse. De Europa no hay que recordar los expeditivos métodos que la barbarie y el odio llegaron a utilizar para salvaguardar una raza. El éxodo fue a Norteamérica y con la prosperidad se plantearon la vuelta a su tierra prometida en el medio de la nada. En la inglesa Palestina.

Pero el barrio estaba lleno. La entente que mantiene Tierra Santa repartida por decreto no funcionó con las casas. Hacer un país tan tarde siempre genera afectados. Aquí llevan muchas décadas resolviéndolo a bombazos. La última revuelta, la primera de las mil próximas, ha superado con creces cualquier nivel de tolerancia. De defender tu parcela a acuchillar a niños es demasiada hipoteca. Hay ciertos tipos de pactos que jamás se han podido firmar con sangre. La penuria y la tragedia, el odio y la sed de venganza, seguirán en su deriva para cumplir la premonición de uno de sus profetas, el hijo de Dios para otros, de que no quedará en aquel sitio ni siquiera piedra sobre piedra. Y que, vistas las terribles imágenes, jamás de los jamases podrán convivir en paz.

A codazos, a empujones, llevamos milenios tratando de tener espacio propio. La historia de las naciones es la histeria de la guerra, es el logro de una valla, es la ley de la frontera. Siendo la tierra gigante son enormes los conflictos por controlar desde el agua, a un promontorio con vistas, o la tierra de tus padres. Eran zonas de cultivo, o con abundancia de sal o minerales, los vectores principales para conquistar a los otros. Eran temas económicos. También tenía que ver, como en toda economía, el control del factor hombre-trabajo. Los más fuertes siempre tuvieron muy claro que para mantener su hegemonía tenían que colonizar poblaciones sumidas en la subsistencia, capaces de generar un poco más que lo básico, con lo que poder engrosar sus graneros o arsenales. Fuerza y tecnología dieron la vara de mando.

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