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El Último de la fila
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Juan José Cercadillo

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El Último de la fila

Vascos, catalanes y navarros permanecen en el pódium, como siempre pretendieron. Son votos que valen más si les echamos las cuentas. Cuando alguien cuenta votos, otros cuentan las monedas

Foto: Centenares de personas, el domingo en la manifestación contra la amnistía de Sevilla. (EFE/David Arjona)
Centenares de personas, el domingo en la manifestación contra la amnistía de Sevilla. (EFE/David Arjona)
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Vuelve El Último de la fila. Y por lo tanto el primero. España vuelve a disfrutar del talento catalán que con cierto toque flamenco nos hizo a todos cantar aquel himno icónico de “Huesos”. Vuelven García y Portet a sumarse sus talentos. Vuelve la Insurrección a estos tiempos. Vuelve El loco de la calle, vuelve a saltar el amor por la ventana cuando la pobreza entra por la puerta de los presupuestos. Vuelve Mi patria en mis zapatos. Vuelve No me acostumbro, No puedo más. Títulos de ayer que nadie supuso premonitorios y que hoy podrían ser resumen de titulares, bloques de telediario, pancarta de cabecera, decreto ley o sumario.

Vuelta en perfecta concordancia con la situación ambiental, de rabiosa actualidad, ahora que muchos años después nos vuelven a poner en orden. Unos delante, otros detrás, sin pretensión alguna de disimulo. Más bien al contrario. A titulares en grito se expone la clasificación de todos los españoles. Y lo ponen por escrito. Medallas anticipadas comprometidas en firme y otorgadas por decreto. Vascos, catalanes y navarros permanecen en el pódium, como siempre pretendieron. Son votos que valen más si les echamos las cuentas. Cuando alguien cuenta votos, otros cuentan las monedas. Al precio de más aportar le han añadido con flema la ley de dar marcha atrás. Donde dije niego, digo puedo y les vamos a amnistiar.

Foto: Carles Puigdemont el pasado 9 de noviembre en Bruselas. (Reuters/Yves Herman)

Con voluntad de integrar, con cierta dejadez histórica, con cierto complejo de inferioridad, el marco constitucional recogía regalías, descentraba el equilibrio, moldeaba la generosidad, para darle admisible cabida a la singularidad, y a la anacronía, de ciertas esquinas de España. Esas que siempre miraron desde el norte la escasez de las Castillas, la excesiva dureza que exige para sobrevivir el otro extremo del Duero –auténtico origen del nombre de Extremadura aunque cuadre más el otro–. Esas zonas industriales y prósperas que criticaban la flojera andaluza, fruto de siglos de cruce con civilizaciones más contemplativas por causa de mejor clima.

¿España nos roba?

Y que no dudaron en usar como principal fuerza de trabajo casi durante un siglo, cuando la ambición o el hambre hicieron a los más activos buscar sustento u oportunidades antes de que explotara el turismo en sus poblaciones de origen. Razones diferenciales disfrazadas de identitarias, culturales y hasta históricas, cuyo fundamento real descansa en el más puro desprecio. O bien en el egoísmo, o bien en la racialidad, por no resultar más concreto y que me puedan condenar. Hijos de aquellos inmigrantes, quizá por ver lo que se esforzaron sus padres, defienden a bandera e idioma, por no decir a capa y espada, privilegios obtenidos en tiempos de otras batallas.

Aquellos de tiempos de guerras o reconquistas que estiran y hacen eslogan para justificar hoy acceso a un mejor estilo de vida a cambio de menos esfuerzo. Compartir, si son ellos los que dan, se torna en España nos roba. Si reciben inversión es solo por compensar la innegable deuda histórica. Hoy nos han puesto a todos uno a uno en una fila. Hoy ya no somos un grupo, somos una hilera china. Algunos se han vuelto locos pensando que sus derechos vienen por el dónde habitan. Curiosa forma de pensar la de otorgarse derechos sin respetar la vecindad. Ese es un razonamiento que nunca tiene final. Yo mismo me independizaría de mi propia comunidad.

placeholder El secretario general de Junts, Jordi Turull, y la diputada Miriam Nogueras en una rueda de prensa del expresidente Puigdemont para explicar el acuerdo de investidura. (Europa Press)
El secretario general de Junts, Jordi Turull, y la diputada Miriam Nogueras en una rueda de prensa del expresidente Puigdemont para explicar el acuerdo de investidura. (Europa Press)

La de propietarios, digo, que me tiene oprimido por no dejarme cerrar el balcón que nunca uso, o por tener que pagar el ascensor que sobreexplotan los tres vecinos del cuarto, o por cuidar un jardín que tengo pendiente pisar los últimos tres veranos. Veremos cien cataluñas. El reparto ha comenzado, suena música de fiesta, aunque algunos nos sintamos como burros amarrados a la puerta de ese baile y muchos califiquen de rebuznos las quejas que ellos oyen a lo lejos por el volumen de sus desaforados cantos de sirena, el camino iniciado nos va a dejar en los huesos.

Si a los votos ponen precio, en esta democracia capitalista y contable, los que se creen más listos, al final no habrá ni un tonto que vaya a poner por delante de la saca el más mínimo sentimiento. Nos vamos a hacer trocitos, nos vamos a hacer más pequeños. Y ya sabemos todos que de hacerse más diminutos solo viene una consecuencia en esta salvaje selva: quedarse cada vez más atrás, hasta que seas tú el último de la fila.

Vuelve El Último de la fila. Y por lo tanto el primero. España vuelve a disfrutar del talento catalán que con cierto toque flamenco nos hizo a todos cantar aquel himno icónico de “Huesos”. Vuelven García y Portet a sumarse sus talentos. Vuelve la Insurrección a estos tiempos. Vuelve El loco de la calle, vuelve a saltar el amor por la ventana cuando la pobreza entra por la puerta de los presupuestos. Vuelve Mi patria en mis zapatos. Vuelve No me acostumbro, No puedo más. Títulos de ayer que nadie supuso premonitorios y que hoy podrían ser resumen de titulares, bloques de telediario, pancarta de cabecera, decreto ley o sumario.

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