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'Pa' que te enteres'
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Juan José Cercadillo

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'Pa' que te enteres'

Compradores obedientes, eslabones de cadena, materialistas confesos, yonquis del desembalaje colaboramos sin miedo en ese absurdo evento que todos llaman Black Friday. Disfrazados de descuentos llegan códigos al cerebro

Foto: Escaparate de una tienda de ropa donde se muestra el descuento de algunas prendas con motivo del Black Friday. (EFE/Fernando Alvarado)
Escaparate de una tienda de ropa donde se muestra el descuento de algunas prendas con motivo del Black Friday. (EFE/Fernando Alvarado)
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Confirman las estadísticas el aumento de paquetes en estas últimas semanas del largo mes de noviembre. Los hay de todos los tamaños circulando por las calles. Con ese envoltorio pardo, con esas bolsas tan plásticas, se ponen a hacer kilómetros por todas las vías de España. La cantidad es enorme y su presencia evidente. Renunciando, aunque me cueste, por esta vez a la metáfora, al nombrar a los paquetes, al sentido literal de tanta caja y tanta bolsa que, recorriendo el mundo entero, nos llega a todos estos días. El resto de los paquetes que vemos tanto en la tele, que siguen sembrando discordia, haciéndose cada vez más burros en ese absurdo soga-tira que nos han hecho jugar, serán mejor analizados por el devenir de la historia cuando la soga se parta y nos caigamos de culo exhaustos y sin victoria.

Las cajas y los paquetes a los que yo me refiero aparecen en las puertas como por arte de magia. Se incrementan los viajes de tanta paquetería en torno a un viernes loco que precede a ese jueves en el que los americanos se juntan por fin, y por narices, a darse todos las gracias. Son lo más parecido a nuestros Reyes de Oriente en una sociedad consumista pero que carece de historia. Es de los pocos descansos que se otorgan en el año y siempre lo ponen en jueves garantizando uno de sus dos puentes del año. Si vieran nuestro calendario y nuestras próximas 35 horas... La tradición es juntarse con esa familia dispersa a la que obliga tu éxito si antepones a la piel el saldo de cuenta bancaria. Mucho kilómetro y pavo, mucho amor y mucho trago, mucho revisar las rencillas y muchos, muchos regalos, las películas lo muestran con profusión estos días.

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Como aquí se copia todo llevamos algunos años desgastando la tarjeta con anticipo y descaro. Compradores obedientes, eslabones de cadena, materialistas confesos, yonquis del desembalaje colaboramos sin miedo en ese absurdo evento que todos llaman Black Friday. Disfrazados de descuentos llegan códigos al cerebro que activan nuestro hipotálamo y, como apagamos la sed ordenando beber agua, le damos al final al click que activa la maquinaria.

Superando a Marco Polo, origen de nuestro comercio con esa lejana China, Jeff Bezos cambió caballos por fibra, esclavos por servidores, rutas de seda por routers y nos la ha liado parda. Concretamente un marrón, podríamos decir que tono cartonaje, que es lo que tenemos ahora duplicando nuestros gastos con esta meta volante caminito de Belén… yo me lo gastaba, yo me lo gasté... Ahora pocos podemos vivir sin el minigolf para baño, sin la pistola de moscas, sin la freidora de aire, sin los cascos inalámbricos. Qué serían nuestros armarios sin absurdos pela frutas, sin esos machaca ajos, sin otro juego de cuchillos, sin otro plato para el gato. La visión de aquel librero de convertir Cadabra, su primera tienda on line que ya aludía a la magia de abrirse todas las puertas, en un torrente comercial del tamaño del Amazonas se ha hecho una realidad. Caudaloso el río, y acaudalado su dueño, nos lleva la corriente sin remedio, y sin demasiada resistencia, al mar de lágrimas que llenamos los insatisfechos.

placeholder Un hombre disfrazado de Batman. (EFE/TOLGA AKMEN)
Un hombre disfrazado de Batman. (EFE/TOLGA AKMEN)

Detrás de esa aparición que nos surge en cada puerta hay todo un ecosistema. Hay fábricas lejanísimas que captan su materia prima aún más lejos todavía. Alguno de los componentes habrá dado la vuelta al mundo antes de ser el tornillo que fija la capa del Batman que mira con desafío a través del celofán que me deja ver su cara. Ese que habiendo nacido en Nanjing hace apenas dos semanas, fue concebido en Chicago, registrado en Luxemburgo, que va a vivir en Madrid y que dará con sus restos en exótico país del continente africano que cobra por digerir las cagadas de este tipo de consumo.

Del almacén de la fábrica al aeropuerto de turno, camiones contaminantes quitan brillo al superhéroe, que monta en el avión muy digno consciente de su destino, la sonrisa fugaz de algún niño. Cinco mil millas después llega el contenedor al puerto de alguna esquina de Europa para montarse en un tren. Cotizados los derechos, pagados los aranceles, los que van con sello Marvel suelen viajar en Business para poder llegar antes. Arriban dos noches después a la estación intermodal donde le espera el camión que le traslade a la nave donde pueda descansar de su larguísimo viaje. Solo unas horas después ya son los brazos robóticos los que trincan a ese hombre con autopercepción de murciélago y lo echan al tobogán de cintas transportadoras que acaban en manos de, por ejemplo, Manuel, que hace dos turnos diarios.

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Manuel siguiendo instrucciones de algo parecido a Skynet sabe que son dos minutos los que tiene para culminar el proceso de componer una caja, introducir al muñeco, cubrirlo de porexpán –que nos parece más frágil Batman que todo el planeta–, sellar con cinta adhesiva y poner la pegatina del destino y la ciudad. Y Batman sale volando a una de las mil furgonetas que están esperando su turno de recoger las migajas de un precio de venta al público de menos de quince euros. Cuando le entregue al último eslabón de la logística, el del chaleco y la moto, los céntimos no es que escaseen, es que como no esté la dueña y el pobre tenga que volver, acaba poniendo dinero, su tiempo y su frustración en esta cadena distópica del consumo y del horror.

Una historia parecida tiene el Batman de la tienda. Gotham está preparada para el ejército de zombis que atacará con histeria estanterías y baldas, escaparates y líneas para garantizarse un descuento que en realidad es pantomima, es un gancho para necios. El descuento está garantizado. Pero con el tiempo. Es el tiempo de descuento para que cambiemos algo.

Confirman las estadísticas el aumento de paquetes en estas últimas semanas del largo mes de noviembre. Los hay de todos los tamaños circulando por las calles. Con ese envoltorio pardo, con esas bolsas tan plásticas, se ponen a hacer kilómetros por todas las vías de España. La cantidad es enorme y su presencia evidente. Renunciando, aunque me cueste, por esta vez a la metáfora, al nombrar a los paquetes, al sentido literal de tanta caja y tanta bolsa que, recorriendo el mundo entero, nos llega a todos estos días. El resto de los paquetes que vemos tanto en la tele, que siguen sembrando discordia, haciéndose cada vez más burros en ese absurdo soga-tira que nos han hecho jugar, serán mejor analizados por el devenir de la historia cuando la soga se parta y nos caigamos de culo exhaustos y sin victoria.

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