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Juan José Cercadillo

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Boda y faena

Un toro te puede quitar la vida, pero una promesa también. Belmonte decía que, si los toreros tuvieran que firmar sus contratos el mismo día de la corrida, no habría toros

Foto: El torero Juan Ortega. (EFE/José Manuel Pedrosa)
El torero Juan Ortega. (EFE/José Manuel Pedrosa)
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Un toro te puede quitar la vida, pero una promesa también. Belmonte decía que, si los toreros tuvieran que firmar sus contratos el mismo día de la corrida, no habría toros. Sellas los compromisos pensando que no va a llegar el momento en el que te tengas que vestir de luces. Pero el calendario avanza entre idas y venidas y te topas con la fecha. Y el nudo que de mañana aprieta a fondo tu estómago aparece sin remedio y sin que puedas aflojarlo. Querrías salir corriendo de esa habitación sin aire, evitar el trance absurdo en el que tú solo te has metido.

Pero los carteles con tu foto por todo el maldito pueblo, los toros en los corrales, el papel que se ha vendido, el miedo a hacer el ridículo, que en los artistas toreros es más fuerte que a la muerte -sé muy bien lo que me digo- te sujeta sin remedio a esa cama, cárcel inexpugnable, desde la que ves tu vestido. Sabes que no vas a huir, que te lo acabarás poniendo contra tu voluntad y la lógica de querer seguir viviendo.

Tratas de coger aliento y centrarte en lo positivo. Peleas con esa cabeza que está a punto de explotar de tantas contradicciones que es capaz de procesar. Como las faenas mejores que discurren despacito y siempre de menos a más, vas avanzando a pasitos hacia una tarde triunfal. Que saldrás vivo es lo primero. Autoconvencerse de esto suele ser lo más difícil por ser lo más animal. Superado el primer trance sigues con tu soliloquio. Que el toro va a ser amigo, el público agradecido, el viento se va a ausentar, la espada no te traiciona y el presidente cabal. Y te imaginas a hombros camino de puerta grande, sin solución de continuidad con la fatídica escena de una cornada tremenda que no pudiste evitar.

Foto: Juan Ortega, a hombros. (EFE/José Manuel Pedrosa).

Vuelta al inicio de nuevo, al porqué del compromiso, a las ventajas del triunfo, a lo bien que has elegido esos toros en el campo, a repasar tantas horas con la muleta en la mano, a las mil y una faenas perfectas y conjuntadas que hiciste las últimas semanas a otros tantos toros imaginarios, etéreos y variopintos.

Pero por encima de todo piensas en tu disfrute, en la superación del miedo, en el placer del embroque, en el arte pasajero, en dejar algún legado que justifique tu esfuerzo, en la comunión con el toro, en el respeto infinito y en el amor más sincero que sientes por esos bichos. Y con el final más puro. El resto de nuestra vida juntos como solemne propuesta. Un compromiso sincero e indestructible, un místico lugar de encuentro con varios miles de testigos. Entrega incondicional y mutua. Con la rescisión más drástica y más triste de las posibles. Unidos en un destino, para bien o para mal, que solo separará la muerte. En el sentido más trágico y literal de verdad.

No sé si casarse es una faena, pero se pueden asimilar. Sabemos que el miedo último a perder toda una vida por no elegir lo adecuado es una aprensión infernal. Hasta que la muerte os separe suena a ilusión y a losa, nadie lo puede adivinar. Por viento surgirán gritos entre los dos actuantes, por mansedumbre, egoísmos, por presidentes, los suegros, por protestones, los hijos. El público son los amigos, los de verdad y los otros, todos haciendo su ruido. El motor de los aplausos, los oles y otros vítores, que acompañaron el sexo, van decayendo en el tiempo cuando se pierde el pellizco que en los toros es el arte y en la cama son jadeos incontenibles y placenteros suspiros. Si la verdad de la muleta se va tornando en ventaja, si no te la pasas cerca, si necesitas la trampa, el final no será muerte sino vuelta a los corrales, el final de la aventura. Y volverás con el tiempo a los ruedos de la nueva soltería, tan toreado, tan avisado de todo, que ya será muy difícil salir de nuevo a la arena y sentir el amor puro aun encontrando pareja.

Foto: El torero en una imagen de sus redes sociales. (Instagram/@juanortegapr)

Juan no lo ha visto claro. Con su traje preparado tan impecable en su silla, la iglesia hasta la bandera, el contrato redactado, los gastos comprometidos, me lo imagino en esa cama, la de la habitación sin aire en el día de corrida, con ese nudo apretando, debatiéndose entre la duda de asumir las consecuencias o temer por perder su vida. La suya sin esa pareja. Acertando por prudente, por sincero y coherente o rajándose por miedo, en ataque adolescente, aferrándose al pasado, tiempo y forma, no parecen ser de lo más adecuado con los códigos de ahora. Pero la decisión fue drástica, por móvil y sin retorno.

El fracaso aplazado visualizando el futuro venció al otro inmediato de ser juzgado y culpable. Sentenciado sin remedio al ruido del mazo en la sala de las redes sociales que aporrea compulsivo el juez de los titulares, el jurado de las tertulias y los tuits de los testigos no oculares.

Decir que no, a un torero que anunció su compromiso, da igual corrida o boda, puede ser la decisión que más martirio le produzca. Y hablamos de los que deciden quedarse quietos y expuestos al albur de la embestida de un toro arrancado de lejos. Decisiones que vencen en cada lance, de manera inexplicable, el instinto de supervivencia. Por eso, estoy seguro, que parar la ceremonia fue la decisión más valiente. Y seguro que exitosa, aunque la herida está hecha, aunque la cicatriz le quede.

Un toro te puede quitar la vida, pero una promesa también. Belmonte decía que, si los toreros tuvieran que firmar sus contratos el mismo día de la corrida, no habría toros. Sellas los compromisos pensando que no va a llegar el momento en el que te tengas que vestir de luces. Pero el calendario avanza entre idas y venidas y te topas con la fecha. Y el nudo que de mañana aprieta a fondo tu estómago aparece sin remedio y sin que puedas aflojarlo. Querrías salir corriendo de esa habitación sin aire, evitar el trance absurdo en el que tú solo te has metido.

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