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Juan José Cercadillo

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La procesión va por dentro

Mitad tú mismo, mitad turismo, arrepentidos y arribados colapsan estos días las calles e iglesias de toda España para mostrar su fervor

Foto: La procesión de la Hermandad de la Paz de Sevilla. (EFE/David Arjona)
La procesión de la Hermandad de la Paz de Sevilla. (EFE/David Arjona)
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Nos sorprende que los musulmanes le den vueltas a una piedra. Esa que el arcángel San Gabriel despistó del Paraíso para entregarla, como prueba de su existencia, a la ciega humanidad. Sí, el mismo portavoz de Dios que para los cristianos, los católicos por ser precisos, anunciara a María su mágica concepción. Sobreempleo o eficiencia, me llama la atención la coincidencia, otra de tantas en la historia de la religión. Vueltas y vueltas que dar a un trozo de piedra negra, es su nombre literal, que bien pudiera resultar un auténtico meteorito caído del séptimo cielo al que, no exentos de coherencia, desde la práctica del islam se aspira a alcanzar un día. Puede que sea por eso que todo obediente islamista al menos una vez en la vida terrenal debe comprobar in situ la existencia de otra vida, aspiracionalmente paradisiaca, viendo el todo por la parte, lo que justifica su fe y da prueba de su resignada paciencia, común también al resto de confesiones. Una piedra de otro mundo, mejor mundo que este mundo de mierda por el que debemos transitar a ser posible sin rechistar esperando mejor mierda. Que la imaginación no falte para justificar tanta espera que ahora con la yihad, y la muerte en la guerra santa, tratan de precipitar, que los tiempos se aceleran.

Pero no es solo por eso lo de venerar una piedra. Ellos tienen prohibidas las representaciones de nada que aparente tener alma. Es una facultad de Alá crear a las criaturas, no osan ni siquiera el intento de imitarla. Nuestra visión antropocéntrica de explicar un Dios humano la veo aquí superada por una versión más conceptual, más mística, y casi me atrevo a decir, más elaborada y científica, que deja atrás el paganismo ancestral y evita la idolatría vulgar y poco pensada. Una diferencia más que ahonda en las confrontaciones siendo tan parecida la tradición oral de todas las religiones. Te vas alejando en el tiempo y se van unificando los orígenes de nuestros credos. Se les mezclan los profetas, las leyendas y los reyes, destrozando los consensos en la antigüedad alcanzados con la virginidad de María, el ADN de Cristo, y su regreso a los cielos. De aquellos polvos, o no, depende a quien hagas caso, estos lodos de estos locos que hacen de la religión algo más que introspección y la humildad de no entender bien del todo lo que somos.

Nos reímos del Tawaf por verle la parte absurda. Eso de dar siete vueltas, todos en contra de las agujas del reloj que hay que evitar tragedias, alrededor de la Kaaba, la famosa piedra negra. Siete repetidas vueltas te libran de los pecados. Simple, efectivo, mesurable y reparador. Del análisis ventajista que te da la prepotencia de creer entender el universo de una forma más compleja viene la capacidad de ver el ridículo ritual que une a los feligreses, y que se da también por igual en confesiones diferentes. No estamos tan alejados, solo son ignorancias divergentes. Vean la Semana Santa como un gran exponente de la misma absurdidad a la que llega la liturgia, filtrada por grandes mentes y cientos de prueba y error, en el objetivo oculto de dar carnaza a sus fieles.

Foto: Sanitarios se convierten en costaleros durante el traslado del paso de Nuestro Padre Jesús Cautivo y María Santísima de la Trinidad de la Semana Santa de Málaga. (Europa Press/Álex Zea)

Miles de representaciones, diferentes, con matices y con variedad de nombre, abandonan estos días la tranquilidad de sus altares para lucir ante la gente la riqueza de sus trajes, los detalles de su talla, el oropel de sus palios, sus flores tan bien engarzadas y sus bordados dorados. Miles de posiciones, de momentos de su vida, de sus estados de ánimo y de sus condiciones físicas dan cuenta de los eventos que de Jesús y María nos han llegado como cuentos que contarías a un niño. Marionetas y teatro, trampantojos, dibujitos, hilos y titiriteros.

Madre e hijo profusamente representados, juntos o por separado, a hombros de feligreses salen a ser exhibidos y a la vez adorados. Salen y justifican paseos a cámara lenta, velas, inciensos y flores, trances y recogimientos. Música con tempo de marcha, tambor y trompetas al alza, disfraces que tapen la cara, outfits de hace seis siglos, anacronías flagrantes, historias distorsionadas. Actos de contrición, deseos de ser mejores, promesas, temor de Dios. Penas de esfuerzo físico, cargan sobre sus hombros el peso de sus pecados en forma de trono y de palio persiguiendo algún perdón.

"Por actor o espectador se llenan todos los rincones que recorren madre o hijo, en silencio u oración, con bandas de tambor y corneta, o saetas de balcón"

Parece que vuelve el furor por asistir a procesiones. Por actor o como espectador se llenan todos los rincones que recorren madre o hijo, en silencio u oración, con bandas de tambor y corneta, o saetas de balcón. Miles de reportajes se ven en televisión. Mitad tú mismo, mitad turismo, arrepentidos y y recién llegados colapsan calles e iglesias para mostrar su fervor. En tiempos de postureo, de querer mostrarlo todo, hasta lo que llevamos más dentro, no me sorprende tanto volver atrás en el tiempo. Gente sin fe torna reto las tradiciones cristianas. Excusa de bares abiertos durante los tiempos de ensayo, celebran como si fueran goles sus regresos a los templos. Después, a socializarlo, en modo fotos o de copas, a contar de tus dolores, de tu esfuerzo sobrehumano. Otro detalle retrógrado es el de ver a los políticos en trance durante las procesiones. Foto, titular y vídeo para hacerse más presentes donde la masa acuda y den los medios cobertura de su normalidad civil, de su esencia popular.

En tiempos de exageración, respetando a los expuestos, si por fe buscan perdón, menos montaje grotesco, creo que ayudaría bastante a la reflexión, al arrepentimiento y a la búsqueda de mejores propósitos. Aunque entiendo el hervidero de tantas calles de España que convocan estas fechas intereses diferentes, generando expectación, atracción y economía, tradición y letanías, ayunos y botellones. Hagamos de todo fiesta, disfrutemos como sea, pero para las cosas del alma, mejor la procesión por dentro que esta cosa exagerada.

Nos sorprende que los musulmanes le den vueltas a una piedra. Esa que el arcángel San Gabriel despistó del Paraíso para entregarla, como prueba de su existencia, a la ciega humanidad. Sí, el mismo portavoz de Dios que para los cristianos, los católicos por ser precisos, anunciara a María su mágica concepción. Sobreempleo o eficiencia, me llama la atención la coincidencia, otra de tantas en la historia de la religión. Vueltas y vueltas que dar a un trozo de piedra negra, es su nombre literal, que bien pudiera resultar un auténtico meteorito caído del séptimo cielo al que, no exentos de coherencia, desde la práctica del islam se aspira a alcanzar un día. Puede que sea por eso que todo obediente islamista al menos una vez en la vida terrenal debe comprobar in situ la existencia de otra vida, aspiracionalmente paradisiaca, viendo el todo por la parte, lo que justifica su fe y da prueba de su resignada paciencia, común también al resto de confesiones. Una piedra de otro mundo, mejor mundo que este mundo de mierda por el que debemos transitar a ser posible sin rechistar esperando mejor mierda. Que la imaginación no falte para justificar tanta espera que ahora con la yihad, y la muerte en la guerra santa, tratan de precipitar, que los tiempos se aceleran.

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