Miredondemire
Por
Confusiones deportivas
Aturdido y escandalizado con mis propias tragaderas, retomaba la conciencia de lo que había visto entendiendo, y justificándome, que mi error era el de muchos.
Con esto de las vacaciones y eso de París y los juegos tengo un poco de jaleo. Se me culminó en el bádminton. Dos sets me pasé esperando algún ippon de Carolina Marín. La distancia con la japonesa me parecía demasiada prudencia, pero no me resultó concluyente hasta el final. La confusión con Jon Rahm me tuvo pegado a la tele casi una hora por ver si se arrancaba a puñetazos con el pobre Matsuyama, al que no daba opción alguna vista la expresión del de Barrika. Extrañado por la modalidad de boxeo de pesos pesados en hierba, me quedé enganchado un rato mientras pensaba que estaban calentando haciendo extraños círculos con un palo. La falta final de contacto me resultó decepcionante y decidí probar otras competiciones. Debí aguantar un poco porque nada fue a mejor, pero bueno.
Se confirmó mi error al pasar al waterpolo. Creí que era natación sincronizada. Cierto orden en el caos, iban a derecha e izquierda más o menos al mismo son, me tuvo un tiempo entero despistado. Aún peor me resultó la sorpresa de comprobar, al abandonar alguno de sus miembros la piscina, que, fuera la disciplina que fuera, resultaba ser masculina. Aunque con lo del miembro en este caso me refiriera a integrante del equipo, la otra acepción más grosera era inevitable por resultar más que evidente a la vista dicho término o aparato ante la desgraciada confusión de bañador y cinta de pelo por parte de los utilleros actuantes.
La somnolencia y la resaca se unieron a la abundancia de horas televisivas y de figuras sudadas. La confusión con las reglas se unía a las pocas explicaciones y a la nula vehemencia con que los distintos locutores aclaraban situaciones y comentaban incidencias. Todo me parecía deporte hasta el punto de no sorprenderme con las modalidades desconocidas por mí hasta la fecha. Unas nuevas disciplinas aparecían ante mis ojos y me dispuse a interpretarlas con resignación y paciencia. "Muy transgresor el comité olímpico", pensé encadenando tres o cuatro deportes de estrambótico desempeño.
El torneo de recogida de escombros por equipos me pareció angustioso, las clasificatorias de extinción de incendios inadecuadas. Pero el deporte que más me escandalizó fue el de persecución y detención de manifestantes pacíficos en circuito urbano. El locutor explicaba que la mayor puntuación dependía en primer lugar de la identificación de aquellos del otro equipo que habían votado por error o mala baba a otro y en el remate de su encarcelamiento. Tenía que ser uno de esos deportes intensivos, al estilo del criquet, y durar un solo partido hasta más de una semana, porque me pareció entender que llevaban atacando al menos tres días los del mismo equipo. Para ser un deporte que emulaba al tradicional "cogido" me pareció excesivo el uso de tanquetas y armas y lo desequilibrado de los equipos de protección de atacantes y atacados.
A punto de queja formal estaba, en forma de pasarme a Telecinco, cuando el locutor apareció en pantalla despidiéndose hasta el siguiente Telediario, también en formato reducido. Confundí Gaza con escombring, un incendio con un terreno de juego y la vergonzosa respuesta del gobierno venezolano con sus ciudadanos con un distópico deporte digno de nuestros tiempos. Aturdido y escandalizado con mis propias tragaderas retomaba la conciencia de lo que había visto entendiendo, y justificándome, que mi error era el de muchos. Solo de esa manera, viendo policías disparando y secuestrando jóvenes, tendría la justificación de no estar todos en la calle reclamándole a Bruselas una intervención inmediata, eficaz y contundente en la defensa de la libertad de nuestros democráticos hermanos.
No me gusta meterme en líos, ni que me metan, pero esto que está pasando en Venezuela es de ayuda humanitaria. Disfrazarse de demócrata para ocultar el fascismo propio, y exaltar el falso ajeno, ya me parece un virus que amenaza riesgo de contagio. Vista la trayectoria del Chavismo no hacen falta tantos datos para entender el peligro de colonizar instituciones de carácter garantista con la enfermedad de nuestro siglo: el sectarismo endémico. La decadencia de Venezuela parece estar tocando fondo exhibiendo sin complejos el poder de maquinarias urdidas entre las tinieblas que siempre favorecen los apagones informativos. Esa obsesión dictatorial que rezuma el socialismo cuando no escucha a los otros ha hundido tantos países y maltratado a tanta gente, ha fumigado tantas y tantas libertades y estados de bienestar que me parece increíble que siga teniendo defensores aparentemente ajenos al beneficio de su maléfico ejercicio.
Confundir algún deporte es de memo en vacaciones. Confundirse con los votos no me parece creíble. Con fundirse en un abrazo, simbólico y acomodado, no creo que ayudemos mucho. Pero las Olimpiadas son un carrusel sin pausa, Maduro un sátrapa en forma de títere… y el mundo, para su propia desgracia, parece ya parcelado. Y vallado con grandes e infranqueables muros, salvo que vayamos a robar algo.
Con esto de las vacaciones y eso de París y los juegos tengo un poco de jaleo. Se me culminó en el bádminton. Dos sets me pasé esperando algún ippon de Carolina Marín. La distancia con la japonesa me parecía demasiada prudencia, pero no me resultó concluyente hasta el final. La confusión con Jon Rahm me tuvo pegado a la tele casi una hora por ver si se arrancaba a puñetazos con el pobre Matsuyama, al que no daba opción alguna vista la expresión del de Barrika. Extrañado por la modalidad de boxeo de pesos pesados en hierba, me quedé enganchado un rato mientras pensaba que estaban calentando haciendo extraños círculos con un palo. La falta final de contacto me resultó decepcionante y decidí probar otras competiciones. Debí aguantar un poco porque nada fue a mejor, pero bueno.
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