:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2F47a%2Fe98%2Fef1%2F47ae98ef10312eded4f6e7a3cb1ff072.png)
Miredondemire
Por
Futbolistos
Cervezas, snacks y hasta bancos aportando presupuestos al anzuelo consumista de relajados reflejos en trance de contienda y birra. Si existe es porque funciona, pero no lo veo honesto
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F91c%2Fdc9%2Ffe8%2F91cdc9fe84e0ba9b52ee5b83b6fe8616.jpg)
Empezó la liga ayer. Dios, qué prisas. Fútbol en vena y sin acabar las vacaciones. Convención, ojalá que no judeo-masónica -que suele ser más productiva, de alcance mundial y éxito indiscutible-. Tengo la sensación de haberme quedado dormido en el segundo tiempo de la final olímpica y despertarme en el final del Valencia-Barcelona. Fallo mío, tengo que dejar la absenta. Pero la sensación de un partido eterno, perpetuo y sine díe no es culpa de la relajación de mis sentidos y mi entrega al inigualable licor verde. Sé qué le pasa a más gente, aún abstemia, aún consciente.
Un engranaje sin escrúpulos está convenciendo a nuestros niños de la necesidad de probarse en ese nuevo ruedo ibérico que ahora es rectangular y de césped, tiene árbitro, es de bandas en sentido literal -algunos las llaman equipos-, promete lo que no puede y destroza la autoestima del noventa y nueve por ciento de los jóvenes aspirantes que tratamos de educar en el espíritu deportivo. El fútbol es un tamiz, en su concepción de negocio, que deja pasar dos gotas de esencia de los talentos, dejando la piel de los otros como restos del intento. Un panorama siniestro que arrastra a padres y a hijos, a entrenadores ansiosos, a representantes listos.
Una selección que, lejos de ser natural, ve como al final se devora, como Saturno a sus hijos, a niños sin cualidades en las fauces de unos padres que muerden por frustración, desgarran por decepciones, proyectando sus miserias en la carne fresca y tierna de niños que sienten que deben correr detrás de un balón que, de inalcanzable, es absurdo. Esa fatal humillación en la que acaban, convencidos de que, si manejan el balón, conseguirán la aceptación de padres un poco brutos, de profesores despistados, de compañeros alienados y abuelos en otros sitios, me frustra y me desampara.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F8a5%2Ffed%2F787%2F8a5fed78760673bf12dd9fb609cda7f6.jpg)
Una factoría de genios, eso no lo pongo en duda, que va dejando despojos en banquillos y en colegios sin importar que en el fondo traicionen el hacer deporte por hacer materia prima de contratos y de cláusulas que garanticen ingresos y rentas publicitarias. Niños con catorce años embaucados en la droga de ser un Cristiano Ronaldo que luce bien a cualquier hora en vida de pose y diseño. Ídolos de barro y filtro, que, con su sonrisa altiva, con su pelo y con su novia, disimulan ese cepo de cazar a tanto ansioso. Que configuran, con sus falsos éxitos personales, el cazamoscas de padres en horas bajas que se reconcilian con sus pasados y sucumben a la proyección de sus propias frustraciones, en aras del bien iluso de unos hijos que serán más valorados en el improbable caso de firmar con buenos y generosos patrocinadores. Pobres niños, pobres padres.
El fútbol me escandaliza en el sentido económico. Pan y circo en el PIB siempre han tenido presencia, pero veo en estos días un radicalismo febril que enloquece a quien lo mira. Camisetas de colores, regionalismos absurdos, vencedores y vencidos en lugar de contendientes, de esforzados deportistas en busca de todos esos bienes que da el hacer deporte por el bien de nuestras sienes. Se nos ha ido de las manos, y del coliseo romano a la pantalla omnipresente, la creación de expectativas sobre vidas de privilegio a costa de sepultar colegios bajo el yugo del scouting y la promesa del dinero. Horarios y entrenamientos que ya empiezan en agosto, profesionalizan el recreo, mercantilizan el juego y especulan con el desarrollo, físico e intelectual, de nuestros manipulables descendientes. Nos tragamos el invento, en esa enorme croqueta que mezcla todo, y nada bueno, como si fuera el primero de los cebos de la historia.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa3d%2F1ea%2Fbcf%2Fa3d1eabcf30c4dc851320012c340d003.jpg)
Alcohol de los asistentes. Gran hermano de los contendientes que alimentan una prensa sin escrúpulos ni opciones. Rutina de ir al estadio como falaz punto de encuentro. Sentido de pertenencia, vacíos que, las disputas de un trivial fuera de juego, llenan casi todos los sábados bares, tertulias y radios, corros de trabajo y almuerzos. Elevando la presencia pretenden darle importancia a un juego que no la tiene. A una industria que se basa en lo, en el fondo, intrascendente de un resultado, en la disputa emocional de un triunfo que nunca lleva a ningún lado.
Es el partido del siglo, es el encuentro del año, es el derby, es el clásico. Marcas, etiquetas simples, que se venden en titulares y tuits llegando fácil a un cerebro que en días de poca charla necesita concretar de qué vamos a hablar hoy y con quién vas. Rápido, que me piro. O conmigo o contra mí, incluso en esos partidos que nada interesan, que nada involucran ni mi a enemigo ni a mí. Que nadar entre dos aguas no parece propio de estos tiempos y el nudismo intelectual parece a la orden del día. Persigo el momento que el noticiero del fútbol no me persiga. Que no tenga que enterarme de cada esguince de rodilla, de cada fallo del VAR, de la marcha de la Liga, de lo que cobra fulano, de lo que quiere cobrar.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F227%2Ff21%2F5e0%2F227f215e000ec973eaf8c1ec4ec9f415.jpg)
Respeto la industria y el mercado. Entiendo lo que es producir. Anuncios pagados con oro, Adidas donde quieras ir. Nike, también a lo suyo, marcando terreno… de juego. Cervezas, snacks y hasta bancos aportando presupuestos al anzuelo consumista de relajados reflejos en trance de contienda y birra. Si existe es porque funciona, pero no lo veo honesto. Demasiada marihuana en forma de fuera de juego. Perdidas las religiones, en Occidente al menos, el futbol es el nuevo opio que nos arrastrará al infierno. En días de Maduro o Gaza quizá esté justificado discutir que si Ancelloti mereciera otro contrato. Al final no es nuestra liga, que dirían los más sabios. Los genios de este negocio, los "futbolistos" más desalmados.
Empezó la liga ayer. Dios, qué prisas. Fútbol en vena y sin acabar las vacaciones. Convención, ojalá que no judeo-masónica -que suele ser más productiva, de alcance mundial y éxito indiscutible-. Tengo la sensación de haberme quedado dormido en el segundo tiempo de la final olímpica y despertarme en el final del Valencia-Barcelona. Fallo mío, tengo que dejar la absenta. Pero la sensación de un partido eterno, perpetuo y sine díe no es culpa de la relajación de mis sentidos y mi entrega al inigualable licor verde. Sé qué le pasa a más gente, aún abstemia, aún consciente.