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Miredondemire
Por
Fuegos y verbenas
Acabaron los proyectiles, petardos y demás memeces y dieron paso a un improvisado San Juan en el día de San Roque, paradojas de dos santos que no murieron en la hoguera
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No voy a decir dónde por no señalar Llaniscas ni Porruanos. Tampoco ubicaré la fecha, sabiendo que la referencia de San Roque está tan periodísticamente manoseada. Evitando dar contexto obviaré el conocido detalle en la comarca de que casi queman el pueblo con el exceso de éxtasis pirotécnico, buscado con ahínco en la noche y en su playa. Los quince minutos largos de coloreadas explosiones e incandescentes representaciones, de algo así como geométricos copos de nieve, alcanzaron su cenit con el inicio de una hoguera que desde mi posición en la mesa del restaurante me intranquilizó hasta el punto de tener que pedirme otra cerveza.
Las llamas se originaron en distintos puntos del horizonte, fruto sin duda de la imprevisible caída de restos de los cohetes, que por miles se lanzaron, en demoníaca combinación con la sorprendente sequedad de los terrenos asturianos. Uy, perdón por la referencia geográfica. No sé si por motivos técnicos, o por temores políticos a futuras represalias ejecutadas en urna, el espectáculo debía continuar.
Así lo acreditó mi creciente estupefacción ante la evidencia del inicio de una tragedia, la tranquilidad de la audiencia, la numerosa y sucesiva proliferación de focos iniciáticos y el aumento de tamaño de las llamas junto a preciosas casas indianas, flanqueadas por palmeras. La autoridad no valoró la suspensión ni viendo el verdadero peligro que corrían esos bellos palacetes, tan elocuentes a la hora de mostrar los éxitos de ida y vuelta de los más inspirados llaneses –uy, perdón por el gentilicio, se me ha escapado– del pasado siglo.
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Acabaron los proyectiles, petardos y demás memeces (me voy a enterar de si meme viene en realidad de este término) y dieron paso a un improvisado San Juan en el día de San Roque, paradojas de dos santos que no murieron en la hoguera. Llamas que no se las salta un gitano, –uy, perdón por el "estigmatismo" que me impide ver venir de lejos mis comentarios con posibles trazas de racismo, problemas del refranero– tardaron en verse menguar varios minutos después de acabada la jauría de explosivos controlados que se dieron una vuelta por su cuenta por los pastos altos y secos que sorprenden desde hace unos años a estos campos.
A fin de reducir un poco el aforo de la mesa de la terraza con vistas, que parecía un ferrocarril en Delhi a la salida de un puente (físico, no laboral) trasladé mi anatomía al refugio del comedor del cocedero. De mariscos y clientes, especifico. Tras largos minutos de espera después de pedir la cena se cumplían mis peores presagios. Se habían acabado los bígaros y los percebes estaban para tirarlos. Una postrera sepia, no sé si tan de potera como postrera, salvó heroica nuestros estómagos tras la larga ingesta de sidra a la que incitan esos aparatos cósmicos que te ponen en la mesa y que te escancian con prisa. Olvidando con descaro el incendio, y el poder, tan real como sutil, de la sidra para ponerse al volante de una mente indolente por ineficiente sinapsis, al "vamos a la verbena" le siguió un sí hierático, dócil e irremediable.
Llegamos entrando por una esquina que escondía la grandeza, no de la fiesta misma, sino de la carpa kilométrica que albergaba, como inmóviles guerreros de terracota, miles de cuerpos orientados, alineados y alienados, en perfecta formación, ante el escenario. Se te acababa la vista y seguían los soldados con sus armas en las manos –botellas de todo tipo– admirados y extasiados por la luz y los sonidos de un imponente espectáculo. Desde los Rolling Stones no veía ese despliegue. Con quince metros de altura, el fondo del escenario era una pantalla gigante que tornaba en karaoke garantizando el éxito de público y el descanso del vocero, que ya me gustaría poder llamar cantante.
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El populismo ha llegado a los front man de feria. A los lyrics sobre el fondo, enormes y sincronizados, se le unen los discursos del de micrófono en mano. Que sí, que sois los mejores, que me sigas en las redes, corazones con las manos y todo el resto de memeces que realizan los showman cuyas referencias musicales se limitan a Operación Triunfo (por cierto mi gozo en un pozo, meme viene del griego "mimema" que significa algo imitado).
El Obama de verbena, si consiguió dar la nota, fue por las largas, empalagosas y absurdas referencias a su relación con la audiencia, nunca con su precisa relación con los tonos de la escala mayor. Más utilizada, por popular, en este tipo de conciertos esta conocida escala que la roquera pentatónica. Encadenaban canciones difíciles de identificar, no por falta de popularidad sino de acierto. Recién dabas con el título, el pelma ya se había puesto a sus discursos sin tiempo material para hallar una mínima coherencia en las frases sueltas de su relato. Un par de citas de autoayuda de esas que imprimen en tazas de desayuno y estaban ya a mitad del siguiente tema que ni el mismísimo Shazam, en la omnipotencia de su algoritmo, era capaz de desenmascarar.
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La incomodidad de la espera en el restaurante, por la liquidación de la cuenta, se tornaba beneficio al terminar el repertorio de los grillos con moralejas apenas habíamos llegado. El alivio fue, desgraciadamente, momentáneo. De repente, un ruido al extremo oriente de la carpa, 250 metros hacia el este calculé al menos, anunciaba la hecatombe de otro escenario menor. En mi peregrinar por la barra que se extendía en todo el lateral derecho de la efímera nave, me fui acercando inconsciente al alcance del equipo de sonido, claramente más modesto, de un grupo que se podría haber llamado, por su indumentaria, Los ángeles del infierno. Sorprendido por notas que parecían afinadas, su concatenación con ritmo permitía la identificación de grupo y tema original sin reseñable esfuerzo.
Unidas las cualidades de entonar, no pontificar y empezar una canción tras ligera pausa a la terminación de la anterior, el formato de verbena de mis tiempos juveniles se me hizo por fin casi reconocible. Con repertorio de rock, lejos de pasodobles, rumbas, merengues y coplas, más de forma que de fondo, revivió en mi los momentos tan esperados en fiestas de encontrarse con la música rodeado de borrachos. Y con paisano, o foráneo pasajero, con el que poder dar rienda suelta a los instintos más primarios. Fuegos, externos, internos y verbenas. Que le pregunten a mi amiga Nuria, que dice hoy que no se acuerda de nada. Yo pienso volver esta noche. "Hay un peligro de incendio esta noche… en el asiento trasero de un coche…". La pido seguro.
No voy a decir dónde por no señalar Llaniscas ni Porruanos. Tampoco ubicaré la fecha, sabiendo que la referencia de San Roque está tan periodísticamente manoseada. Evitando dar contexto obviaré el conocido detalle en la comarca de que casi queman el pueblo con el exceso de éxtasis pirotécnico, buscado con ahínco en la noche y en su playa. Los quince minutos largos de coloreadas explosiones e incandescentes representaciones, de algo así como geométricos copos de nieve, alcanzaron su cenit con el inicio de una hoguera que desde mi posición en la mesa del restaurante me intranquilizó hasta el punto de tener que pedirme otra cerveza.