Es noticia
Caín, Abel y sus horarios
  1. España
  2. Madrid
Juan José Cercadillo

Miredondemire

Por

Caín, Abel y sus horarios

La Biblia es un biopic de líderes, un registro de etapas de bonanzas y de crisis. Vacas gordas, vacas flacas. El trabajo tuvo un devenir similar

Foto: Varios operarios en una obra en Madrid. (EFE/Ballesteros)
Varios operarios en una obra en Madrid. (EFE/Ballesteros)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

El relato machista que nos cuenta el origen del trabajo ha sido aceptado por la mayoría de las religiones. El tronco común del cristianismo, del judaísmo y del islam ven en la debilidad femenina, ante la excepcional oferta frutícola, motivo de enfado suficiente como para condenar a la sucesiva humanidad al destierro de las tierras fértiles y al suplicio de la subsistencia. Un Dios enojoso y celoso de su huerto -probablemente adicto a la sidra, si no, no se explica- señaló con su dedo omnímodo el camino del INEM, hoy denominado SEPE. No se consigna queja de Adán ante la alternativa inevitable de darse a la zoofilia, pero cualquier casado conoce el dolor que tuvo que producirle morderse por primera vez la lengua. Se encaminaron al destierro y al proceloso mundo del trabajo sin que, hasta hoy, se haya conocido alternativa mejor para la obtención de recursos que el propio esfuerzo.

La descendencia creció con marcado y diferencial carácter. La Biblia, aunque algunos no quieran reconocerlo, lo explica todo. Caín y Abel. Parece la historia de nuestros días. Agricultor y ganadero sin visos todavía de PAC. Uno lleno de paz, otro lleno de celos. Uno trabajador, el otro, el de menor esfuerzo, creyéndose peor pagado. Uno entregado a producir, el otro a contar las horas. La sensación de injusticia desembocó, gran paradoja y metáfora, en el primer fratricidio documentado de la historia. La línea sucesoria, rescatada con el nacimiento del menos conocido Set desembocó en Noé, a la postre el primer visionario documentado.

Foto: Un grupo de personas en el Aeropuerto de Barajas. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Por ejemplo, el aeropuerto
Juan José Cercadillo

A partir de ahí la Biblia es un biopic de líderes, un registro de etapas de bonanzas y de crisis. Vacas gordas, vacas flacas. Inundaciones del Nilo, plagas y grandes cosechas. Un verdadero tratado económico al estilo de los más prestigiosos estudiosos de los vaivenes monetarios, es decir, a toro pasado. Y otra de sus clásicas previsiones: hasta el rabo todo es Apis. Épocas de esplendor preceden grandes tragedias. Generaciones bañadas en sudor que facilitan la vida a sus descendientes hasta que la desidia de los que poco tuvieron que esforzarse les vuelve a poner en su sitio, en el de la desesperación. Y, encendida de nuevo la llama de la mejora, luchas, conquistas, tecnologías, talento, procuran un nuevo paso a la evolución y sobre todo al confort generalizado. Así, dos pasos adelante y uno p'a tras llegó occidente hasta nuestros días.

El trabajo tuvo similar devenir que los ciclos de las crisis y las bonanzas. La jornada semanal de cuarenta horas no viene de tan lejos en términos históricos. Fue el fruto de las luchas sindicales de finales del XIX. Costó años y muchas vidas. Bajo la consigna de "ocho horas para el trabajo, ocho horas para el descanso y ocho horas para el ocio" se estructuró el abuso que suponía la rueda interminable de la semi-esclavitud. Lo escalable de la revolución industrial nos hizo libres, al menos un tercio del día. Después vino el consenso de trabajar cinco de los siete días, tras comprobar los beneficiosos efectos en la productividad de las cadenas de montaje de Ford. Sí, fue este revolucionario empresario quien, ordenando los turnos, incorporó un día más al descanso de la semana. Tardó poco en consolidarse como derecho. Doscientos años después, las vacas gordas de hoy -por supuesto no me refiero a ninguna ministra- animan al retoque de este reparto que nos ha durado dos siglos.

Foto: Un hombre pasando sueño. (Roy McMahon/Corbis) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Propósito irradio
Juan José Cercadillo

Y parece que el debate, breve, si es que lo ha habido, se va a terminar muy pronto por orden ministerial. Una funcionaria pública, que ya trabaja por ley menos de cuarenta horas, hace extensiva su suerte a golpe de boletín oficial. Finalizado el fugaz contraste de opiniones, es estéril la reflexión. Como siempre es más productiva la adaptación que la protesta y actuarán los empresarios en lógica consecuencia. La misión volverá a ser cuadrar las cuentas de lo que sale con lo que entra. El resto a no hacer ni caso, los que no cumplían ni con las cuarenta no creo que cambien el paso. Una medida más, convertida en otro palito en la rueda de los que más empujamos, veremos si en una de éstas no se nos acaba parando el carro.

La realidad laboral no es uniforme, es poliédrica, de ahí la poca eficiencia de la medida propuesta. Para abordar su análisis quizá sería preciso matizar el término trabajar. Me refiero a las claras diferencias que surgen al enfrentar el laborar con el estar. Nunca me conté las horas, ni para bien, ni para mal. Igual que nunca traté de contar las horas de nadie, a sabiendas, como sé, lo fácil que resulta ausentarse del trabajo, aun manteniendo tu cuerpo pegado a la silla. Y lo necesario que es, a veces, estirarse la jornada siempre con el primordial motivo de resultar productivo, eficiente y compensable. De llegar al rendimiento que alguien fija por pagarte. Por eso, mi medida para valorar mi trabajo, y el de los que he sido responsable, nunca fue el tiempo contante, sino su provecho.

Foto: Concentración de colectivos de Memoria Histórica ante el Congreso. (EFE/Luca Piergiovanni) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Voy a ser franco
Juan José Cercadillo

Salvo que seas funcionario, lo de medirse los tiempos, ni es eficiente, ni edificante. Directivos que se pierden la crianza de sus hijos, inmigrantes sin papeles y sin opciones. Autónomos de media jornada, esa de las doce horas. Limpiadoras a destajo, taxistas a tiempo completo, riders viviendo en sus bicis, cocineros sin descansos entre la comida y la cena. Becarios de extensos horarios, trepas que cierran oficinas, hosteleros enjaulados tras sus barras o sus mesas. Muchos de ellos explotados, otros porque les compensa, existen muchísimos sitios donde no se cumplen ni cumplirán los horarios. Y una frase, por muy votada que sea, no nos va a cambiar tanto. Que se lo digan a los que sufren, por ejemplo, el castigo de tener que ser pluriempleados.

En el extremo contrario están los del cronómetro en mano, calendario con moscosos y trienios acumulados. Los que cuentan los minutos que le debe el empresario, el ayuntamiento o el Estado. Hay que pagar las horas extras, como también, me imagino el trabajador honrado devolverá de su pecunio los minutos malgastados en repasar el fútbol o el último Gran Hermano. Ni el management ni lo sensato van hacia el control del tiempo, van hacia los resultados. Entiendo que reducir el horario beneficiará como siempre a los menos entregados. El resto, los que producen y empujan, serán los que tendrán que compensarlo. Y hacerlo, no hay más remedio, sin perder de vista al Caín que andará, no muy lejos, deambulando.

El relato machista que nos cuenta el origen del trabajo ha sido aceptado por la mayoría de las religiones. El tronco común del cristianismo, del judaísmo y del islam ven en la debilidad femenina, ante la excepcional oferta frutícola, motivo de enfado suficiente como para condenar a la sucesiva humanidad al destierro de las tierras fértiles y al suplicio de la subsistencia. Un Dios enojoso y celoso de su huerto -probablemente adicto a la sidra, si no, no se explica- señaló con su dedo omnímodo el camino del INEM, hoy denominado SEPE. No se consigna queja de Adán ante la alternativa inevitable de darse a la zoofilia, pero cualquier casado conoce el dolor que tuvo que producirle morderse por primera vez la lengua. Se encaminaron al destierro y al proceloso mundo del trabajo sin que, hasta hoy, se haya conocido alternativa mejor para la obtención de recursos que el propio esfuerzo.

Noticias de Madrid
El redactor recomienda