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Miredondemire
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Nadie se lo perdería
Empieza la temporada taurina en Madrid. Este viernes, día de la Comunidad, Las Ventas acoge las primeras corridas de toros. Y, a partir del día 9, comienza la Feria de San Isidro, con 55 toreros y 23 ganaderías
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Un nuevo espectáculo en Madrid toma la cartelera. Siempre por primavera surge la maravilla de dar ese salto atrás en el tiempo que nos permite entendernos, que nos aclara quién somos, que, con la vuelta al origen de casi todo, nos concilia, nos inspira y nos mejora. Un espectáculo ancestral donde coinciden y se comunican los misteriosos espíritus que nos sembraron adentro y, haciéndonos evolucionar, nos erigieron en dueños de tanto que nos rodea. Una exposición viviente de todo el coraje humano resumida en una lucha que inspiró, alimentó y humanizó a nuestros antepasados. Nadie se lo perdería si eso se pudiera ver hoy en directo.
Un hecho sin precedentes poder disfrutar en vivo de todo lo reminiscente en torno a nuestro conflicto sobre exponerse a la vida y sobrevivir a la muerte. Una inmolación personal, una ofrenda a no se sabe qué dioses, un acto de dramatismo para compartir y exponer en público. La prevalencia del rito, la compleja compostura, el reconocimiento al héroe y su estoicismo, espectáculo global apenas en un par de horas. Nadie se lo perdería si le pasara tan cerca.
Una fiesta antropológica se recrea en nuestros días. Una oportunidad única de viajar a un pasado que con su actualidad perenne nos ancla a nuestro presente y preservará un futuro basado en la verdad de la vida. En la contemplación del filo de la navaja, de lo perentorio del destino, del todo y de la nada, recreamos cada veinte minutos el ciclo de nuestra existencia. Un rito, una ceremonia, con el color de la vida y con el negro de la muerte en tensa coreografía. A disposición de todos solo por nuestros lares, y por tiempo limitado -me temo- que la verdad está en retroceso y lo cierto, maltratado. Nadie se lo perdería.
Gente de muchos países acuden a contemplarla. Miembros aventajados del mundo de la cultura, de las ciencias sociológicas, del arte más refinado, viajan y se aposentan en Madrid el mes de mayo. Exposiciones que explican el origen de nuestras complejidades llenan salas y museos allí por donde se exponen. Ninguna tan inmersiva, tan real, tan evidente como sentarse en la grada del gran anillo de arena donde se expone de veras la lucha de los instintos. El instinto del ataque y el arte de la defensa. Sin trampas, sin trucos y sin protecciones extras. La representación del dominio del mandato de supervivencia sublima la autopercepción de la consciencia. Si se superan los miedos, que por precepto nos dieron, se supera también el pánico de conocerte por dentro.
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Nadie debería perderse ese instante tan notorio en el que cierto ser humano, en trance de muerte o vida, se topa con la energía que de verdad le sostiene. El momento es tan potente que en el mismo instante que él lo expone se te pellizca a ti el alma. Y sientes la vibración que generan sus entrañas, que en misteriosa comunicación remueven también las tuyas, generando un desasosiego que requiere del alivio, con un grito, con lo espontáneo del jaleo, de las palmas...
Como en toda inmolación, el sacrificio es requerido. Y la pelea es a muerte, lo que le da su sentido. Sin ser justa la estadística -quien piensa en ella si mueres- la amenaza de su fin es la áurea de tu héroe. Y cuando le ves andando, en los albores de tan solemne liturgia, percibes desde tu asiento los arrestos y los miedos del que se viste de luces para que no puedas no verlo. Preparados como están para la pelea, me pregunto cada tarde, si nosotros nos preparamos lo suficiente para verla.
No hablo, lo habrán deducido, de las edades del hombre, del museo antropológico de Nueva York itinerante. No hablo del expolio egipcio traído en piezas a occidente. No hablo de visitar Roma, Atenas, Jordania o Constantinopla en una exposición inmersiva. No me refiero a la contemplación pasiva de ninguna pintura rupestre, ni jeroglífico, ni tabla con inscripciones crípticas o cuneiformes. Hablo de la realidad vivida de ver dominar una fiera con los muslos por delante. Sin armas, sin tecnologías, sin virtualidades, sin nada más que la entrega. Un hecho ante nuestros ojos de carácter irrepetible que se repetirá en esta feria, ese es nuestro privilegio, nada menos que 30 veces. Con 55 toreros y 23 ganaderías. Y todas y cada una de esas milagrosas tardes las tenemos a dos pasos, a unos euros, las tenemos a nuestro alcance en la Plaza de las Ventas, en las tardes de San Isidro, y más aún, después de que San Isidro acabe en cientos de plazas de toros.
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Entrando ya en los detalles se juntan en esta feria lo mejor y más selecto de esos aspirantes a dioses que vienen siendo los toreros. De Roca Rey a Morante, de Aguado a Talavante, de Borja Jiménez a Ortega conforman unos carteles con los que han dado en el clavo para mantener la llama y la ilusión del abono. Uceda, Rufo o Fortes, Castella, Perera o Ureña, Manzanares, Galván o Fonseca, cada uno con lo suyo a recuperar su sitio o conquistarlo el que pueda. Hasta siete confirmaciones generan oportunidades de ver a toreros nuevos haciendo su primer paseíllo en la primera plaza del mundo. Donde, hablando de mundo, trece de los 55 actuantes no nacieron en España. Y sin olvidar a un novillero, Marco Pérez, que, en figura del toreo antes de su alternativa, se anuncia con seis p’al solo y para mostrar su valía.
Homenaje a Victorino que encabeza las expectativas de todas esas corridas de feria que apuntan más a los toros que a los que lucen coleta. Adolfo Martín o Buendía, Dolores Aguirre o Fuente Ymbro darán que hablar con su pelea. Por presencia que no sea que los toros este año vendrán repletos de hierba, de algarroba y de arvejera.
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Una apostilla final para el que dude de que deba sostenerse tal despliegue de virtudes con la pasión y la muerte de su principal protagonista. Sin buscarle la agonía, le rendimos homenaje al animal más agresivo que existe sobre la tierra. Y con la opción de salvarse. Algo que si lo pensamos nunca tienen sus congéneres. ¿Han pensado alguna vez los que reniegan de esto que durante millones de años no ha muerto ningún herbívoro de forma no violenta? Ninguna gacela del mundo ni de la historia, ningún conejo ni búfalo, ningún mamut ni jirafa, gozaron de muerte dulce. La depredación se ceba con los más débiles en su defensa. Fueron comida y seguirán siendo nutrientes en la naturaleza salvaje que impone la muerte para proveerle a otros la vida. No es ley ni capricho humano. Ni la impusimos ni la cambiaremos nunca, por mucho que algunos quieran. Somos omnívoros, no omnímodos. No se evitan esos lances con el prohibir de los toros, más bien logramos con la ocultación de lo evidente, lo efímero de nuestra propia existencia. Y no creo que eso sea tan bueno.
Aprovechen y disfruten de algo que por cotidiano no deja ver su valía. Y disfruten en Madrid de una verdad como un templo que les sublimará el sentir… en el templo de Las Ventas. Sufran y disfruten del incómodo espejo de la vida que es nuestra tauromaquia. Nadie se lo perdería si lo trajeran de fuera.
Un nuevo espectáculo en Madrid toma la cartelera. Siempre por primavera surge la maravilla de dar ese salto atrás en el tiempo que nos permite entendernos, que nos aclara quién somos, que, con la vuelta al origen de casi todo, nos concilia, nos inspira y nos mejora. Un espectáculo ancestral donde coinciden y se comunican los misteriosos espíritus que nos sembraron adentro y, haciéndonos evolucionar, nos erigieron en dueños de tanto que nos rodea. Una exposición viviente de todo el coraje humano resumida en una lucha que inspiró, alimentó y humanizó a nuestros antepasados. Nadie se lo perdería si eso se pudiera ver hoy en directo.