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Despechos, desfachatez y fachas
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Juan José Cercadillo

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Despechos, desfachatez y fachas

Me alegra que la agresión a una activista de Femen no quede impune. Dicho eso, recomiendo, si quiere tocar los huevos, que se vaya a una mezquita a repetir el proceso. Me parece más valiente y más viral

Foto: Un hombre toca el pecho a una activista de Femen. (Reuters/Violeta Santos Moura)
Un hombre toca el pecho a una activista de Femen. (Reuters/Violeta Santos Moura)
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No estamos para sacar pecho. El rubor está a la baja. Se desnuda la protesta. El pezón apunta alto y se reconvierte en micrófono. Alta-voz, manos en alto, susurros de piel a voz en grito. Consignas en la epidermis escritas a mano alzada, reivindican, emancipan y te hacen volver la cara. La vergüenza se hace espejo y de su desfachatez, mi facha. Facha por admitir y defender la cultura de cubrir zonas erógenas como signo de respeto a todos, pero antes que a nadie, a uno mismo. Años de distanciamiento del hombre y los animales, no ya en el buen vestir, en el simple cubrimiento. Ese término equidistante entre el salvaje de antes y el futuro e inevitable velo. Esa connivencia social que apacigua los instintos y disimula por igual las evidencias o errores. Esa frontera del ojo que nos ayuda a ser mejores.

Mamas que, entiendo, evitarán por doctrina el maravilloso acento que les convertiría en madres. Mamá, ser envidiable que goza del extraño privilegio que tenemos los mamíferos de potenciar el apego con el blanco y prodigioso líquido que destilan sus entrañas. Ese biológico obsequio que les da el superpoder de crear y criar a un crío. Ese milagroso don, patente exclusiva de lo femenino, que de verdad empodera. Que el uso es discrecional, es evidente, pero nunca será lo mismo enseñar que dar el pecho, provocar que proveer, desvariar que criar a un hijo.

Ese distanciamiento del hombre y los animales que debería ser inmenso resulta que no lo es tanto. Y pechos al aire son anzuelos donde pican los merluzos que, conforme con sus talentos, andarían por la calle en taparrabos o menos. Lo erótico me tiende a lo íntimo, lo sutil, a lo atractivo, la insinuación, al deseo. Lo cómplice me lleva al sexo, lo mutuo lleva al cariño, lo recíproco te lleva al cielo. Pero del homo que no llegó a sapiens quedan muchos especímenes que caen en las trampas más burdas tanto como en las sutiles.

En este contexto escabroso de la libertad de tu cuerpo acontece el desvarío de pechos al descubierto y, al descubierto, trogloditas y australopitecos. En el poder del extremo, la atracción es absoluta. Los polos opuestos se atraen, interactúan, se buscan. Y en ese escarceo perpetuo de provocar a lo otro, feministas sin el suéter se van a la puerta de misa. En la iglesia el regocijo se mezcla con regodeo y la efigie del caudillo termina por ser venerada. Nostalgias y retrocesos hacen filas, genuflexos, para repartirse las hostias de su redentor eterno. Las que se dan entre ellos parecen parecerles pocas y enarbolan aguiluchos, flechas y yugos al viento, buscando ser la diana de un buen tortazo a su tiempo.

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Feministas de otras épocas acuden a la llamada y embistiendo con sus ubres cual vaquillas desbocadas tratan de acceder al templo en busca de los guantazos que no recibieron a tiempo para no renegar de Zara. Los gritos y las miradas se cruzan entre los frentes, y testuces y glándulas mamarias atacan por igual que se defienden. Todo resulta teatral, parece que hasta ensayado. Las que van a provocar y los que empezaron provocando esperan a que alguna cámara aparezca en la contienda y deje digital constancia de convicción a los suyos. Suman puntos estas cosas en sus carreras frenéticas de mejorar en los rankings de sus organizaciones, en realidad, compañías de opereta.

Todo se desenvolvía conforme a lo esperado. Pancartas y banderitas aireadas, sin contacto. Gritos a la fachería y gritos a las verduleras. Sujétame que me conozco. Ojalá te conociera. Muerto hace medio siglo, los que lo recuerdan y los que lo quieren recordar hacen de la figura de Franco un tentetieso milagroso. Sostiene con facilidad el muro de las dos Españas.

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Lo que nadie se esperaba es que se rompiera el protocolo. Pongamos que hablo de Martínez, que diría Jorge Drexler, pero esta vez por lo de El Jueves, lo de Martínez el Facha. Caricatura perfecta de los nostálgicos de libro. Que odiando a los comunistas no han dado una a derechas. Esa camisa raída, ese pantalón sin talla, ese purito barato sujetado con sus dientes, ese cinturón sin marca. Esa bandera entre manos con su Águila de San Juan, su vuelta a lo medieval, su disgusto injustificado, parecía lo suficiente para sostener su alegato.

Pero a Martínez El Facha, el del purito en la boca, se le va de repente la mano. En actitud prospectiva acuna pechos con dedos en agresión furibunda. No se conforma con eso. La exploración manual, casual y casi fugaz que podría sembrar duda, se convierte en palpación digna de facilitar un diagnóstico bastante precoz de mama. Repite los tocamientos y, ejerciendo la presión, le parece buena idea intentar un desenroscamiento de ubre libertaria y liberada. En el sentido del reloj procede a intentar las vueltas que daría cualquier ladrón buscando la combinación de caja de caudal ajena. La feminista del toples, con las manos ocupadas agitando su pancarta, mira con cierto desdén y continúa la mascarada que tapa ninguna piel y nunca consigue nada.

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En otra vuelta de tuerca de Martínez, literal, el rostro de la de Femen se agria un poquito más. Imperceptible, es verdad, en su agriamiento vital. Pero verbaliza ya la orden de mantener la distancia. Martínez y su soledad deciden que pueden seguir tocando. Necesita material, con la wifi estropeada, para el remate final que culmina su amor propio a falta de amor ajeno. Y vuelve con intensidad al frotamiento de pechos, al calibrado de su peso, tales fueron las maneras en las que albergó aquellos bultos al descubierto.

Días después la denuncia ha acabado en un arresto. Y esa agresión sexual por fortuna no quedará impune. Me alegro por la tocada que merece mis respetos. Dicho eso, recomiendo, si quiere tocar los huevos, que se vaya a una mezquita a repetir el proceso. Me parece más valiente y más viral. Al fin y al cabo… ¿Qué podría salir mal con esos pechos al viento?

No estamos para sacar pecho. El rubor está a la baja. Se desnuda la protesta. El pezón apunta alto y se reconvierte en micrófono. Alta-voz, manos en alto, susurros de piel a voz en grito. Consignas en la epidermis escritas a mano alzada, reivindican, emancipan y te hacen volver la cara. La vergüenza se hace espejo y de su desfachatez, mi facha. Facha por admitir y defender la cultura de cubrir zonas erógenas como signo de respeto a todos, pero antes que a nadie, a uno mismo. Años de distanciamiento del hombre y los animales, no ya en el buen vestir, en el simple cubrimiento. Ese término equidistante entre el salvaje de antes y el futuro e inevitable velo. Esa connivencia social que apacigua los instintos y disimula por igual las evidencias o errores. Esa frontera del ojo que nos ayuda a ser mejores.

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