Es noticia
La jueza de los ERE, de baja por estrés (o no)
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

La jueza de los ERE, de baja por estrés (o no)

Primero fue un dolor de cabeza. Jaqueca, decían sus compañeros, una persistente cefalea contra la que le aconsejaron unos días de reposo, tranquila, alejada del trajín

Primero fue un dolor de cabeza. Jaqueca, decían sus compañeros, una persistente cefalea contra la que le aconsejaron unos días de reposo, tranquila, alejada del trajín del juzgado. Luego, el malestar se complicó, eso parece, y se vio claro que la cosa no se solventaba con una dieta leve de aspirinas y ayuno de móvil. Fue entonces cuando la información corrió por los pasillos de la Audiencia de Sevilla como las cucarachas que se escapan de debajo de los armarios antiguos, repletos de sumarios cosidos con hilo y legajos olvidados.

Se había confirmado la noticia: la jueza Alaya se había dado de baja por estrés. Muchos quizá debieron frotarse los ojos antes de poder dar crédito. No, no podía ser posible, ese gesto de debilidad humana en una jueza que parecía de otra naturaleza, de otra pasta; aquella mujer que imaginaron de porcelana, por su belleza de nácar, por su hieratismo imperturbable, por su fortaleza ante la pétrea hegemonía socialista andaluza, por sus autos implacables, desafiantes, frente al juego sucio de chismes de sobremesa con el que la quisieron embadurnar. ¿La jueza de los ERE de baja por estrés? No, no puede ser, decían todos. Pues sí, Mercedes Alaya se dio de baja y ya se ha cumplido un mes. Un mes, el tiempo suficiente para que del estrés haya surgido ya un caudal mayor de especulaciones. ¿Estrés? ¿De verdad que se trata sólo de estrés?

El estrés de la jueza Alaya en estos momentos, aunque sea de forma involuntaria, acaba simbolizando la jaqueca de todo un colectivo, la judicatura española, a la que sólo le faltaba verse en el disparadero de los recortes salariales

Lo normal, verán, es que todo esto no tenga más trascendencia que la que se desprende de la literalidad de la noticia, una jueza que en los últimos años, además de la enorme carga de trabajo que recae sobre todos los jueces de instrucción, ha tenido que afrontar asuntos de una gran presión política y social; sólo hay que calcular la presión que puede percibir una persona que investiga el monumental escándalo de los ERE y que, además, lleva adelante la investigación contra el que fuera máximo accionista del Real Betis, Manuel Ruiz de Lopera, por distintos fraudes. Lo normal, sí, es que esa tensión acumulada pase factura física. Pero lo que a nadie se le escapa es que el estrés de la jueza Alaya en estos momentos, aunque sea de forma involuntaria, acaba simbolizando la jaqueca de todo un colectivo, la judicatura española, a la que sólo le faltaba verse en el disparadero de los recortes salariales, en la diana de las clases privilegiadas, para que, sencillamente, se limiten a cumplir con su obligación, sin añadir un solo esfuerzo más para reducir el colapso judicial. Es aquella lógica con la que, ya en agosto, se barruntaba ‘el otoño de los desengañados’; aquellos que advertían que “en España se sustenta el buen funcionamiento de los servicios públicos, como la Justicia, la Educación o la Sanidad, en el voluntarismo de los profesionales” que, ahora, dicen basta.

Hace unas semanas, a mediados de septiembre, todas las asociaciones de jueces y fiscales de España quedaron emplazadas para estudiar la convocatoria de una nueva huelga, como aquella primera e histórica de 2009, cuando el ‘caso Mari Luz’ puso de relieve las enormes carencias del sistema judicial. Tres años después, no sólo no ha cambiado nada sino que los jueces y fiscales encuentran motivos añadidos para el desencanto. La Junta general de jueces de Sevilla, a la que pertenece la magistrada de los ERE, lo resumió en un comunicado en el que se destacaba el “malestar” por la situación de colapso en la que siguen sumidos los juzgados, los recortes estatutarios y salariales impuestos por el Gobierno, la falta de inversión en materia de Justicia y el “vaciamiento” de las funciones del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) con la reforma propuesta por el ministro Gallardón.

El sumario de los ERE, que acumula ya casi dos años de instrucción, está parado. Pero en las mesas de jueces y fiscales de toda España se acumulan miles de causas mayores y menores, también paralizadas por el colapso “abrumador” de los juzgados. El presidente de la Audiencia de Sevilla, Damián Álvarez, ya advirtió que los jueces están “sufriendo las consecuencias” del colapso en su salud, porque que se llevan el trabajo a casa y es raro que puedan descansar un fin de semana completo. Es ahí, en ese punto del discurso, donde se recupera la imagen repetida de la juez de los ERE, la juez de porcelana, todos los días camino del juzgado, arrastrando su trolley repleto de autos, confesiones y condenas. Primero fue un dolor de cabeza… Tal y cómo están las cosas, ahora ya no se sabe quién puede acabar con la cefalea. Que las protestas que se incuban en silencio suelen ser más demoledoras que las que se agitan en mítines de pancartas y banderitas.

Primero fue un dolor de cabeza. Jaqueca, decían sus compañeros, una persistente cefalea contra la que le aconsejaron unos días de reposo, tranquila, alejada del trajín del juzgado. Luego, el malestar se complicó, eso parece, y se vio claro que la cosa no se solventaba con una dieta leve de aspirinas y ayuno de móvil. Fue entonces cuando la información corrió por los pasillos de la Audiencia de Sevilla como las cucarachas que se escapan de debajo de los armarios antiguos, repletos de sumarios cosidos con hilo y legajos olvidados.