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Baile de máscaras en el Madrid Arena
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Javier Caraballo

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Baile de máscaras en el Madrid Arena

En España, ya lo sabemos desde antiguo, todo el año es Carnaval. Baile de máscaras en el que todos se disfrazan y se echan a la

En España, ya lo sabemos desde antiguo, todo el año es Carnaval. Baile de máscaras en el que todos se disfrazan y se echan a la calle, a los debates, a las tertulias de bar o de televisión, qué más da, con la careta de quien no es, de lo que nunca ha sido. Baile de máscaras, sí, como en los días que han seguido a la desgracia del Madrid Arena, la fiesta multitudinaria que se llevó por delante la vida de cuatro jóvenes. Cristina, Rocío, Katia, Belén. Arrasadas, como si una manada de bisontes despavorida las hubiera arrollado en la selva. La muerte desgarró la noche y todo lo que ha venido después ha sido un espectáculo de imposturas que ha atravesado a muchos, políticos, padres, empresarios de discoteca, periodistas y demás.

A la avalancha salvaje le siguió luego un alud de interpretaciones que sonaban a justificación de una realidad con la que convivimos cínicamente, el elevado consumo de alcohol y droga en la juventud española, y que ahora se pretende utilizar como causante de la desgracia. Quiere decirse, en definitiva, que desde hace mucho tiempo España es un paraíso de drogas y de alcohol, pero intentar rescatar ese debate ahora como causante de la desgracia del Madrid Arena es, además de un insulto para las víctimas, una peligrosa deriva sobre lo ocurrido y las medidas que habría que adoptar para intentar que no se repita.

La primera que comenzó el baile de máscaras fue la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, en las dos veces que se precipitó. Se precipitó cuando el Ayuntamiento de Madrid se apresuró a confirmar que la empresa que organizaba la macrofiesta había cumplido con todos los requisitos y que el aforo no se había desbordado. Nada de ello parecía verdad muy pocas horas después de haberlo afirmado y fue entonces cuando la alcaldesa volvió a precipitarse: anunció la prohibición de las macrofiestas en locales de propiedad municipal. “El riesgo es demasiado grande cuando se juntan en un sitio cerrado mucho ruido, más calor y demasiado alcohol… como poco”, adujo como todo argumento.

Lo que no tiene sentido alguno, ni legal ni cívico, es dictar una prohibición como esa por el “interés general de los madrileños” y no extenderla a todos los locales, públicos y privados. ¿Qué criterio es ése? Ninguno, claro, es la ausencia de criterio, es salir del paso

A ver, lo que no tiene sentido alguno, ni legal ni cívico, es dictar una prohibición como esa por el “interés general de los madrileños” y no extenderla a todos los locales, públicos y privados. ¿Qué criterio es ese? Ninguno, claro, es la ausencia de criterio, es salir del paso, es escandalizarse tarde y mal por una realidad que seguirá existiendo porque nadie parece tomársela en serio. Y es salir del paso del control efectivo de esas fiestas, que se seguirán produciendo.

Nadie ha querido reconocer su culpa, no, tampoco la mayoría de los padres, como ha quedado demostrado ya en las sucesivas estadísticas y estudios que se realizan sobre el consumo de alcohol y drogas en la juventud española. La realidad es que los jóvenes españoles, casi hasta en un 60%, se emborrachan habitualmente antes incluso de cumplir la mayoría de edad. También uno de cada cuatro, entre los 13 y los 18 años, consume cannabis. Y los padres, también en su mayoría, lo conocen y lo permiten. O miran hacia otro lado. Pretender ahora escandalizarse por la macrofiesta del Madrid Arena, como si nos hubiésemos topado con esa realidad de golpe, es un ejercicio de cinismo colectivo. Es muy difícil encontrar en Europa mayor permisividad, social y legal, para el consumo de alcohol entre los jóvenes como ocurre en España. Se conocía y se consentía; modificarla supondrá mucho más que este lamento huero.

Pero es que, además, lo que no tiene sentido alguno es vincular esas tasas elevadas de consumo de droga y de alcohol con la tragedia del Madrid Arena, como si fuera esa la causa de la desgracia. No, no es así, como tampoco se puede afirmar que el exceso de aforo, que ya parece constatado, fuera el causante de la avalancha que acabó con la vida de esas cuatro jóvenes. Con menos personas en el interior de la macrofiesta podría haberse producido una desgracia igual si, como ocurrió, se produce una concentración excesiva de jóvenes en una zona determinada. Sobre el exceso de aforo sólo se puede resaltar la actuación tramposa de muchos empresarios de discoteca, que exprimen la ganancia hasta convertirla en temeraria. Si ha sido así, que paguen por ello.

En España, ya lo sabemos desde antiguo, todo el año es Carnaval. Baile de máscaras en el que todos se disfrazan y se echan a la calle, a los debates, a las tertulias de bar o de televisión, qué más da, con la careta de quien no es, de lo que nunca ha sido. Baile de máscaras, sí, como en los días que han seguido a la desgracia del Madrid Arena, la fiesta multitudinaria que se llevó por delante la vida de cuatro jóvenes. Cristina, Rocío, Katia, Belén. Arrasadas, como si una manada de bisontes despavorida las hubiera arrollado en la selva. La muerte desgarró la noche y todo lo que ha venido después ha sido un espectáculo de imposturas que ha atravesado a muchos, políticos, padres, empresarios de discoteca, periodistas y demás.

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