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Santiago Cervera y la sombra de Bartolín
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Javier Caraballo

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Santiago Cervera y la sombra de Bartolín

Nadie le hizo una canción, ningún grupo de rock, ningún cantautor, pero solo hay que mencionar su nombre, Bartolín, para que todos esbocen una sonrisa. Bartolín,

Nadie le hizo una canción, ningún grupo de rock, ningún cantautor, pero solo hay que mencionar su nombre, Bartolín, para que todos esbocen una sonrisa. Bartolín, sí, Bartolín, que hasta el nombre le iba bien a la aventura política sin igual que se vivió aquellos días en España. Bartolomé Rubia, Bartolín, era el desconocido concejal de Deportes del PP de La Carolina, un pueblo del norte de Jaén, hasta que desapareció en la madrugada del 28 de mayo de 1998. Tan reciente estaba el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco que todas las alarmas se encendieron, todos los miedos resucitaron, al conocer que otro joven concejal también estaba desaparecido. Pero, esta vez, el final sería muy distinto. A las pocas horas, Bartolín apareció, sano y salvo, muy lejos de su tierra andaluza: apareció en Irún, sin documentación, solo con doscientas pesetas en el bolsillo. Ni teléfono móvil ni una idea exacta de lo que le había pasado. Sólo sabía, según le contó a los agentes de la Ertzaintza que lo encontraron, que unos tipos lo habían abordado en Linares, lo drogaron y lo introdujeron en un tren. Luego, lo trasladaron a un coche. Y fue en la carretera, cuando el vehículo avanzaba camino del zulo, cuando Bartolín logro zafarse de sus secuestradores, abrió la puerta y se tiró del coche en marcha y escapó rodando por un terraplén. Toda España suspiró con la heroicidad, todo el Partido Popular se puso en pie para aplaudirlo.

Pero algo no iba bien, todo era demasiado impreciso. "Me secuestraron. No sé quién, pero me secuestraron", insistía Bartolín una y otra vez. La investigación que corría en paralelo a la historia del secuestrado comenzó a ofrecer demasiadas dudas razonables. Las fundamentales, las llamadas de móvil que se habían registrado mientras duraba el supuesto secuestro. Nada cuadraba, no, y los sucesivos interrogatorios seguían añadiendo incongruencias al relato del concejal. Por la tarde, ante el juez de guardia de Irún, Bartolín se echó a llorar. Ahí acabo todo: Bartolín pasó en unas horas de héroe a chusma, de los elogios a los chistes, de la admiración a la burla.

Y no digo yo que el episodio vivido hace unos días por el diputado del PP Santiago Cervera lo convierta directamente en otro Bartolín, pero nadie negará que, como en aquella historia rocambolesca, lo contado por el político navarro no cuadra. Para empezar, lo primero que no encaja bien es la razón de su dimisión. Si Santiago Cervera sólo hubiera sido burlado por un tercero, que le tendió una trampa, no tendría por qué dimitirBartolín, sí. Y no digo yo que el episodio vivido hace unos días por el diputado del PP Santiago Cervera lo convierta directamente en otro Bartolín, pero nadie negará que, como en aquella historia rocambolesca, lo contado por el político navarro no cuadra. Las piezas no encajan, no. Igual que en las primeras horas del secuestro de Bartolín, es fácil identificar ahora la misma sensación de que algo raro pasa, que algo se oculta. Para empezar, lo primero que no encaja bien es la razón de su dimisión. Si Santiago Cervera solo hubiera sido burlado por un tercero, que le tendió una trampa, no tendría por qué dimitir. Es una imprudencia, sí, pero quién no habría acudido, especialmente los periodistas, a recoger la información de las irregularidades que un garganta profunda dice que quiere aportar. No es lo normal, ni lo deseable, el procedimiento elegido, un sobre escondido en un trozo de muralla, pero no es menos cierto que quienes denuncian escándalos desde el seno de una institución siempre tienen miedo a ser descubiertos. Que no es lo normal, no, pero cuando nada se tiene que ocultar, se recoge la información, se comprueba la veracidad o la falsedad y se actúa en consecuencia: directo a la Fiscalía, al juzgado o a la papelera. Sin más. ¿Por qué iba a tener que dimitir el diputado si sólo esa hubiera sido su intención? No, no tiene sentido. En todo caso, al verse burlado, sería el diputado quien tendría que haber puesto una denuncia. Y que se sepa, no lo ha hecho.

Luego está el hecho en sí. Pasemos por alto la vestimenta, que fuese a recoger la documentación enfundado en un gorro y una bufanda. Pensemos que era solo frío. Bien, pero es de sentido común pensar que cuando uno recoge un sobre y espera que en su interior haya un taco de folios, se sorprenda al palpar que no parecen folios, sino billetes. Sin conocer cómo era el paquete, alguna diferencia debe existir entre un taco de folios y un fajo de billetes de 25.000 euros, se supone. ¿Y se marcha sin más, con el sobre bajo el brazo? ¿Y cuando lo detiene la Guardia Civil no exhibe su condición de diputado y, esa misma noche, les muestra todos los correos electrónicos que lo han llevado allí? Tan sencillo como eso, se facilita el mail que lo llevó a la trampa y, antes de salir nada publicado, la Guardia Civil rastrea la IP y detiene al autor. 

Para el ya exdiputado, sin embargo, ninguno de estos detalles parecen importantes. En el relato de lo sucedido, como escribió en su blog, se limita a decir que ese día “estaba en Pamplona por razones familiares, tuve curiosidad por saber si la información se había depositado en el lugar que se me indicó, acudí al sitio y en efecto vi que en él había depositado un paquete aparentemente con documentación. Lo tomé, y a continuación aparecieron varios agentes de la Guardia Civil que procedieron a identificarme. Posteriormente, fui trasladado ante el juez de guardia, que escuchó mi versión de lo sucedido y decretó un auto de libertad".

Tampoco el desarrollo posterior de los acontecimientos parece diáfano. No podemos perder de vista que la Guardia Civil ya llevaba varios días investigando este asunto, por la denuncia del presidente de Caja Navarra, José Antonio Asiaín. Habrá que pensar, de ser cierto el relato de Santiago Cervera, que ambos, el presidente de la caja y el diputado del PP, fueron víctimas de la misma persona, el mismo anónimo dirigido en sentido contrario a uno y a otro para que la trampa fuera efectiva. ¿En consecuencia? Pues que la Guardia Civil pertenece orgánicamente al Ministerio del Interior y con un Gobierno del PP, ¿quién puede creerse que la Guardia Civil descubra una operación como esta, en la que supuestamente engañan a un representante público del partido gobernante, y no va a informar con detalle al Ministerio del Interior? No, claro, en el Gobierno y en el Partido Popular deben de tener desde el primer momento información precisa y detallada de lo que ha ocurrido y la reacción, como se explicaba ayer en El Confidencial, ha sido la de soltar lastre y desmarcarse de los "asuntos personales" que puedan conocerse en adelante. Porque se conoce lo sucedido o porque se sospecha lo que ha ocurrido, nadie en el PP ha salido en defensa del relato que cuenta Santiago Cervera.

El aire de esta historia, definitivamente, trae el recuerdo de Bartolín, su sombra, porque no cuadra la explicación oficial de la supuesta víctima de la trampa. Habrá razones de odios políticos africanos, trenzados durante años, entre el presidente de la caja y el diputado y hasta se mezclarán, como ya se dice, enfrentamientos políticos superiores, no menos antiguos, entre la vicepresidenta del Gobierno y la secretaria general del PP. Todo eso, sí, puede latir en el fondo de esta historia, pero ninguno de ellos nos aclara lo ocurrido. Habrá que esperar. Ahora, quizá, sólo podemos afirmar que en este caso hay un Bartolín escondido. 

Nadie le hizo una canción, ningún grupo de rock, ningún cantautor, pero solo hay que mencionar su nombre, Bartolín, para que todos esbocen una sonrisa. Bartolín, sí, Bartolín, que hasta el nombre le iba bien a la aventura política sin igual que se vivió aquellos días en España. Bartolomé Rubia, Bartolín, era el desconocido concejal de Deportes del PP de La Carolina, un pueblo del norte de Jaén, hasta que desapareció en la madrugada del 28 de mayo de 1998. Tan reciente estaba el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco que todas las alarmas se encendieron, todos los miedos resucitaron, al conocer que otro joven concejal también estaba desaparecido. Pero, esta vez, el final sería muy distinto. A las pocas horas, Bartolín apareció, sano y salvo, muy lejos de su tierra andaluza: apareció en Irún, sin documentación, solo con doscientas pesetas en el bolsillo. Ni teléfono móvil ni una idea exacta de lo que le había pasado. Sólo sabía, según le contó a los agentes de la Ertzaintza que lo encontraron, que unos tipos lo habían abordado en Linares, lo drogaron y lo introdujeron en un tren. Luego, lo trasladaron a un coche. Y fue en la carretera, cuando el vehículo avanzaba camino del zulo, cuando Bartolín logro zafarse de sus secuestradores, abrió la puerta y se tiró del coche en marcha y escapó rodando por un terraplén. Toda España suspiró con la heroicidad, todo el Partido Popular se puso en pie para aplaudirlo.