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Causa general contra el caciquismo
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Javier Caraballo

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Causa general contra el caciquismo

Hace unos años ya, aún en pleno apogeo de Manuel Fraga como gran patrón de Galicia, un humorista gallego ideó como protesta contra el caciquismo imperante

Hace unos años ya, aún en pleno apogeo de Manuel Fraga como gran patrón de Galicia, un humorista gallego ideó como protesta contra el caciquismo imperante el diálogo de un muerto al llegar al purgatorio. En el relato, contaba su desdicha por culpa del alcalde a perpetuidad de su localidad, un cacique, un monstruo. Un día, harto de soportar vejaciones, organizó una rebelión contra la casa del cacique y, como era normal, acabó detenido. Ahí fue donde comenzó la pesadilla que lo llevó a la muerte, porque empezó a observar que todo el mundo tenía la cara del cacique, los policías que lo detuvieron, el letrado que lo asistió, el tribunal que lo juzgó, el fiscal que lo acusó, el juez que lo condenó. “Desde entonces, yo he visto al cacique en todas partes: era el médico, era el carcelero, era el periodista, el tendero, el recaudador. Se transfiguraba y se multiplicaba, pero siempre era él. Cuando fallecí, impidió que me enterrasen en sagrado. Cuando entré en el infierno, un diablo menor le dijo a Luzbel: ‘Este sujeto no nos pertenece’. ‘No -contestó Luzbel-, pero es un favor que me pide el cacique. Hazle hueco’”.

Cualquiera que haya padecido o conocido a estos personajes compartirá con el humorista que una de las características fundamentales de los caciques es la capacidad de penetrar e infiltrarse en todos los estamentos sociales e institucionales con la compra de voluntades generalizada. El resultado es una sociedad dependiente, en la que lo extraordinario es encontrar a alguien que ose alzar la voz contra el cacique y, mucho menos, que se atreva a denunciarlo, porque ni tendrán eco sus palabras ni logrará otra cosa que el vacío, la muerte civil. Ahora que la Fiscalía ha confeccionado una contundente denuncia contra el expresidente de la Diputación de Orense, José Luis Baltar, la primera sensación de extrañeza que se recibe es esta, la impunidad que ha rodeado a Baltar durante tantos años y que sólo se resquebrajará cuando ya esté fuera de la política. Por eso el tipo, el “cacique bueno”, como le decían sus vasallos, parece tranquilo frente al desarrollo que pueda tener cualquier denuncia contra él en los tribunales de Justicia: “Yo ya me inhabilité cuando me marché” de la política, dice ufano.

Por qué la Fiscalía General del Estado, a la vista de los resultados de Orense, no ordena una investigación similar en otras provincias españolas. Que los caciques como Baltar están por toda España, que sí. Por eso haría falta una causa general contra el caciquismo, contra el enchufismoDe todas formas, lo más interesante de la denuncia de la Fiscalía contra el expresidente de la Diputación de Orense, por enchufar en el organismo público a más de cien personas, no es lo que le pueda ocurrir a Baltar, sino la dinámica judicial que se debería implantar en toda España a raíz de este caso. Si la Fiscalía se ha puesto a investigar en la Diputación de Orense y ha descubierto, de golpe, esos cien enchufados, ¿cuántos podrían encontrarse si la investigación se extendiera a muchas diputaciones, ayuntamientos y empresas públicas en los que se tiene constancia de procesos masivos de enchufismo? Es posible que, en muchos casos, los enchufes se hayan camuflado bien, porque se les otorga una apariencia de legalidad a los concursos, y no es tan fácil detectar los delitos como en el caso de la Diputación gallega, donde parece que se han vulnerado de forma grosera los requisitos de igualdad, mérito y capacidad que garantizan la libre concurrencia.

Pero, aun en ese caso, la mayoría de las instituciones que son a ojos de todo el mundo auténticos nidos de enchufados no resistirían una investigación a fondo sobre la contratación de su personal. Es seguro que en muchas de ellas se repetirán hasta la saciedad situaciones como la que ahora se destapa en Orense, con expedientes falseados, informes inventados y procesos ignorados para poder enchufar a todo dios. ¿Por qué la Fiscalía General del Estado, a la vista de los resultados de Orense, no ordena una investigación similar en otras provincias españolas? Que los caciques como Baltar están por toda España, que sí. Por eso haría falta una causa general contra el caciquismo, contra el enchufismo.

Si miramos con alguna distancia todos los casos de corrupción que se destapan en España, observaremos que los que tienen que ver con estas prácticas caciquiles son, paradójicamente, los que con menos frecuencia se denuncian y se investigan. Sin embargo, son, con diferencia, los que provocan un mayor daño a la sociedad. Porque la horada, la contamina por completo, la pudre. Conviene al respecto la lectura del ensayo sobre el caciquismo de un escritor gallego, Xosé Alvilares: una reflexión sobre el deterioro democrático de Galicia, en particular, y de España en general, por la que pululan muchos tipos como Baltar. Es una epístola moral (Dignidade e indignidade da política) y en uno de sus párrafos dice así: “Una política, un determinado estilo de gobierno, crean en la sociedad actitudes colectivas, costumbres, mentalidades. La clase política también puede corromper una sociedad. La mentalidad del vasallo crea al cacique, pero la política del cacique crea la mentalidad de vasallo”. 

Hace unos años ya, aún en pleno apogeo de Manuel Fraga como gran patrón de Galicia, un humorista gallego ideó como protesta contra el caciquismo imperante el diálogo de un muerto al llegar al purgatorio. En el relato, contaba su desdicha por culpa del alcalde a perpetuidad de su localidad, un cacique, un monstruo. Un día, harto de soportar vejaciones, organizó una rebelión contra la casa del cacique y, como era normal, acabó detenido. Ahí fue donde comenzó la pesadilla que lo llevó a la muerte, porque empezó a observar que todo el mundo tenía la cara del cacique, los policías que lo detuvieron, el letrado que lo asistió, el tribunal que lo juzgó, el fiscal que lo acusó, el juez que lo condenó. “Desde entonces, yo he visto al cacique en todas partes: era el médico, era el carcelero, era el periodista, el tendero, el recaudador. Se transfiguraba y se multiplicaba, pero siempre era él. Cuando fallecí, impidió que me enterrasen en sagrado. Cuando entré en el infierno, un diablo menor le dijo a Luzbel: ‘Este sujeto no nos pertenece’. ‘No -contestó Luzbel-, pero es un favor que me pide el cacique. Hazle hueco’”.