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Marta del Castillo, caso abierto
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Javier Caraballo

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Marta del Castillo, caso abierto

Marta del Castillo desapareció el sábado 24 de enero de 2009. Tenía diecisiete años. Lo primero que pensaron todos, padres, amigos y la Policía, es que

Marta del Castillo desapareció el sábado 24 de enero de 2009. Tenía diecisiete años. Lo primero que pensaron todos, padres, amigos y la Policía, es que Marta se había fugado o la habían forzado a irse, que es la primera explicación que se ofrece, por defecto, en todas las desapariciones de esta naturaleza. “Estoy seguro de que a Marta se la han llevado”, decía entonces su padre, Antonio del Castillo. Se organizaron las habituales campañas de búsqueda y manifestaciones, hasta que tres semanas después, justo tres semanas, la policía detuvo a su exnovio, Miguel Carcaño, por la sospecha de que pudiera haber sido el autor del crimen. Tras doce horas retenido, Carcaño confirma las sospechas de la Policía y confiesa que fue él quien mató a Marta del Castillo de un golpe en la cabeza, con un cenicero, y que, con ayuda de otros, arrojó el cadáver al río Guadalquivir.

Por muchas vueltas que le demos al caso de Marta del Castillo, que a la tercera semana de la desaparición y muerte de la joven ya tenía preso y confeso al autor del crimen, lo que nos resultará imposible de explicar es cómo ha sido posible que degenere, desde ese punto de partida, en una de las mayores frustraciones judiciales –sólo hay que oír a los padres de la víctima- y que para el común de la ciudadanía española no se trate más que de una muestra clara de la chapuza policial y judicial de este país. Ahí tenemos lo que está ocurriendo estos días, que se oye al padre de Marta del Castillo acusar al juez de “no interesarle la verdad” y, cualquiera que viniera de fuera, que nunca hubiera oído hablar del caso, pensaría que la joven sevillana desapareció, la asesinaron y que, tantos años después, el caso había sido archivado sin ni un solo culpable. Pero no ha sido así, claro; en cuatro años ha habido dos juicios, no uno sólo, y una revisión de la condena por el Tribunal Supremo, y se ha determinado y condenado al autor del crimen y a alguno de sus cómplices. Con las pruebas que había, lo más razonable es pensar que la Justicia ha llegado hasta donde podía llegar.

La única enseñanza que nos debería proporcionar a todos este caso es que nunca jamás, ni la policía, ni los jueces, ni los medios de comunicación, ni la propia sociedad pueden estar al albur de lo que digan un asesino y sus cómplices

Hay una sentencia firme, un asesino en la cárcel, y parece que se trata de un caso abierto, aún por determinar. ¿Qué ocurre entonces? La respuesta no es fácil ni, desde luego, simple porque son muchos los elementos que influyen en esta sensación generalizada de insatisfacción. Chapuzas policiales y errores judiciales, sí; pero también la presión social inaceptable que se ha creado en torno a este caso por el tratamiento frívolo que se ha generado por parte de muchos medios de comunicación y por la actuación de la propia familia de la víctima, aunque de todas las causas del despropósito en el que ha acabado sumido el caso esta sea la humanamente más comprensible. Sencillamente, los padres de Marta del Castillo no van a descansar hasta que se encuentre el cadáver de su hija. Pero, como queda dicho, ese sentimiento es tan humanamente comprensible como imposible de sostener como guía de la instrucción penal y judicial. Las costuras estallan hasta el punto de que los abogados del bufete Montero Aramburu renuncian a seguir con la defensa de los padres de Marta, incapaces de seguir adelante como si nada hubiera pasado, “a la vista de las diferencias de criterio surgidas tras los últimos acontecimientos procesales”.

En todo eso, claro está, en la raíz de todo lo anterior, desde los errores policiales en la investigación del caso hasta la insatisfacción de los padres de Marta del Castillo, influye decisivamente el carrusel de versiones y mentiras en el que los acusados, confabulados entre sí por consejo de sus defensas o por el frío cálculo que puede llegar a tener un asesino, han logrado hacer descarrilar la investigación en numerosas ocasiones. Y la retransmisión en directo de todas esas idas y venidas de la noche del crimen se han encargado de provocar todo lo demás; la presión sobre todos los que han intervenido en este caso, incluyendo a la propia sociedad que ha asistido de espectadora, al punto de condicionar y mediatizar sus actuaciones y sus conclusiones sobre lo ocurrido.

Transcurridos los años y con una sentencia firme encima de la mesa, la única enseñanza que nos debería proporcionar a todos este caso es que nunca jamás, ni la Policía, ni los jueces, ni los medios de comunicación, ni la propia sociedad pueden estar al albur de lo que digan un asesino y sus cómplices, y mucho menos que esos testimonios cambiantes puedan llegar a generar enfrentamientos internos en la investigación y un estado de ansiedad e insatisfacción generalizado que debe estar machacando a los padres de la pobre Marta del Castillo. Esa debería ser la enseñanza, pero no ocurre así, como ya estamos viendo estos días. Una nueva versión del asesino, la séptima, ha vuelto a convulsionarlo todo, como si otra vez hubiera que volver a empezar. Como si a Marta del Castillo la hubieran matado no una, sino siete veces. Y otra vez quedan al descubierto disputas y enfrentamientos de la Policía con el juez y el fiscal del caso, y otra vez están por todas las televisiones los padres clamando Justicia. Marta del Castillo, otra vez caso abierto. 

Marta del Castillo desapareció el sábado 24 de enero de 2009. Tenía diecisiete años. Lo primero que pensaron todos, padres, amigos y la Policía, es que Marta se había fugado o la habían forzado a irse, que es la primera explicación que se ofrece, por defecto, en todas las desapariciones de esta naturaleza. “Estoy seguro de que a Marta se la han llevado”, decía entonces su padre, Antonio del Castillo. Se organizaron las habituales campañas de búsqueda y manifestaciones, hasta que tres semanas después, justo tres semanas, la policía detuvo a su exnovio, Miguel Carcaño, por la sospecha de que pudiera haber sido el autor del crimen. Tras doce horas retenido, Carcaño confirma las sospechas de la Policía y confiesa que fue él quien mató a Marta del Castillo de un golpe en la cabeza, con un cenicero, y que, con ayuda de otros, arrojó el cadáver al río Guadalquivir.