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El arte de insultar
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Javier Caraballo

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El arte de insultar

Corto y pego de un tratado excelente, El arte de insultar: “En todos los lugares y épocas ha habido siempre mucha insatisfacción con los gobiernos, las

Corto y pego de un tratado excelente, El arte de insultar: “En todos los lugares y épocas ha habido siempre mucha insatisfacción con los gobiernos, las leyes y las instituciones públicas; por lo general ello se ha debido, empero, a que se tiende a achacar a éstos la culpa de la miseria que acompaña indefectiblemente a la existencia humana. (…) Sin embargo, nunca antes había sido representada esta farsa de manera tan mendaz y atrevida como ahora lo es por los demagogos de la actualidad”. En la historia del pensamiento hay textos y sentencias, como ésta, que parecen pertenecer a todos los tiempos. La cita de arriba, en concreto, es parte de ese ensayo, El arte de insultar, escrito por Arthur Schopenhauer (1788-1860), pero, si no se dice nada del autor, bien podría aplicarse a cualquier episodio de la historia, sobre todo a aquellos momentos convulsos de la humanidad, épocas de crisis, de cambios profundos, de incertidumbre.

En ese río revuelto siempre pescan mejor que nadie los demagogos y, como en estos días vivimos una de esas épocas históricas, los demagogos abundan. Pero verán, lo alarmante cuando esos tipos irrumpen en cualquier debate no es certificar su existencia, sino comprobar con desolación cómo para una gran parte de la población los demagogos no son sino los únicos que se atreven a decir la verdad, ‘las verdades’; los únicos capaces de enfrentarse a un sistema corrupto, corrupto en su integridad, en el que nadie se escapa. Salvo ellos, claro. A partir de ahí, el esquema mental que se establece es una especie de círculo vicioso del que es imposible escapar: si alguien critica al demagogo es porque forma parte del sistema corrupto que se denuncia, y cualquier argumento que utilice, con independencia del argumento que sea, siempre será visto como una mera excusa para atacar al demagogo, el único que dice las verdades.

Quede claro una vez más que el mayor privilegio de un corrupto será el de encontrarse con un juez demagogo, un juez estrella, que anteponga la espectacularidad artificiosa de sus autos judiciales a la efectividad, a la rigurosidad y a la proporcionalidad que deben imperar en todo proceso judicialPara comprobar esa dinámica endiablada en la que estamos, y sobre la que convendría reflexionar seriamente porque a nada bueno conduce, nada mejor que internet; nada mejor que un periódico tan vigoroso como El Confidencial. Hace justo dos semanas, el jueves seis de junio, el juez Elpidio Silva Pacheco envió a prisión sin fianza a Miguel Blesa, a pesar de que ya había sido encarcelado con anterioridad y de que estaba libre porque había abonado la correspondiente abultada fianza que se le impuso. Era tan desproporcionado el acto judicial, tan desmedido, tan fuera de los límites razonables de un proceso judicial en su fase de instrucción, que lo realmente llamativo ese día fue comprobar como una gran cantidad de personas, por todas partes, en redes sociales o aquí mismo, se levantaron a aplaudir al juez Elpidio Silva. Le decían eso de antes, lo de los demagogos, “al fin un juez valiente que se atreve con un sistema corrupto”. Por supuesto, todo lo contrario para quien hubiera osado criticar el auto de prisión del juez, que inmediatamente quedaban catalogados como “corruptos, necios y vendidos al poder”. Yo mismo escribí aquí un artículo, "Están locos estos jueces", y nunca me he llevado más hostias.

Por mi parte, desde luego, ningún problema con esos comentarios, allá cada cual, y si los cito ahora es porque, por desgracia, la interacción en internet no es siempre posible. Por eso y porque, dos jueves después de aquel auto, el juez Elpidio vuelve a ser noticia, esta vez porque la Audiencia Provincial de Madrid ha anulado la decisión de este de reabrir un proceso que ya estaba archivado por otro juez, el del famoso crédito de 26 millones de euros a Gerardo Díaz Ferrán. El auto de la Audiencia de Madrid es tan contundente que hasta parece que los magistrados lo han redactado en un notable estado de cabreo y malestar con su compañero Elpidio por su falta de profesionalidad.

La Audiencia le recuerda lo fundamental, que para reabrir una causa que ha sido archivada hace falta, por lo menos, que existan nuevos elementos incriminatorios, nuevas pruebas o datos. Y no sólo no los había, sino que, como recuerda la Audiencia Provincial, tampoco se aportaron cuando se presentó la denuncia inicial. De hecho, se le ofreció un plazo de tiempo al sindicato denunciante (Manos Limpias) para que aportara alguna documentación que acreditara su denuncia y el plazo expiró sin que presentaran ni un solo papel. Por eso se archivó la denuncia hasta que el juez Elpidio decidió reabrirla, esta vez como una alocada “causa general en busca de los responsables de la crisis económica que atravesamos y su castigo”, como dice la Audiencia. Por si fuera poco, la Audiencia ha comprobado que incluso algunos de los párrafos que el juez Elpidio incluyó en su alegato contra la crisis económica estaban directamente copiados de Wikipedia. ¿Alguien da más?

En fin, volvamos una vez más a los argumentos, aun a sabiendas de que el poder envolvente de los demagogos es prácticamente inexpugnable. Aun así, quede claro una vez más que el mayor privilegio de un corrupto será el de encontrarse con un juez demagogo, un juez estrella, que anteponga la espectacularidad artificiosa de sus autos judiciales a la efectividad, a la rigurosidad, a la discreción, a la mesura y a la proporcionalidad que deben imperar en todo proceso judicial. Quien quiera ver libre de toda culpa a un corrupto, no tiene más que aplaudir a esos demagogos. Siempre han existido, pero “nunca antes había sido representada esta farsa de manera tan mendaz y atrevida como ahora”. 

Corto y pego de un tratado excelente, El arte de insultar: “En todos los lugares y épocas ha habido siempre mucha insatisfacción con los gobiernos, las leyes y las instituciones públicas; por lo general ello se ha debido, empero, a que se tiende a achacar a éstos la culpa de la miseria que acompaña indefectiblemente a la existencia humana. (…) Sin embargo, nunca antes había sido representada esta farsa de manera tan mendaz y atrevida como ahora lo es por los demagogos de la actualidad”. En la historia del pensamiento hay textos y sentencias, como ésta, que parecen pertenecer a todos los tiempos. La cita de arriba, en concreto, es parte de ese ensayo, El arte de insultar, escrito por Arthur Schopenhauer (1788-1860), pero, si no se dice nada del autor, bien podría aplicarse a cualquier episodio de la historia, sobre todo a aquellos momentos convulsos de la humanidad, épocas de crisis, de cambios profundos, de incertidumbre.