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Elogio de Elena Valenciano
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Javier Caraballo

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Elogio de Elena Valenciano

Chaves Nogales se reconcomía con la pregunta, clavada en el alma, cuando ya estaba fuera de España y no dejaban de martillearle las sienes las barbaridades, en uno y otro bando, que acaba de presenciar en Madrid durante la guerra

“¿Por dónde empezó el contagio?”. Chaves Nogales se reconcomía con la pregunta, clavada en el alma, cuando ya estaba fuera de España y no dejaban de martillearle las sienes las barbaridades, en uno y otro bando, que acaba de presenciar en Madrid durante la guerra. Por dónde empezó, se preguntaba el periodista sevillano, de la misma forma que Vargas Llosa, no sé si inspirado en esa formulación literaria, se preguntaba en su Conversación en La Catedral “¿en qué momento se había jodido el Perú?”.

En los dos casos, la pregunta tiene algo de retórica, porque más que contestación y respuesta, lo que parece que busca es consuelo; una respuesta que sirva de bálsamo al abatimiento, a la derrota que ya se sabe inevitable. En el caso de España, al menos, Chaves Nogales tenía clara la respuesta, el origen del contagio: “Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales”.

Ahí empezó el contagio, sí, y desde entonces en España muchos de los problemas tienen su origen en la incapacidad para la normalidad que tienen las relaciones políticas. El cainismo, que hace imposible cualquier entendimiento, que lo contamina todo, que lo pudre todo. Del desastre de las colonias heredamos el derrotismo de España y de la guerra civil nos ha quedado esta semilla de estupidez y de crueldad que, como la mala hierba, nunca se erradica. Siempre brota, como ahora, estos días, cuando una delegada del Gobierno de Madrid ha tenido un accidente de moto que pudo ser mortal y, a las puertas del hospital en el que se debatía entre la vida y la muerte, un grupo de salvajes cantaban, vitoreaban, para que se la llevaran a otro hospital, a uno privado.

¿Lo habrían hecho?, es lo que me pregunto. ¿La habrían arrancado de su cama para dejarla en la acera de un hospital privado? Cien, dicen que fueron cien los trabajadores del Hospital Universitario La Paz los que se concentraron a las puertas del centro contra la hospitalización allí de la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes. Y gritaban "¡Que se vaya a la privada!", y yo me pregunto eso, si la habrían arrancado de la cama del hospital esos cien trabajadores que defienden la sanidad pública; ya ven, pública...

La estupidez, como la mala hierba, nunca se erradica. Siempre brota, como ahora, estos días, cuando una delegada del Gobierno de Madrid ha tenido un accidente de moto que pudo ser mortal y, a las puertas del hospital en el que se debatía entre la vida y la muerte, un grupo de salvajes vitoreaban para que se la llevaran a otro hospital, a un hospital privado

Antes de eso, un político, Gaspar Llamazares, en cuyo currículum dice que es médico, se había sumado a las protestas: "Cuando se juegan la vida, saben que su garantía es la sanidad pública, cuando se trata de hacer negocio con los demás la privatizan", dijo el tipo, como si la hospitalización de la delegada del Gobierno hubiera sido una operación de apendicitis; como si la mujer, machacada tras el accidente, hubiera indicado a los camilleros de la ambulancia el hospital al que quería dirigirse.

En medio de ese vómito, llegó al hospital una mujer, Elena Valenciano. Quienes la conocen saben, o presumen, que no fue allí en representación de nada, de nadie, sino que fue porque ella, Elena Valenciano, es persona antes que política. Visitó a la delegada del Gobierno sólo para interesarse por su estado de salud. "Le deseamos una prontísima recuperación. Ella es una mujer valiente y peleona y seguro que lo consigue. Venimos a interesarnos ahora por su salud". No dijo más, pero su gesto, su presencia allí, la única de la oposición que fue a visitarla, a darle ánimos, es lo suficientemente reconfortante para descansar, para pensar que todo no es estupidez y crueldad.

Por eso este elogio de Elena Valenciano. Mañana, o cualquier otro día, seguimos con el debate de la sanidad pública, si es mejor el sostenimiento del modelo actual o si hacen falta modificaciones de raíz, como la privatización de la gestión de los centros hospitalarios; pero todo eso, mañana. Hoy sólo puede verse una mujer que iba en su moto y se empotró contra un coche. Que se partió el pecho, que la intubaron y que unos inconscientes vitoreaban a la puerta de hospital para que la echaran de allí cuando se debatía entre la vida y la muerte.

¿Por dónde empezó el contagio? No lo sé, pero está claro que la semilla de la estupidez y de la crueldad sigue germinando en España. Frente a eso, Elena Valenciano. Por eso este elogio. Porque representa a lo que aspiramos. Simplemente normalidad. Simplemente humanidad. Simplemente rivalidad política.

 

“¿Por dónde empezó el contagio?”. Chaves Nogales se reconcomía con la pregunta, clavada en el alma, cuando ya estaba fuera de España y no dejaban de martillearle las sienes las barbaridades, en uno y otro bando, que acaba de presenciar en Madrid durante la guerra. Por dónde empezó, se preguntaba el periodista sevillano, de la misma forma que Vargas Llosa, no sé si inspirado en esa formulación literaria, se preguntaba en su Conversación en La Catedral “¿en qué momento se había jodido el Perú?”.

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