Matacán
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La memoria maldita de Zapatero
Todo ocurre por una asociación de ideas espontánea, el paso por una zona devastada por un incendio forestal conduce a la memoria de Rodríguez Zapatero, presidente
Todo ocurre por una asociación de ideas espontánea, el paso por una zona devastada por un incendio forestal conduce a la memoria de Rodríguez Zapatero, presidente de España durante dos legislaturas. El incendio, en la sierra de Valencia, en Cortes de Pallás, se originó cuando dos empleados inexpertos soldaban una placa solar en uno de los chalés de la zona. Saltaban chispas y el riesgo de incendio en el campo había saltado en aquellos días a la máxima alerta. Inexperiencia y máximo riesgo, dos factores que sumados contienen una única respuesta: más de 40.000 hectáreas arrasadas que aún hoy, pese al paso del tiempo, provocan en el pasajero la angustia de aquello que se pierde estúpidamente.
Ha pasado un año y sólo comienza a brotar tímidamente el monte bajo; los pinos siguen calcinados, como estatuas negras en un museo triste de cadáveres. Si se pregunta en la zona, pocos recuerdan ya qué ocurrió en realidad, y muchos menos son capaces de ofrecer detalles de lo que ha podido sucederle a los responsables, aquellos dos operarios que provocaron la primera chispa. Quizá porque, en una desgracia así, todo se vuelve más complejo. Acaso todo comienza cuando una empresa de placas térmicas decide abaratar sus costes con operarios inexpertos que, a su vez, optan por un trabajo rápido que no les complique demasiado la jornada laboral. Luego está el propietario del chalé, claro, aquel que decide ahorrarse unos cientos de euros con la empresa que le ofrece el presupuesto más barato, sin preguntarse jamás, sin importarle jamás, de dónde procede tanto abaratamiento. Y si no se lo preguntó fue, quizá, porque todos su vecinos hacían lo mismo y porque sabía que nadie le iba a reprobar la conducta.
Claro que existe el infortunio, las coincidencias fatales, la mala suerte, pero si esa es la explicación que le damos a todas nuestras desgracias, no tenemos más que sentarnos en el parque del barrio a esperar que los acontecimientos vengan a nosotros. Un bosque puede arder por un mal golpe de viento, sí, pero esa no es siempre la explicación de lo ocurrido. Somos actores del presente y del futuro, como colectivo y como individualidad. Un pueblo es la consecuencia de sí mismo. Y es aquí donde se cruza el fuego con las memorias de Zapatero, que muy pronto verán la luz.
Si no se mira a Zapatero, si no se mira hacia atrás, es porque en realidad lo que no se quiere es mirar hacia nosotros mismos. Zapatero es fruto de una época, exponente de un país, producto de un estado de ánimo, resultado de un ensimismamiento colectivo
Por las filtraciones que se han producido del libro sabemos que el expresidente socialista relata 600 días de vértigo en los que pasó de la gloria al barro, del elogio al vituperio, de la admiración al asco. No existe precedente en la política española de una figura como el expresidente Zapatero, al que se haya encumbrado una forma tan vertiginosa (ha sido el único que ha ganado unas elecciones generales a la primera) y que, exactamente igual, con la misma prontitud, haya caído en el vacío, la miseria más absoluta de la postergación social.
Lo que ocurrió en esos 600 días de vértigo, que son los que describen el ocaso de Zapatero, es que la España idílica que representaba se desmoronó; el escenario de cielos azules y nubes blancas se vino abajo y en el centro del escenario sólo quedó el ilusionista con la chistera en la mano. El mago de la baraka. Sí, la baraka, ¿se acuerdan?, aquel mago al que todos los trucos electorales le salían... Nada más patético que un mago al que se le descubre el truco principal al final de la función. Y eso le ocurrió a Zapatero.
Lo curioso de las memorias de Zapatero es que, con respecto a otras, han levantado escasa expectación. Dicen que la propia editorial ha estado aplazando la publicación, quizá a la espera de una demanda que no va a llegar porque España ha querido olvidarse con rapidez de Zapatero. ¿A quién le interesa lo que diga Zapatero? Se palpa en todas partes, en las barras de los bares y en los discursos de alto postín; Zapatero gobernó ocho años España y ahora sólo se le cita como anécdota. Incluso en su propio partido, la reivindicación de Zapatero surge sólo como un recurso literario, un compromiso adquirido, pero pronto se pasa a otros temas.
Lo interesante, de todas formas, es que si no se mira a Zapatero, si no se mira hacia atrás, es porque en realidad lo que no se quiere es mirar hacia nosotros mismos. Quizá todo el mundo tiene interiorizado que Zapatero no fue consecuencia de sí mismo, como los operarios del incendio forestal de Valencia. Zapatero es fruto de una época, exponente de un país, producto de un estado de ánimo, resultado de un ensimismamiento colectivo. Zapatero vendía la mercancía amable que la sociedad quería comprar, y cualquiera que en ese momento hubiera alertado del riesgo de incendio, como ocurrió, habría sido tachado de retrógrado. Zapatero sólo le ofreció a España lo que España quería oír. La consecuencia está ahí, sólo hay que mirar este paisaje de hectáreas devastadas que tardarán años en recuperarse. La memoria de Zapatero nace maldita, pero es quizá la más necesaria de todas. Seiscientos días de vértigo y muchos años de condena. Si no aprendemos esa lección, estamos a merced del próximo ilusionista que llene teatros.
Todo ocurre por una asociación de ideas espontánea, el paso por una zona devastada por un incendio forestal conduce a la memoria de Rodríguez Zapatero, presidente de España durante dos legislaturas. El incendio, en la sierra de Valencia, en Cortes de Pallás, se originó cuando dos empleados inexpertos soldaban una placa solar en uno de los chalés de la zona. Saltaban chispas y el riesgo de incendio en el campo había saltado en aquellos días a la máxima alerta. Inexperiencia y máximo riesgo, dos factores que sumados contienen una única respuesta: más de 40.000 hectáreas arrasadas que aún hoy, pese al paso del tiempo, provocan en el pasajero la angustia de aquello que se pierde estúpidamente.