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Wert, el último elefante educativo
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Javier Caraballo

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Wert, el último elefante educativo

La ecuación es fácil: si la ley de Educación que ha aprobado el Partido Popular es la séptima de la democracia, en España, desde el final

La ecuación es fácil: si la ley de Educación que ha aprobado el Partido Popular es la séptima de la democracia, en España, desde el final de la dictadura y descontados los convulsos años del principio de la Transición, vamos a un ritmo medio de una ley orgánica de educación por legislatura. Cada cuatro años, llega un Gobierno y zas, borra lo anterior con la facilidad de quien borra la tiza de una pizarra.

Aunque sólo fuera por agotamiento legislativo, ni siquiera por la persistencia de los pésimos resultados educativos, parece lógico pensar que en España tendría que haberse alcanzado ya un mínimo acuerdo entre los dos grandes partidos para evitar este espectáculo desolador que está arruinando la educación. Pero no, a poco que se preste atención al debate de estos días, se comprenderá que, en el fondo, de lo que menos se habla es de educación.

Para desgracia de todos, para desgracia de la sociedad española, la educación se ha convertido en el último reducto de la pugna ideológica en España, y nadie, ningún partido, ni de la izquierda ni de la derecha, va a renunciar a ese combate que sirve, como ningún otro, para diferenciarse del adversario. Si observamos el panorama, veremos que esa es la única explicación. Ya sea la Lomce, la Loe, la Loce y la Logse, da igual porque de lo que siempre se debate es de los supuestos intentos de privatización de la derecha y de las enseñanzas moralizantes de la izquierda; de la religión, de la enseñanza concertada y del castellano en Cataluña. ¿Cuántas vueltas se le habrá dado ya a la misma noria en España? Y mientras tanto, los problemas siguen empeorando y los resultados pavorosos del fracaso escolar siguen aumentando.

Para lo que sirve la trifulca sobre la religión, el castellano o la Educación para la Ciudadanía es para el debate político, pero no para el educativo

En el conjunto de los problemas que pueda tener la educación en España, es evidente que todos esos no pasarían de ser anécdotas. ¿Qué incidencia puede tener que haya o no haya clase de religión en las extraordinarias limitaciones de los españoles para la comprensión de la lectura o de las matemáticas? Pues ahí está la última evaluación internacional: a partir de los 16 años somos los últimos en matemáticas y los penúltimos en lectura. Igual podríamos decir del resto de las polémicas habituales, incluyendo la enseñanza del castellano en Cataluña, por muy importante que sea este problema en aquella comunidad autónoma. ¿Cuánto tiempo se invirtió en España en el debate de la Educación para la Ciudadanía? ¿Y ha mejorado la educación en algo durante el periodo en que se implantó la asignatura? En nada, claro, igual que ocurrirá ahora cuando se suprima y se sustituya por no sé qué materia. Por lo dicho antes, porque para lo que sirve la trifulca sobre la religión, el castellano o la educación para la ciudadanía es para el debate político, pero no para el educativo.

La realidad de la educación, en fin, se queda siempre muy lejos del debate político que nos envuelve a todos y que, como en estos días de huelga de la enseñanza, se plasma en las pancartas y en las asambleas de los estudiantes. Esta ley, quizá como muchas de las anteriores, ni va a resolver el problema de la Educación ni tampoco lo va a agravar. Pasará. Los recortes en Educación limitarán su aplicación, como ya ha advertido el Consejo de Estado (por cierto, que los recortes presupuestarios en Educación están tasados y ascienden en escuelas y universidades a más de 6.400 millones de euros desde 2010, es decir, desde antes de que gobernara el PP), la desmotivación del profesorado seguirá ahogándose en el fracaso escolar y el modelo universitario perpetuará su naufragio en su concepción endogámica y provinciana.

Como dice Adolfo Azcárraga, catedrático de Física Teórica de Valencia y una de las mentes más lúcidas del problema educativo, “el hecho de que España no haya conseguido ni un solo premio Nobel desde que Ramón y Cajal lo ganara en 1906 tendría que hacer meditar cuando las universidades hablan de excelencia académica”. Los nobeles aquí, desde entonces, lo son de Literatura. Para todo lo demás, el informe PISA.

La Lomce, la Loe, la Logse, la Loce… Que sí, que por lo menos por agotamiento o por hartazgo, tendríamos que habernos cansado ya. Pero no. Lo que ya sabemos es que el primer compromiso del PSOE es que, en cuanto llegue al gobierno, derogará esta ley, lo mismo que hizo con la anterior del Partido Popular que ni siquiera llegó a estrenarse. Y el ministro de Educación, José Ignacio Wert, tan feliz con su papel de elefante en una cacharrería, que hasta se recrea: “Comparada con la mía, un elefante tiene la piel como la de Jane Fonda a los 40 años”.

La ecuación es fácil: si la ley de Educación que ha aprobado el Partido Popular es la séptima de la democracia, en España, desde el final de la dictadura y descontados los convulsos años del principio de la Transición, vamos a un ritmo medio de una ley orgánica de educación por legislatura. Cada cuatro años, llega un Gobierno y zas, borra lo anterior con la facilidad de quien borra la tiza de una pizarra.