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La culpa no es de Rubalcaba
Todas estas crónicas no se refieren al PSOE. Ni siquiera a Rubalcaba. Pero todas y cada una podrían aplicársele a la crisis del Partido Socialista. Por
Todas estas crónicas no se refieren al PSOE. Ni siquiera a Rubalcaba. Pero todas y cada una podrían aplicársele a la crisis del Partido Socialista. Por ejemplo, esta: “Ruina sin precedentes de la socialdemocracia. Las bases se erosionan, la socialdemocracia en su actual forma debe preguntarse si ha pasado su era”. O esta otra: “La crisis hunde al nuevo socialismo, pero el mayor de todos los problemas es la indefinición. Solía representar a las clases trabajadoras y cambió de sintonía para defender los intereses de las clases medias. (….) La tercera vía, con el abandono de la ideología para abrazar el pragmatismo, tiene un precio, y hay que pagarlo”.
Incluso una más: “Se suceden los fracasos electorales, caen los efectivos militantes, se desmoronan las relaciones con los sindicatos... Hace siete años, trece Gobiernos de la UE estaban gobernados por socialistas. Todas las elecciones nacionales son diferentes, pero sería absurdo negar la existencia de una tendencia general. (…) En última instancia, la crisis de la socialdemocracia es la consecuencia lógica de su incapacidad de poner al día una respuesta europea para afrontar los desafíos de la mundialización”.
Todas esas crónicas, es verdad, podrían referirse, aplicarse, a los problemas del PSOE, pero ninguna de ellas tiene como referencia la deriva electoral de los socialistas españoles, que siguen hundiéndose hasta en las encuestas. La primera es de un periodista alemán, Marc Koch; es el extracto de un artículo que tituló hace cuatro años "El Principio del fin". Desde entonces, los socialistas alemanes no han levantado cabeza aún. El segundo es de un politólogo inglés, Jeremy O’Brien, desolado sobre el futuro incierto de los laboristas. Y el tercero pertenece a Henri Weber, que fue secretario nacional del Partido Socialista francés, y escribió ese artículo en Libération antes de que François Hollande devolviera a los socialistas franceses al Gobierno y, con su gestión titubeante, acentuara todas las incertidumbres de la socialdemocracia.
La asignatura pendiente que tiene el PSOE, como todo el socialismo europeo, es ideológica, y no se soluciona con nombres que maquillen la desorientación de unas siglas
Uno, dos y tres, y ninguno de ellos se refiere a Alfredo Pérez Rubalcaba ni a los socialistas españoles. Porque Rubalcaba, ya quisiera el PSOE, no tiene la culpa de la crisis. Por eso va a fracasar la Conferencia Política del Partido Socialista, porque la avería es mayor que un nombre.
La asignatura pendiente que tiene el PSOE, como todo el socialismo europeo, es ideológica, y no se soluciona con nombres que maquillen la desorientación de unas siglas. De todos los que han invocado hasta ahora la necesidad de refundar, de repensar, el socialismo español de estos tiempos, ha sido Ignacio Sotelo quien más ha afinado: “El socialismo no tiene la menor posibilidad de sobrevivir si no reconoce el fracaso de las tres versiones que ha puesto en marcha en el siglo XX”.
Las tres versiones del socialismo se inician, lógicamente, con el socialismo marxista, el socialismo revolucionario, estatal y colectivista, que se impuso en la Unión Soviética y que acabó con la caída del muro de Berlín, cuando aquella tapia infame dejó al descubierto un sistema varado en la ineficacia económica, asentado políticamente en el terror y podrido internamente por una falsa idea de la igualdad.
El segundo modelo, el de la socialdemocracia keynesiana, también se desmoronó cuando se acabó abriendo paso la idea de que, para convivir en las sociedades capitalistas y democráticas, no se pueden imponer esquemas económicos rígidos, sino que es necesario abrirse a modelos de gestión más liberales, más acordes al mercado. La tercera y última versión del socialismo que ha acabado naufragando ha sido la ‘tercera vía’ británica, una versión light de la socialdemocracia que se ha quedado siempre a medio camino de todo, sin haber sabido dar respuestas a los problemas reales de los ciudadanos, a los problemas nuevos de la sociedad.
A partir de ahí, ya no ha habido más versiones. Puede suceder, como ha ocurrido en España, que un líder emergente, como lo fue Rodríguez Zapatero, resucite al partido de su decadencia electoral, pero en cuanto se apaga ese fulgor momentáneo, como una candela de papeles, el partido vuelve a su estado anterior de desorientación. Ni Zapatero ni Blair merecen hoy ni siquiera la pena de ser analizados como propuesta reformadora, innovadora, de la izquierda. Nada más que ocho años de Gobierno supuso Zapatero para el PSOE y la ausencia de su recuerdo certifica ahora la vacuidad de su proyecto para el Partido Socialista. Porque sin sustancia ideológica, nada es posible. Y esa es la pregunta que nadie ha conseguido responder hasta ahora: ¿Es posible una respuesta socialista a los problemas del siglo XXI?
Hace unos días, en la presentación de la Conferencia Política que va a celebrar el PSOE, el secretario de organización, Óscar López, resumió con ímpetu los objetivos de la cita socialista. Según explicó, el PSOE quiere lanzar un “grito socialista” en la Conferencia, con propuestas con las que aspiran a convertirse en “el gran proyecto de país de los progresistas y personas de izquierdas” de España, de forma que los aglutine como una “alternativa global al Gobierno de la derecha”. Ya ven, un grito, un gran proyecto, una alternativa global a la derecha. Eso, sobre todo, que no falte, la amenaza de “la derecha”. La derecha como temor global, la derecha como excusa general. Todo previsible, nada que esperar. Y entre tanto, en los pasillos, seguirán pensando que la culpa es de Rubalcaba. Acaso porque lo único que se ansía es que vuelva a nacer Zapatero.
Todas estas crónicas no se refieren al PSOE. Ni siquiera a Rubalcaba. Pero todas y cada una podrían aplicársele a la crisis del Partido Socialista. Por ejemplo, esta: “Ruina sin precedentes de la socialdemocracia. Las bases se erosionan, la socialdemocracia en su actual forma debe preguntarse si ha pasado su era”. O esta otra: “La crisis hunde al nuevo socialismo, pero el mayor de todos los problemas es la indefinición. Solía representar a las clases trabajadoras y cambió de sintonía para defender los intereses de las clases medias. (….) La tercera vía, con el abandono de la ideología para abrazar el pragmatismo, tiene un precio, y hay que pagarlo”.