Es noticia
Podredumbre periodística
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Podredumbre periodística

La peli es de hace más de doce años ya. Quince minutos, se llama. Quizá los periodistas la recuerden mejor, pero por una mera cuestión de

La peli es de hace más de doce años ya. Quince minutos, se llama. Quizá los periodistas la recuerden mejor, pero por una mera cuestión de deformación profesional. Dos delincuentes del Este de Europa, uno de ellos bien caracterizado de psicópata despiadado, llegan a Estados Unidos y, al poco de observar la sociedad americana, se dan cuenta de que el verdadero negocio del futuro está en la combinación precisa de dos excesos habituales: la rentabilidad del morbo en los medios de comunicación y los resquicios de un sistema judicial garantista. Se compran una sencilla cámara de vídeo y comienzan a grabar sus tropelías y a venderlas a los medios de comunicación.

placeholder

El ‘pelotazo’ definitivo llega con la tortura y el asesinato de un policía que consiguen vender a una cadena de realities televisivos, que lo emite y bate todos los récord de audiencia. La misma cadena de televisión los pone en contacto con un abogado sin escrúpulos que les garantiza un paripé de juicio que los dejará en la calle tras un breve periodo de cárcel. El título de la película parece que está inspirado en la cita famosa de Andy Warhol en la que vaticinaba que en el futuro todo el mundo tendría sus quince minutos de gloria, de fama mundial. El mismo Warhol que pensaba que “la inspiración es la televisión”.

Al menos en mi caso, si aquella película, aún hoy, me causa pavor al verla no es por las atrocidades del psicópata, sino porque cada vez parece más cercano un desvarío social como ese; es más, de alguna forma ya nos hemos adentrado en ese mundo arrollador de morbo, fama y dinero que va adueñándose de los platós televisivos. Ya se ha establecido como una práctica ‘periodística’ habitual (y las comillas en este caso son obligadas) que algunos magazines de televisión utilicen productoras que irrumpen en las tragedias con cheques al portador para garantizar los testimonios en exclusiva de los testigos. Los abordan, los compran con dinero y los aíslan del resto de medios de comunicación para que sólo le hagan declaraciones a esa productora que ha pagado por ellos. A más morbo, más audiencia; cuanto más cercanía se demuestre con el niño asesinado, con la niña violada, más dinero.

La última pieza codiciada ha sido Miguel Ricart, uno de los asesinos de las niñas de Alcàsser, aquel terrible suceso. El viernes salió de la cárcel y, siguiendo el manual de compra y aislamiento de testigos, una productora de televisión lo esperaba a la puerta de la cárcel para escoltarlo en el tren hasta Madrid. Dicen que lo agasajaron, que lo invitaron a comer algo, a beber algo, y que hasta le mostraron comprensión por lo suyo, por eso que repite de que es inocente, y hasta le enseñaron una foto de su hija.

¿Cuánto vale la aparición reencuentro en directo del asesino de Alcàsser en televisión, en horario de máxima audiencia?

¿Cuánto vale la aparición en directo del asesino de Alcàsser en televisión, en horario de máxima audiencia? En cuanto Miguel Ricart se sitúe un poco en la realidad y pierda la desorientación con la que, según dice, ha salido de la cárcel, él mismo moverá hilos de esas productoras que lo persiguen, que lo acosan, para ganar sus quince minutos de gloria con sus correspondientes decenas de miles de euros.

Y no, no es ficción, esta es la deriva por la que vamos cayendo. Casi a diario se puede contemplar, en todas las tragedias. ¿Y qué ocurre si la investigación judicial está en marcha, sin conclusiones aún? Eso da exactamente igual... ¿Y el secreto de sumario, qué pasa? Pocas situaciones más ridículas en un Estado de derecho como un sumario declarado secreto mientras los testigos acuden a las televisiones a contar sus versiones, a tanto la pieza. ¿Y las filtraciones? Ese sí que es un campo sin vallar, porque en la mayoría de las ocasiones se trata de filtraciones interesadas de alguna de las partes o de los propios investigadores para inclinar el caso en su favor.

Desde el principio se está advirtiendo de la delicada responsabilidad que tienen los medios de comunicación a la hora de informar de las excarcelaciones que se producen por la derogación de la doctrina Parot. Pero la espiral de despropósitos ha seguido imparable, creciente. Sólo hay que echarles un vistazo a algunos titulares para comprobar el ánimo desbordado por calentar los ánimos, por crear alarma. Se trata de hacer ver que las puertas de las cárceles en España se han abierto de par en par y están saliendo en tromba todos los asesinos.

No es que esos despreciables asesinos hayan cumplido sus condenas y, mal que nos pese, hayan reducido las penas por los errores pasados del sistema penitenciario español; no, de lo que se trata es de extender la idea de una amnistía provocada por la frivolidad de un puñado de jueces en el Tribunal de Estrasburgo. Todo eso viene sucediendo desde hace semanas. Y ahora, a ver quién nos convence de que, en realidad, no existe una conexión calculada entre la generación de ese estado de ánimo crispado y la posterior comercialización del testimonio de la gentuza que sale de las cárceles.

Se dirá que si, en ese caso, lo que debemos hacer, por tanto, es cruzarnos de brazos y, simplemente, dejar que esos asesinos campen a sus anchas. Pero no es eso. En absoluto. Todo lo contrario. La salida de esos asesinos de la cárcel a lo que debe llevarnos es a la exigencia de un control preciso por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que tienen la misión de prevenir los delitos, no sólo de perseguirlos cuando se han cometido.

Y es evidente que cuando uno de esos psicópatas abandona la cárcel sin arrepentimiento y con informes psiquiátricos contrarios, como es el caso de tantos etarras o del asesino de Alcàsser, la obligación es mantener una estrecha vigilancia sobre sus actividades. Para tener la mayor seguridad posible de que, ante la menor sospecha de que el asesino pueda volver a delinquir, que la policía se le eche en lo alto. Pero todo eso supone, claro, trasladar tranquilidad, en vez de inquietud; sosiego en vez de alarma; confianza en lugar de inseguridad y miedo.

¿Cruzarnos de brazos? Que no, que es lo contrario, y todo lo que está ocurriendo, no sólo ya por la salida de los presos que se beneficiaron de la doctrina Parot, debe llevarnos a un debate político, judicial y periodístico sobre cómo corregir los errores evidentes que se detectan, desde la regulación del secreto del sumario a la reconsideración del objetivo legal de la reinserción social en un psicópata que no dejará de serlo mientras viva.

El periodismo, a veces con injusticia y otras por meras revanchas, se ha ganado siempre grandes descalificaciones, sonoros insultos. La ética del periodista, a veces de forma justificada y otras no, se ha tambaleado siempre a los ojos de la gente. Y siempre, como parece inevitable, la generalización ha acabado arrasando todo prestigio. Sidney Pollack decía que “la prensa es peor que una manada de lobos”. Evidentemente, es una boutade simplona. Pero estamos en un momento, ante una encrucijada, para demostrarle a todo aquel que tenga la tentación de pensarlo que el periodismo es otra cosa. No es esta podredumbre; no con mi silencio. La libertad de expresión no puede ser nunca la excusa de los inmorales.

La peli es de hace más de doce años ya. Quince minutos, se llama. Quizá los periodistas la recuerden mejor, pero por una mera cuestión de deformación profesional. Dos delincuentes del Este de Europa, uno de ellos bien caracterizado de psicópata despiadado, llegan a Estados Unidos y, al poco de observar la sociedad americana, se dan cuenta de que el verdadero negocio del futuro está en la combinación precisa de dos excesos habituales: la rentabilidad del morbo en los medios de comunicación y los resquicios de un sistema judicial garantista. Se compran una sencilla cámara de vídeo y comienzan a grabar sus tropelías y a venderlas a los medios de comunicación.

Periodismo Sistema penitenciario Andy Warhol Doctrina Parot