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El ‘tirapiedrismo’, Marca España
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Javier Caraballo

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El ‘tirapiedrismo’, Marca España

Miró el poeta, y lloraba, por los muros de su patria y si hoy levantara la mirada compondría versos nuevos con esas mismas piedras desmoronadas, convertidas

Miró el poeta, y lloraba, por los muros de su patria y si hoy levantara la mirada compondría versos nuevos con esas mismas piedras desmoronadas, convertidas en munición habitual de la vida española. ¿Qué otra cosa hacemos aquí a diario más que tirarnos piedras? El ‘tirapiedrismo’. Eso que ha dicho el grotesco presidente venezolano, ese término que ha acuñado y que tan bien nos define a los españoles. El ‘tirapiedrismo’ como principal característica de nuestro ser; el ‘tirapiedrismo’ como auténtica marca España. Eso somos y así nos va.

No hay otro país como España que haya desaprovechado más oportunidades de progresar. La historia de España de los últimos quinientos años es una secuencia de tropiezos, zancadillas que nos ponemos a nosotros mismos para evitar que pueda consolidarse algún progreso sólido y definitivo. Todo aquí parece abocado a la inestabilidad de lo coyuntural. Desde los Reyes Católicos, la expulsión de los judíos y la Inquisición, llegamos a esta España de ahora en la que, como todo ha vuelto a ponerse de cara para afianzar la modernidad que tantas veces nos hemos negado, somos los propios españoles los que, de nuevo, nos empeñamos en tropezar.

La historia de España de los últimos quinientos años es una secuencia de tropiezos, zancadillas que nos ponemos a nosotros mismos para evitar que pueda consolidarse algún progreso sólido y definitivo

Por primera vez en la historia, en España se ha logrado asentar, sin algaradas, sin golpismo, una Constitución y una democracia moderna; por primera vez, la integración en Europa, la eliminación de las fronteras y la llegada, por miles de millones, de ayudas estructurales europeas le han permitido al país ponerse a la par, acelerar la modernización que se había retrasado en los últimos 150 años. Pues bien, parece que todo eso incomoda, que molesta, y ahora que todo está de frente, España busca la amenaza en sí misma y responde a la unidad europea con la desintegración interna y el cuestionamiento de todo el marco constitucional. Cuando comenzó la crisis, un corresponsal alemán escribió en su periódico: “Los españoles saben qué es soportar una crisis. Llevan quinientos años haciéndolo”. Pues eso.

No hay más que coger este mismo periódico, El Confidencial, y detenerse cualquier día, a cualquier hora, a repasar la ingente cantidad de trifulcas inútiles en las que nos enfrascamos a diario y, siempre, con la mayor crispación posible. No es ya sólo por la deriva independentista de Cataluña o del País Vasco, que eso supone una amenaza mayor que constituye el mejor exponente de la irracionalidad del ser español; es peor, es sobre todo por la cansina superficialidad de cualquier debate político en España.

Todo es tan previsible, tan agotador, como dañino. Si un Gobierno del Partido Popular presenta un proyecto, ya sabemos de antemano qué le van a responder desde el Partido Socialista o Izquierda Unida. Y si es al revés, lo mismo. La oposición consiste en la negación de la misma forma que el Gobierno consiste en la imposición. Coja usted un barrio como el que se ha hecho famoso de Burgos, Gamonal, y comprobará cómo en tan sólo unos días una protesta vecinal por la remodelación de una avenida deriva en jornadas de agitación nacional en las que siempre, indefectiblemente, se encuentra la oportunidad de echar a un alcalde, tumbar un Gobierno o incendiar un parlamento.

Desde Quevedo a Unamuno o a Chaves Nogales se traza una línea de pensamiento derrotista sobre el ser español

Cuando el dictador estaba a punto de expirar, escribió Juan Goytisolo un ensayo, España y los españoles, que sigue ofreciendo el vértigo de otras lecturas de hace decenas de años que parecen escritas para el día de hoy. Tiempo detenido. En el prólogo de ese ensayo se lee, sobre la inexplicable identidad de los españoles: “Los franceses se saben siempre franceses, con independencia de que cada uno de ellos pueda individualmente modular, mediante la acentuación o atenuación de tales o cuales rasgos constitutivos, dicha identidad con la que se identifica. (…) La ‘españolidad’, lejos de ser un referente en el que la mayoría de los españoles acepte reconocerse, es una entidad problemática, abierta a discusión y disenso, y una y otra vez puesta en tela de juicio o sometida a revisión. (…) Lo que singulariza a los españoles es un prolongado y pertinaz afán de tratarse a sí mismos como si fueran otros”. Retengamos esto último: el prolongado y pertinaz afán de los españoles de tratarse a sí mismos como si fueran otros.

Desde Quevedo a Unamuno o a Chaves Nogales se traza una línea de pensamiento derrotista sobre el ser español que se ha ido cumpliendo de forma implacable en los cinco últimos siglos, aunque no tengamos ahora intelectuales que se fustiguen con la acidez brillante y agria de entonces. La historia es la misma. Es un fenómeno de malestar interior, de desorientación y dudas identitarias, de cainismo pertinaz, de incomodidad que por mucho que haya sido estudiado y analizado es imposible de entender.

“Miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes, ya desmoronados…”, lloraba Quevedo. Las piedras de esos muros, esparcidas por el suelo, son las que sirven ahora para este ejercicio diario de enfrentamientos enquistados y disputas inútiles. El ‘tirapiedrismo’ que nos define como españoles. Marca España.

Miró el poeta, y lloraba, por los muros de su patria y si hoy levantara la mirada compondría versos nuevos con esas mismas piedras desmoronadas, convertidas en munición habitual de la vida española. ¿Qué otra cosa hacemos aquí a diario más que tirarnos piedras? El ‘tirapiedrismo’. Eso que ha dicho el grotesco presidente venezolano, ese término que ha acuñado y que tan bien nos define a los españoles. El ‘tirapiedrismo’ como principal característica de nuestro ser; el ‘tirapiedrismo’ como auténtica marca España. Eso somos y así nos va.

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