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El encaje catalán
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Javier Caraballo

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El encaje catalán

Ya hablan. Los empresarios catalanes, digo. Parecía que no estuvieran, que se los hubiera tragado la tierra o que hubieran ocultado todo protagonismo en cientos de

Ya hablan. Los empresarios catalanes, digo. Parecía que no estuvieran, que se los hubiera tragado la tierra o que hubieran ocultado todo protagonismo en cientos de agujeros cavados al efecto, pero ya, poco a poco, los empresarios catalanes nos dicen qué piensan del proceso independentista. Bueno, en realidad, hablar, hablar, los únicos empresarios que han hablado con absoluta claridad han sido los extranjeros, con la Declaración de Barcelona que hicieron pública la semana pasada. Pero los demás, salvo algunas excepciones, se han dedicado a guardar silencio, camuflado de "silencio respetuoso". Ahora han comenzado a decir alguna cosa y, si se observa, todos se han acogido a la misma plantilla de respuesta.

La 'respuesta tipo' siempre consta de tres partes medidas, que consiguen un equilibrio casi perfecto. Una primera parte de cal, ("La independencia de Cataluña genera un panorama de incertidumbre y supone un riesgo muy grande para la buena marcha de la economía catalana"), una segunda parte de arena ("Pero no se puede ignorar la realidad que existe en Cataluña, una falta de encaje que no es de hoy, sino que viene de muy lejos, y que sólo se puede solucionar hablando") y una coda final de equidistancia ("Por lo tanto, hay que confiar y exigir a los responsables políticos de ambos Gobiernos que encuentren una salida dialogada que satisfaga el encaje de Cataluña en España"). Y ahí se quedan. En el encaje catalán.

Pero, a ver, ¿qué diantres quiere decir "el encaje catalán"? Nada, esa es la cuestión. Es una expresión que viene muy bien a los empresarios catalanes para salir del atolladero de silencio en el que se encontraban, pero que nada aporta porque se mantiene en un irritante (o calculado) juego de medias palabras, naderías bien sonantes, que no se atreven a decir claramente lo que se piensa. A ver, el llamado "encaje de Cataluña" lo único que oculta es la insatisfacción antigua de los nacionalistas catalanes por haberse generalizado en España el modelo de autonomía que, en principio, sólo iba a corresponder a las mal llamadas "comunidades históricas", Galicia, Cataluña y el País Vasco.

¿Qué tendrían que hacer murcianos y riojanos, renunciar a la autonomía para que los catalanes, ahora sí, se sintieran diferentes y distintos?

Como se ha detallado aquí en otras ocasiones, ese esquema primero de la Transición Política se rompe con un referéndum en Andalucía y, a partir de ahí, nace la generalización del modelo autonómico (aunque Cataluña y el País Vasco siempre han contado y cuentan con más competencias que el resto). Es lo que desde entonces, primeros años de la democracia, se conoce como el “café para todos", y esa igualdad es la que el nacionalismo catalán no ha podido superar jamás. Sencillamente, les irrita que Murcia o La Rioja, que son dos comunidades que utilizan constantemente en estos desahogos, tengan el mismo estatus teórico, comunidad autónoma, que Cataluña. A partir de ahí, todos los agravios consecutivos que se van hilvanando, siempre viejos, siempre latentes, cargados de tópicos, muchos de ellos insultantes, contra los andaluces o los extremeños o contra los madrileños.

La cuestión, verán, no es lo que piensen y lo que digan, no, la cuestión es que si ese es el problema de fondo, si esa es "la falta de encaje", ¿alguien puede decir cómo se soluciona? ¿Qué tendrían que hacer murcianos y riojanos, renunciar a la autonomía para que los catalanes, ahora sí, se sintieran diferentes y distintos? Si ese es el "encaje", si esos son los problemas, estaría bien que uno de estos días alguien se detuviese un momento a explicarnos qué daño le provoca a Cataluña, en qué la limita, que los murcianos o los riojanos tengan una autonomía.

En su desmesura habitual, nadie como Pilar Rahola ha sabido expresar este incomprensible resentimiento de muchos catalanes, casi un sarpullido, provocado por la igualdad de los demás, de sus vecinos. Dice Rahola: "Fuimos los grandes artífices de la lucha autonómica y nos premiaron con el 'café para todos'; éramos el motor económico, y lejos de primarlo, se dedicaron a expoliarlo; descubrimos que existía la alta velocidad y se fue a Sevilla; aportamos una lengua milenaria, y se dedicaron a agredirla, con la vana esperanza de castellanizarnos; había que apretar las tuercas tributarias, y ahí estaba la vaca catalana. (...) El cansancio ha dado paso al rechazo, y el rechazo ha traído un nuevo escenario".

En fin, si en la ceguera es capaz de decirse eso de que "descubrimos la alta velocidad", pocos comentarios pueden hacerse, salvo la pregunta anterior: Si ese es el problema, ¿qué deben hacer las demás autonomías, a qué deben renunciar, para que Cataluña no tenga problemas de encaje en España? Que nos lo digan, porque así nos vamos enterando todos los demás.

Lo que nunca dirán los nacionalistas catalanes es que se equivocaron en la Transición al aceptar un régimen fiscal especial para País Vasco y Navarra

La otra vertiente oculta que tiene este mantra nuevo del 'encaje catalán' tiene que ver, obviamente, con la financiación autonómica. Pero todo eso ya lo conocemos de sobras, la pesadez tramposa de las balanzas fiscales, el falso robo a Cataluña y la mendicidad de extremeños y andaluces, como si en esas regiones todo el mundo viviera de la sopa boba. Todo eso, ya digo, lo conocemos hasta el hartazgo, pero lo que nunca dirán los nacionalistas catalanes es que se equivocaron en la Transición al aceptar un régimen fiscal especial para País Vasco y Navarra que lo ha distorsionado todo; a lo que nunca se van a atrever es a exigir un nuevo sistema de financiación que ponga fin a los privilegios vascos y navarros para que todas las comunidades se rijan por el mismo modelo y, por tanto, dispongan de las mismas posibilidades de desarrollo.

Sin embargo, esa es, junto a otras dos iniciativas legislativas más, la única salida que se le ve al conflicto catalán, y por añadidura a los que puedan venir después en otras regiones. Un sistema de financiación, de corte federal, que derogue el cupo vasco y navarro; una ley de referéndum como la que ya estuvo en vigor en la Transición (que exige una mayoría superior al 50 por ciento del censo, no de los votantes, y en cada provincia); y la vuelta del recurso previo de constitucionalidad.

De las tres propuestas, PSOE y PP sólo han avanzado (y parece milagroso) en una de ellas, el recurso previo de constitucionalidad, que es la menos útil a estas alturas. Pero bueno, podría ser un comienzo. Si en vez de circunloquios vacíos, se le empezaran a llamar a las cosas por su nombre, veríamos que no existe otra salida que esas tres reformas. ¿Nuevo sistema de financiación? Por supuesto, más avanzado e igual para todos. ¿Una consulta? Por supuesto, pero con una mayoría reforzada como exige la gravedad del modelo de Estado. ¿Nuevas competencias? Por supuesto, siempre que quedan en la Constitución. Y el encaje, pues eso, para quien quiera hacer como que dice, pero sin decir nunca nada.

Ya hablan. Los empresarios catalanes, digo. Parecía que no estuvieran, que se los hubiera tragado la tierra o que hubieran ocultado todo protagonismo en cientos de agujeros cavados al efecto, pero ya, poco a poco, los empresarios catalanes nos dicen qué piensan del proceso independentista. Bueno, en realidad, hablar, hablar, los únicos empresarios que han hablado con absoluta claridad han sido los extranjeros, con la Declaración de Barcelona que hicieron pública la semana pasada. Pero los demás, salvo algunas excepciones, se han dedicado a guardar silencio, camuflado de "silencio respetuoso". Ahora han comenzado a decir alguna cosa y, si se observa, todos se han acogido a la misma plantilla de respuesta.

Financiación autonómica