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Historia de un vago andaluz
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Javier Caraballo

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Historia de un vago andaluz

A ver, que alguien levante la mano. Como el 28 de febrero es el Día de Andalucía, vamos a abrirla en canal para asomarnos. Que levante

A ver, que alguien levante la mano. Como el 28 de febrero es el Día de Andalucía, vamos a abrirla en canal para asomarnos. Que levante la mano alguien que jamás haya asociado estas dos palabras, ‘andaluz’ y ‘vago’. ¿Nadie? Bueno, es normal, nadie… Porque siempre hay un chiste, un resoplido o un pensamiento fugaz que se cruza por la mente cuando, por ejemplo, en las noticias vuelven a hablar de Andalucía como la región con más paro de Europa. ¿Y el PER, qué decir del PER, tan trillado, tan deformado?

Aquí mismo, en El Confidencial, no hay artículo o noticia de Andalucía, trate de lo que trate, que no se despeñe luego por una catarata de comentarios en los que siempre surge el mismo tópico, el mismo sambenito repetido como explicación de todas las cosas que le suceden a los andaluces. ‘Los andaluces, claro…’ Y con el gesto de asentimiento del personal, se acaba la conversación. Porque la vagancia andaluza se da como cosa asumida. Aceptada.

Pasen y vean, que esto es sólo un resumen histórico apresurado: “Los habitantes de esta fértil región son tan felices con el poco trabajo, que desconocen el aburrimiento, satisfechos de poder quedarse al sol durante horas, sin conversar, pensar ni leer. En sus momentos más apacibles, se asemejan con mucha exactitud a un plácido rebaño de ovejas”, escribió Somerset Maugham, el célebre autor de El filo de la navaja, que quedó cautivado por Andalucía desde que vino por primera vez, a finales del XIX. “En la plaza central de cualquier pueblo andaluz –escribió Pemán, ya en el siglo pasado– es fácil ver la larga fila ritual de hombres que toman el sol en los bancos de mampostería, bajo la sombra mínima de los naranjos de bola. ¿De qué viven esos hombres? Viven del cuento”.

Esa es la injusticia, que no se ve en esos hombres el fruto de una desgracia social, que aún persiste, sino el tópico de la holgazanería, aliñado con la gracia andaluza

También García Lorca contaba que al cantaor gaditano Ignacio Ezpeleta, figura de los Carnavales, le preguntaron una vez que por qué no trabajaba, a lo que resuelto contestó: “¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?”. Y Ortega y Gasset, claro, en su Teoría de Andalucía: “Se dice pronto ‘holgazanería’, aunque es una palabra bastante larga. Pero el andaluz lleva unos cuatro mil años de holgazán, y no le va mal. La famosa holgazanería andaluza es precisamente la fórmula de su cultura. Su solución es profunda e ingeniosa. En vez de aumentar el haber, disminuye el debe; en vez de esforzarse para vivir, vive para no esforzarse, hace de la evitación del esfuerzo principio de su existencia”.

Es cierto que todos los pueblos soportan tópicos sobre su carácter, caricaturas sobre su forma de ser que, como tales, hunden sus raíces en una realidad existente. La vagancia andaluza, como tópico, no es más que la caricatura que se ha formado de Andalucía y, si en algo se diferencia de los tópicos de otras regiones, de otros países, es que en el caso andaluz el sambenito se repite con tanta persistencia, y a veces con tanta inquina, que algunos, como decía Antonio Burgos hace ya casi 40 años, en su libro Andalucía, ¿tercer mundo?, hasta han defendido incluso que la holgazanería es algo racial, genético de los andaluces.

Hace tan sólo unos años, el exministro Manuel Clavero reeditó su libro sobre El ser andaluz y volvía a insistir en lo mismo: “Lo que me interesa destacar es que los andaluces no tenemos un maleficio, ni una indolencia genética que nos impida hacer lo que otros han hecho y hacen y que en épocas importantes de la historia nos han hecho estar en la cima de la civilización y de la cultura”.

Evidentemente, esa es la parte del tópico que se llena de insulto, sin considerar siquiera que cuando alguno de los escritores, poetas o intelectuales anteriores contemplaban la escena de un grupo de hombres sentados en una plaza, no reparaban que esos hombres estaban allí sentados porque no tenían trabajo; que son esos mismos hombres los que tuvieron que emigrar por cientos de miles a la construcción en Madrid o en Barcelona, a las fábricas de coches de Alemania. Esa es la injusticia, que no se ve en esos hombres el fruto de una desgracia social, que aún persiste, sino el tópico de la holgazanería, aliñado con la gracia andaluza. “El osú, mi arma, que siempre nos plantan en boca de los andaluces como si en esta atrasada región todos fuésemos alternantes de tablao flamenco”, que decía Burgos en los 70 y podría volver a decir ahora.

El problema de Andalucía es otro, tan sencillo y tan dramático que se resume en la conclusión que se extrae del mensaje oficial de este 28 de Febrero: desde Blas Infante hasta Susana Díaz, el discurso andaluz no ha variado

Los andaluces no son vagos, no, ni ese es el problema de la sociedad andaluza. No es la holgazanería, pero sí la indolencia, acaso el abatimiento, después de tantos trenes perdidos en los últimos siglos. Ha sido una secuencia de desastres que, acaso, se podría sintetizar en tres capítulos, los más recientes: los planes económicos de centralización del XIX, con los que se desmantelan las primeras industrias andaluzas en beneficio del norte peninsular; la existencia de un empresariado rentista y especulativo a lo largo de todo el siglo XX; y, finalmente, la implantación de una hegemonía política en los últimos decenios que ha consagrado la autonomía al mantenimiento del poder, con las raíces evidentes del clientelismo y la cultura de la subvención.

En el anuncio oficial con el que la Junta de Andalucía va a celebrar este año el Día de la Comunidad, la voz de una mujer, que es la propia Andalucía, se dirige a los andaluces para decirles que ella sabe que en la historia han alcanzado grandes cotas y que está segura de que en el futuro lo volverán a conseguir. “Volver a ser lo que fuimos”… Sí, pero resulta que eso ya lo dice el himno de Andalucía que escribió Blas Infante. Y esa es la cuestión.

Descargada de tópicos, la realidad de Andalucía no es la historia de la holgazanería, no es la historia de un vago andaluz. El problema de Andalucía es otro, tan sencillo y tan dramático que se resume en la conclusión que se extrae del mensaje oficial de este 28 de Febrero: desde Blas Infante hasta Susana Díaz, el discurso andaluz no ha variado. Andalucía sigue suspirando por lo mismo. “Volver a ser lo que fuimos”. Haber aceptado ese quejío como aspiración sí es responsabilidad de los andaluces.

A ver, que alguien levante la mano. Como el 28 de febrero es el Día de Andalucía, vamos a abrirla en canal para asomarnos. Que levante la mano alguien que jamás haya asociado estas dos palabras, ‘andaluz’ y ‘vago’. ¿Nadie? Bueno, es normal, nadie… Porque siempre hay un chiste, un resoplido o un pensamiento fugaz que se cruza por la mente cuando, por ejemplo, en las noticias vuelven a hablar de Andalucía como la región con más paro de Europa. ¿Y el PER, qué decir del PER, tan trillado, tan deformado?