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Aznar, deslealtad y cainismo
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Javier Caraballo

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Aznar, deslealtad y cainismo

Aznar, vamos a ver, tampoco se hubiera invitado a la campaña electoral. Si cuando era presidente del Gobierno y líder absoluto en el Partido Popular, uno de

Aznar, vamos a ver, tampoco se habría invitado a la campaña electoral. Si cuando era presidente del Gobierno y líder absoluto en el Partido Popular, uno de los suyos le hubiera estado poniendo zancadillas en los peores momentos, Aznar, con el bigote encogido y el ceño fruncido, lo habría condenado al ostracismo absoluto.

Que no, que Aznar no habría invitado a alguien tan desleal como ha sido él. Quizá por eso no ha reaccionado demasiado iracundo cuando le han preguntado por lo suyo en las elecciones europeas, porque no se sorprende de la decisión, porque la encontrará lógica y coherente. Lo suyo ha sido como un ‘qué se le va a hacer, gajes de la política’, pero no ha querido cargar más contra su partido.

Aznar, en fin, sabe lo que ha hecho; que en los momentos claves del liderazgo de Rajoy, cuando más se tambaleaba su liderazgo, no ha salido en su ayuda, siquiera con el silencio, sino que ha contribuido de manera abrupta a agitar las aguas de su entorno. En los tres frentes en los que más daño podía hacerle a Rajoy siendo presidente, el antiterrorista, en la unidad de España y en la economía, Aznar siempre ha tenido palabras de censura o desdén para su sucesor, para su delfín frustrado.

Aznar siempre se ha colocado del lado de los que movían el sillón. Hasta aquel extremo en el que, decidido, se ofreció como recambio de emergencia, ''aquí estoy, si España me necesita''

En esos momentos, en los más delicados, cuando más fáciles eran las críticas y más se aprecia el respaldo, cuando más riesgo existía por la crisis económica para la estabilidad del propio Gobierno y de España, Aznar siempre se ha colocado del lado de los que le movían el sillón. Hasta aquel extremo en el que, decidido, se ofreció como recambio de emergencia, “aquí estoy, si España me necesita”. ¿De qué se va a extrañar ahora? Que no, de verdad, que no.

La deslealtad puede explicarse en dirigentes de otro rango en el escalafón de ese partido, como Esperanza Aguirre, porque respira por la herida de no haber logrado derribar nunca a Rajoy en las dos o tres veces que lo ha intentado con todos los medios a su alcance, pero no en un expresidente como José María Aznar.

En cualquier caso, sentado lo anterior, otra cosa muy distinta es que Rajoy acierte con estos episodios aireados de enfrentamientos internos. Quiere decirse que a Rajoy, por lo que lleva demostrado como líder del Partido Popular y presidente del Gobierno, le sobra autoritarismo y le falta mano izquierda, le sobran silencios y le falta conciliación.

En todos los partidos políticos se reproducen estos escenarios de ruptura y corresponde al líder de cada momento conciliar las posiciones, evitar las tensiones y relajar la tensión. Es la persona que tiene el mando, el presidente, quien tiene la capacidad para evitar, con gestos oportunos en el momento exacto, que la crispación interna se haga pública; es la persona que tiene el poder a quien se le concede, incluso, la virtud maquiavélica del cinismo político para destensar el ambiente con una palmada en la espalda de quien ignora.

En el PSOE, por ejemplo, quizá porque la cultura de partido es otra, estas cuestiones se solucionan de una forma muy distinta. Tan distante y fría como la relación de Aznar y Rajoy fue la relación de Rodríguez Zapatero y Felipe González y, sin embargo, ninguno de los dos llegó al enfrentamiento público y al desplante. Zapatero, que arrasó con cualquier disidencia interna, que convirtió el aparato socialista en un órgano laudatorio, tampoco hablaba con Felipe González, como le ha ocurrido a Aznar con Mariano Rajoy.

No todo es responsabilidad de Rajoy, que en todo esto hay mucho del cainismo tradicional de la derecha, que nunca pierde ocasión para pegarse un tiro en el pie

Pero no se encontrará una campaña electoral en la que, al final, el Partido Socialista no haya acabado dándole su sitio al expresidente González. Por grande que sea el enfrentamiento, por profundas que sean las puñaladas, se evita el portazo final de ruptura. Ahí está, como ejemplo definitivo, Alfonso Guerra, siempre encabezando la lista del PSOE en Sevilla, aun en los momentos en los que la consigna oficial en el partido era hacerle el vacío al exvicepresidente.

Por desleales que hayan sido los dirigentes del sector más a la derecha del Partido Popular, a Rajoy le correspondía haber evitado esa sangría. Y no lo ha hecho. “Manca finezza”, como diría Andreotti; a Rajoy le ha faltado el tacto, la sutileza, la astucia y hasta la cínica humildad que ejercen los grandes líderes para resolver esas cuestiones internas de sus partidos. Porque no sabe o porque, conscientemente, no quiere. De hecho, si sumamos sus últimas decisiones, lo que observaremos es que el presidente está perfilando en el Partido Popular un modelo de liderazgo tan presidencialista que, en ocasiones, roza el autoritarismo. Al menos, eso es lo que se muestra al exterior.

Con la designación de los candidatos, por ejemplo, ha demostrado que en el PP sólo existe un dedo, el suyo. Y con la exclusión de Aznar de los mítines de las elecciones europeas, deja claro que sabe guardarlas, en silencio, con paciencia, hasta que llega el momento de saldar las deudas pendientes.

De todas formas, habría que convenir también que no todo es responsabilidad de Rajoy, que en todo esto hay mucho del cainismo tradicional de la derecha, que nunca pierde ocasión para pegarse un tiro en el pie. No debe ser casual, si se fijan, que todas las frases lapidarias que se utilizan en política sobre deslealtades internas provengan de líderes de la derecha. Desde el Konrad Adenauer, que estableció aquella división entre “enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido”, a la versión castellana de Pío Cabanillas, con su célebre “al suelo, que vienen los nuestros”.

Pasando, claro, por el propio Winston Churchill, cuando un joven diputado conservador se colocó a su lado, emocionado, en la sesión inaugural del Parlamento. “Qué alegría, estar aquí, a su lado, con el enemigo enfrente…”. Churchill no lo dejó seguir: “No se confunda joven. Los que tiene usted enfrente son los laboristas, que son sus adversarios. Los enemigos los tiene usted aquí detrás sentados, en su propio partido”. De aquí al final de la legislatura, igual se puede completar el elenco de frases cainitas de la derecha con alguna ocurrencia de Aznar o de Rajoy.

Aznar, vamos a ver, tampoco se habría invitado a la campaña electoral. Si cuando era presidente del Gobierno y líder absoluto en el Partido Popular, uno de los suyos le hubiera estado poniendo zancadillas en los peores momentos, Aznar, con el bigote encogido y el ceño fruncido, lo habría condenado al ostracismo absoluto.

José María Aznar Mariano Rajoy Esperanza Aguirre Alfonso Guerra